El pecado de Onán.

El pecado de Onán, en contra de lo que dicen la tradición y la propia palabra «onanismo», no es la masturbación ni ningún pecado de tipo sexual sino la avaricia.

Lo comento al hilo de una necedad que acabo de oír en la radio y en aras de aumentar la cultura general. Podéis leerlo en Gen 38 1:10, pero Judá tuvo dos hijos, Er y Onán y ambos se casaron. Er, el mayor, hizo algo que desagradó a Dios y Dios lo quitó de en medio pero como su esposa no había hecho nada y era injusto que se quedara viuda y sin descendencia Dios se fue a Onán y le recordó(1), personalmente, la ley del Levirato.

El Levirato, establecido a su vez en Dt. 25 5-10, obliga al hermano de un difunto queOnan_the_Barbarian muere sin descendencia a casarse con su viuda para dársela y a todos los efectos se considera que los hijos nacidos de esa unión son hijos del difunto, no del hermano supérstite. Hay varias razones sociales para hacer esto pero las más importantes eran evitar el desperdicio de materiales que supone que una mujer en edad fértil del clan no tenga descendencia y evitar que la viuda quede en el arroyo(2) y en cualquier caso da lo mismo porque lo dijo Dios, punto redondo.

En el caso de Onán el levirato tenía importantes consecuencias patrimoniales. Él era el segundo hermano y al morir Er se había convertido en el único heredero de Judá. Pero si Tamar (la mujer de Onán) tenía un hijo, entonces ese hijo sería el heredero de Judá al considerarse que era el primogénito del primogénito y Onán se quedaría, como quien dice, con una mano delante (ja, ja) y otra detrás. Así que, aunque cumplió la orden de Yahvé en la letra y se casó con Tamar, la incumplió en espíritu porque cuando iba a llegar al orgasmo, zasca, coitus interruptus y a eyacular por ahí. En ningún momento se dice, ni se sugiere, que Onán se masturbara. Su pecado no tiene nada que ver con la lujuria, el coitus interruptus debe ser el antónimo de la lujuria. Su pecado es la avaricia y es por ese pecado por el que desagrada a Dios(3) y éste, como con su hermano, lo quita de en medio.

Arthegarn_________________

(1) Permítaseme la licencia de decir que Dios le “recuerda” a Onán un principio que, de acuerdo con la historia sagrada, se codifica años después. Judá era hijo de Jacob y el Deuteronomio en teoría se basa en los discursos de Moisés que era su tataranieto (de Jacob).
(2) La mujer en el judaísmo clásico carecía casi por completo de derechos por si misma. Su valía y su identidad se definían por el varón más cercano y eran siempre la hija, la esposa o la madre de alguien; cuanto menos su hermana o su suegra. Esta discriminación, por cierto, genera el concepto de la almah, la mujer en edad casadera que se va a quedar para vestir patriarcas (no había santos en esa época) y que debido a una mala traducción al griego como parthenos da lugar al mito de la virgindad de la Virgen que tanta tinta y sangre ha derramado.
(3) Por aumentar otro poco la cultura general, los babilónicos tenían un rito mágico consistente en que el dueño de un campo se masturbara sobre él para fertilizarlo y que produjera mejores cosechas. Muy probablemente la idea de que Onán se masturbara, pese a que el Génesis no diga que lo hiciera, sea resultado de esta contaminación babilónica como lo de la quijada de asno y tantas otras cosas del Génesis )empezando por la creación de Adán con arcilla en Génesis 2).

La culpa es del Sistema.

Esta mañana me he encontrado en el muro de un amigo de Facebook una publicación de Cristina Segui(1) en la que dice que «la práctica totalidad de los yihadistas (…) cobraba pensión pública y ayudas para el alquiler» por lo que «los políticos (…) deberían responder penalmente por la cultura del subsidio para quien viene a matarnos».

Bien, no soy precisamente sospechoso de estar a favor de la «cultura del subsidio», de hecho estoy muy en contra(2) pero el razonamiento que hay detrás de ese estado me parece tan equivocado y dañino como para merecer un comentario, aunque sea breve.

Vamos a obviar la evidente falacia del historiador 640x640_5120256y a suponer que los datos que se dan son ciertos (no me hace falta comprobarlos para lo que voy a decir) y que los yihadistas, en efecto, cobraban ayudas estatales. ¿Qué demuestra esto? ¿Que vinieron a España atraídos por esas ayudas, sabiendo que iban a poder vivir de la teta del Estado mientras preparaban sus atentados? No. Lo que demuestra, lo único que demuestra, es algo que no debería sorprendernos y es que eran pobres. Probablemente, pobres como ratas.

