Recuerdo que mi abuelo me contaba que, a poco de fundar el SEU, cuando iba a la Universidad y discutía de política y de España con compañeros estudiantes socialistas y comunistas, estos le dijeron en más de una ocasión que era una gozada hablar con él pero que “desgraciadamente, llegado el momento” sería de los primeros a los que habría meter “un tiro en la cabeza porque usted sabe discutir, Izquierdo, y hacer las preguntas complicadas y eso es lo más peligroso, eso el Pueblo no lo puede tolerar”. Y que al poco tiempo empezó a ir a clase con revólver. Por si acaso.
Lo recuerdo porque cuando leo a algún gilipuertas decir que España no ha progresado nada desde 1935, que no hemos cambiado nada y que todo sigue igual, como no sé si enfadarme con el interfecto o tenerle pena por desinformado, prefiero alegrarme el día en vez de desgraciármelo, recordando a mi gentil y cultísimo abuelo que tanto luchó, que tanto cambió sin dejar de ser fiel a si mismo, y cuyo ejemplo siempre tendré presente.
Es una forma, como otra cualquiera, de reconducir las cosas.