Justo ayer comentaba mi buen amigo Eduardo Casas como las estrategias del IS a la hora de reclutar mártires excluyen a los jóvenes cultos y religiosos y se centran en los parias, los fracasados, los abandonados, los incultos. Es mucho más fácil lavarle el cerebro hasta el punto del suicidio a quien tiene la cabeza sin amueblar, desde luego, pero lo que de verdad necesitas es alguien infeliz y desesperado. ¿Por qué? Mirad, esto funciona así: coges a alguien pobre y desesperado, alguien que se sienta solo(3) y abandonado, que no le vea salida a su situación y le explicas que, en realidad, las cosas no son como las 6af80fcf942ae60981ef2a9d31a67b16--allah-photospercibe. Que hay una realidad más grande en la que él es especial, que hay una historia en la que él es el protagonista y que termina con un «felices para siempre». Que la culpa de lo que le pasa no es suya sino de otros, de un sistema injusto y herético que debe ser destruído y que él es el elegido para matar a ese dragón que tanto daño ha hecho, a él y a otros que no pueden luchar por si mismos. Que es, sin saberlo, un héroe. Que solo tiene que dejarse llevar por su destino y, muerto el dragón, todo cambiará de inmediato, para él como héroe y para todos los demás a quienes liberará porque, muerto el perro, se acabó la rabia. Que solo tiene que escuchar su voz interior, que dejarse llevar por su justa ira para darse cuenta de lo que es, lo que está llamado a ser. Y el pobre desgraciado con quien estás hablando, desesperado por una pizca de esperanza, de autoconfianza, por una explicación de sus penurias que le haga quedar bien ante si mismo, se traga cebo, anzuelo, sedal y caña y ya está listo para que le pongas una pistola en la mano y le señales al dragón(4). No es tan difícil de hacer, de verdad, pero necesitas primero a un pobre desgraciado, inculto y desesperado. Antes, no después.

La causalidad del asunto es exactamente la inversa que sugiere Cristina Segui. Primero eres pobre y porque eres pobre recibes ayudas. Luego te captan. Esto implica que eliminar el subsidio no soluciona el problema ya que la situación no ha sido causada por el subsidio sino, acaso, mitigada por el mismo. Más allá de consideraciones 2015-05-17-03-37-11.canstockphoto14589633de humanidad y empatía, eliminar el subsidio probablemente aumetara el número de musulmanes pobres y desesperados carne de imam salafista(5). No, las cosas no son así. Nuestra sociedad hace el bien ayudando a quien lo necesita y hace el mal cuando niega esa ayuda, una sociedad despiadada e insolidaria da más argumentos al enemigo, no menos. Y, sí, el tema de la inmigración es complicado, el tema de los subsidios es complicado y dar a manos llenas es un error tan garrafal como no dar en absoluto, pero si el asunto es complicado hay que presentarlo como complicado, no como si la culpa de los atentados yihadistas fuera de los políticos que ayudan a los pobres por ser pobres sin mirar su nacionalidad o su religión. Es que es perverso.

Desconfiad de quienes os ofrecen una explicación simple de los males de la sociedad, sobre todo cuando esa explicación simple incluye un culpable. Para algo os quieren reclutar, seguro.

Salud y evolución,

Arthegarn______________

(1) No recuerdo haber oído hablar anteriormente de ella, aunque es posible que lo haya hecho y la haya olvidado. Por lo que he visto fue militante destacada de Vox, colabora con diversos medios de comunicación conservadores, protagonizó una polémica hace tres años por una entrevista en Interviú y se gana la vida haciendo coaching.
(2) De la cultura del subsidio. También estoy en contra de los subsidios en si mismos en la medida en que generan esta cultura, pero la triste realidad es que son necesarios.
(3) Una de las cosas que me llamó más la atención del perfil en Facebook de Driss Oukabir, por cierto, es que decía tener una relación. No me encajaba el perfil.
(4) O para que le pongas una papeleta en la mano y le señales una urna, ojo. El modus operandi del populista es básicamente el mismo pero con mass media.
(5) Esto no quiere decir que todos los integrantes del IS o todos los fanáticos sean simples e incultos, por supuesto. Decía Paul Valery que la guerra es una masacre entre gente que no se conoce para beneficio de gente que sí se conoce pero que no se masacra; adivinad en qué grupo están los fanáticos cultos y sofisticados.

Sobre el valor y el ejercicio de la libertad de expresión.

«Abre tus labios solo si lo que vas a decir es más hermoso que el silencio
Proverbio árabe.

Le debo a mi querido amigo Eduardo Marqués, desde hace una semana una respuesta a su artículo sobre la masacre de Charlie Hebdo, que más parece una arenga a las tropas que la inteligente reflexión liberal que suelo esperar de él(1). Desgraciadamente no me va a dar tiempo a tratar uno por uno los puntos del mismo, como me hubiera gustado, pero sí que me voy a meter en sutilezas con el asunto de los límites de la libertad de expresión.

La primera idea perniciosa con la que tenemos que acabar es la de que la libertad de expresión no tiene límites porque sí que los tiene. Podemos discutir, como intentaré hacer en este artículo, donde están esos límites, pero el hecho es que sí que los tiene y que están marcados de dos formas: convencionalmente por las leyes y éticamente por el principio del daño(2). Los límites convencionales (legales) varían de nación a nación y de cultura en cultura y en pueden llegar a ser tan estrechos que, a la hora de la verdad, nieguen lo que intentan definir(3) por lo que no creo que sean relevantes a estos efectos; pero los límites éticos sí.

El primer y fundamental derecho que tiene la persona es a que le dejen en paz. A que no le maten ni le hieran ni le quiten lo que es suyo. Y en este derecho se incluyen tanto la protección contra los daños materiales como los morales. Lo de la protección de los daños materiales es bastante fácil de ver: yo tengo derecho a que nadie me de una paliza o me robe o me corte un brazo; requiere un poco más de perspicacia. El hecho es que existe alrededor de cada persona un conjunto de ideas intangibles en las que se apoya la parte más humana, social e intelectual de su vida, y que tiene uno tiene derecho a que nadie dañe ese bien que no por intangible es inexistente.

Como lo que acabo de decir se presta a muchas interpretaciones y utilizar las palabras exactas es bastante farragoso(4) voy a poner un ejemplo cercano: tú tienes derecho a tu imagen pública (que es un conjunto de ideas que existen alrededor de cada uno, específicamente sobre uno mismo y al que se dedican ingentes esfuerzos para configurar de un modo específico) y a que nadie la destruya. Si alguien va diciendo de ti que eres un ladrón y un sinvergüenza la gente no se fiará de ti: no encontrarás trabajo, nadie te prestará nada ni te alquilará nada, no encontrarás pareja y a lo mejor incluso pierdes amistades que no quieren contaminar su propia imagen por asociación. Por mucho que digan los ingleses aquello de que sticks and stones may break my bones but names will never hurt me lo cierto es que sí que sí pueden. Y como.

Queda claro pues que uno tiene derecho, como mínimo, a que no se le calumnie, a que nadie le joda la vida con mentiras(5). Establecido pues que la libertad de expresión tiene ciertos límites, lo que tenemos que preguntarnos es dónde están.

Por ejemplo, ¿qué pasa si alguien dice que soy un ladrón y un sinvergüenza y es yo en realidad soy un ladrón y un sinvergüenza? Entonces no me está calumninando, me está describiendo; no está contando una mentira sobre mí, está de hecho deshaciendo una mentira (mi falsa apariencia de honradez) para que brille la verdad. Recurrimos en este caso otro derecho, previo al de la libertad de expresión, que es el de la libertad de información. Si algo es cierto yo tengo el derecho (algunos pensamos que el deber) de difundirlo, y ese derecho es superior al derecho a la propia imagen. ¿Por qué? Porque la sociedad en su conjunto se beneficia de la verdad. Si eres un sinvergüenza, yo lo sé y no se lo digo a nadie, la sociedad se verá perjudicada porque continuarás aprovechándote de los demás; pero si eres un sinvergüenza y yo lo cuento la sociedad se verá beneficiada ya que estará al corriente de tus deshonestidades y podrá estar en guardia contra ti. En efecto, el derecho a la información está por encima del derecho a la propia imagen, siempre que la información difundida sea cierta(6). Lo que nos lleva al derecho a la libertad de expresión.

La libertad de expresión es hija : (i) de la libertad de conciencia, que dice que yo tengo derecho a pensar lo que me de la gana y a creer lo que me parezca bien(7) y (ii) de la libertad de información, que dice que yo tengo derecho a informar de hechos ciertos; y entra en juego cuando yo informo de una opinión, de una creencia que, aunque no puede ser demostrada, tengo la certeza moral de que es verdadera. Por ejemplo, puede que no sea cierto, o que no sea demostrable, que Bárcenas es un ladrón y un sinvergüenza, por lo que no tengo derecho a divulgar que lo sea. Pero lo que sí que es cierto es que yo creo que lo es y ese hecho tengo derecho a divulgarlo. Es en estos casos coando entra en juego esa especialidad del derecho a la información que llamamos derecho a la libertad de expresión.

Ahora bien, tampoco es ahí donde están los límites de la libertad de expresión. Si se limitara a la veracidad del hecho de que yo tengo una creencia X la libertad de expresión ampararía que yo difundiera, por ejemplo, que creo Hitler fue un gran hombre, que creo que el mundo estaría mejor si judíos (o sin moros, o sin gitanos), que creo que los negros son una especie inferior que nunca deberían tener acceso a la ciudadanía o que creo que los problemas de España se solucionarían en dos patadas con una guillotina en cada plaza por la que pasaran un buen puñado de [políticos / empresarios / vagos y perroflautas / banqueros / comunistas / fachas / rojos / catalanes / vascos], para que aprendan. O que creo que el sitio de las mujeres está en la cocina y que si le llevan la contraria a su marido se merecen un buen guantazo. ¿Verdad?

Queda claro que no. Que resulta que hay cosas que no las puedo decir. Aunque sean ciertas (porque sea cierto que lo pienso). La libertad de expresión no es una tarjeta de “salga de la cárcel gratis”; va a resultar no solo que tiene límites sino que son más estrechos de lo que aparecen en determinados discursos populistas y libertarios. Pero ¿por qué? Y, sobre todo, ¿dónde están los límites?

La razón por la que la libertad de expresión, o de hecho por la que cualquiera de nuestras libertades, tiene límites es porque el ejercicio de nuestras libertades tiene efectos sobre los demás y fb14215b8d52b1d0c690abd8a186e4c0y que esos efectos no son siempre positivos(8). El ejercicio ético y responsable de nuestros derechos implica preguntarnos sobre las consecuencias, no solo sobre nosotros sino sobre los demás, incluso mediatas y a largo plazo, que tiene el que yo realice una acción que aparentemente está permitida en abstracto. Supone, en otras palabras, dejar el mundo teórico y bajar al mundo real en el que vive (y sufre) la gente. Supone preguntarse, humilde y responsablemente, si voy a hacer más mal o más bien a la sociedad y a mi prójimo con la acción que considero, con la opinión que quiero difundir; preocuparse no solo por los derechos de uno, sino por los de los demás, entre otros a no sentirse insultado o agredido. Porque, como creo que todos sabemos, la integridad y la estabilidad emocionales son preciosas para todos, hasta el punto de ser indispensables. Cuando alguien ataca nuestra estabilidad emocional nos produce un daño, que en muchos casos se traduce en un dolor físico y que puede llevar a diversas enfermedades e incluso a la muerte(9). Y eso no solo nos pasa cuando nos atacan a nosotros; en muchos casos es mucho peor cuando atacan a quienes amamos. Es lo que tiene el amor, que nos hace empáticos con la persona amada, que cuando sufre ella sufrimos nosotros y que en muchos casos nos resulta más fácil soportar nuestro propio sufrimiento que el de aquellos a los que amamos. Ese daño, ese dolor, es real; y un ciudadano consciente, un ser humano íntegro, no puede vivir su vida ignorando el dolor que causa entre sus semejantes. Y, aunque resulte difícil de creer para algunos, ese amigo imaginario de los creyentes, Dios, es para ellos tan real como para vosotros vuestra madre, pareja o hijos; y cuando se le insulta, se le veja o se le hace de menos, les duele. Y mucho. Y como faltarle a tu madre a ti es faltarle a Dios a los creyentes, a la Corona a los monárquicos o sacarle a relucir el Libro Negro del Comunismo a un comunista.

¿Significa esto que deberíamos prohibir los chistes de mal gusto sobre Dios? ¿Que los de Charlie Hebdo se lo tenían merecido? ¿Que deberían haberse retirado de los quioscos los libros de Salman Rushdie, o los de Richard Dawkins, o El Jueves número 1580? No. No quiero decir eso.

Lo de Charlie Hebdo, como lo de Theo Van Gogh(10), es injustificable. En primer lugar por un asunto de justicia: el hecho de que yo sea te haga daño no te da derecho a ti a hacérmelo a mí. En segundo lugar por un asunto de proporcionalidad: no importa cuánto te hayan dolido mis palabras, acabar con mi vida no es una retribución proporcional. Y, en tercer lugar porque, si dejar en manos de los ciudadanos la represión por el abuso de la libertad de expresión es mala idea (como hemos visto), dejarla en manos del Estado es infinitamente peor. La libertad de expresión es, como la presunción de inocencia, imprescindible para vivir en libertad. Limitar la presunción de inocencia es, en última instancia, favorecer que el Estado pueda meter en la cárcel a quien quiera; de la misma manera, limitar por ley la libertad de expresión es darle a quien ostente el poder la capacidad de amordazar a quien quiera, permitir a quien dirija el Estado hacerse invulnerable a la crítica, superior a sus oponentes, perpetuo en el poder. Y de eso ya hemos tenido demasiado en el pasado y ya sabemos que no trae nada bueno.

Muchos lumbreras reniegan de la presunción de inocencia cada vez que un culpable escapa de su justa sentencia por un tecnicismo y piden a gritos una justicia distinta en la que los delincuentes vayan a la cárcel, porque está claro que este sistema que permite que los culpables se escapen no funciona, confundiendo que el sistema no sea perfecto con que no funcione, y las consecuencias indeseadas pero inevitables del sistema (que algunos culpables queden libres) con el objetivo del sistemaimages Quiero pensar de ellos que son simples bobos que no se han parado a pensar en el sistema que proponen como alternativa y las consecuencias que tiene y no verdaderos proponentes de ese sistema. De la misma manera, muchos puritanos reniegan de la libertad de expresión cada vez que, amparándose en ella, se ofende o insulta a lo que aprecian y respetan, y se atreven a sugerir un sistema en el que se prohíban faltas de respeto, insultos o vejaciones como los que decimos. Como en el caso anterior, prefiero pensar que son bobos. Los insultos gratuitos a la religión, a la corona, a la patria, al Real Madrid o a lo que sea, no son el objetivo del derecho a la libertad de expresión; son las indeseables consecuencias de ese derecho con las que, sin embargo, tenemos que vivir porque la alternativa, que es vivir sin libertades, no es considerable.

Y, dicho esto, dejada clara la necesidad imperiosa de la libertad de expresión y de que el Estado no pueda legislar más que mínimamente al respecto, ¿es tanto pedir, conciudadanos, un poco de empatía? ¿Un poco de responsabilidad? ¿Es tanto pedir, que no exigir, que antes de decir o escribir o dibujar algo, pensemos si vamos a hacer daño a otro? ¿Es tan grave sugerir que cada uno, en uso de nuestra libertad individual, piense si lo que va a hacer va a causar más bien que mal, más risa que ira, más felicidad que dolor a aquellos que le rodean? ¿Tanto pedir que se piense dos veces a ver si hay alguna forma de hacer reír que no haga rabiar a nadie? ¿Y que si, tras un examen de conciencia, llega uno a la conclusión de que quizá lo que iba a hacer iba a hacer sufrir a su prójimo, a su conciudadano, no lo haga? ¿No es elegir callar una inconveniencia, un insulto, una calumnia, también un ejercicio de la libertad de expresión? ¿O es que solo quien suelta sapos y culebras y estira esa libertad hasta sus es quien auténticamente la ejerce mientras que todos los demás, la inmensa mayoría de nosotros que nos movemos dentro de esos límites intentando no pisar demasiados callos a los demás porque no queremos que sufran somos unos cobardes mojigatos incapaces de decir lo que en realidad piensan? ¿Son la contención, la paciencia y la templanza defectos hoy en día?

Pues esto, amigo Eduardo, es la autocensura. Una mezcla de empatía, responsabilidad, autocontrol… y libertad individual.

Saludos a todos,

Arthegarn__________________
(1) Y es que lo siento, amigo mío, pero desde que estás en política tratas temas complejos y delicados, como los límites éticos de los derechos humanos, con la sutileza de una carga de caballería. Quiero pensar que lo haces porque buscas el voto, si no el aplauso, de la masa indistinta que puebla la parte alta de la campana de Gauss; que dices lo que dices porque el gran público al que te diriges no llega a más y no porque te estés volviendo tosco últimamente. Pero como nunca se sabe, y como aunque yo no sea parte de tu público objetivo sí que soy uno de tus fieles lectores, me vas a -tener que- disculpar que yo, en uso de esa libertad de expresión de la que hablas, y que en mi opinión tratas con la delicadeza de una verdulera metida a taxista, te haga algunos comentarios y precisiones.
(2) Si eres liberal, claro, si eres totalitario el principio del daño te da lo mismo. Claro que en ese caso también te da lo mismo el derecho a la libertad de expresión y, ya que estamos, todos los derechos individuales ya que solo existen y son dignos de respeto en tanto benefician al colectivo…
(3) Lo de la “libertad de culto” en Arabia Saudí, por ejemplo, es simplemente increíble.
(4) La idea básica, traducida a un lenguaje jurídico-político, viene a ser que la integridad emocional es, como la integridad física, un bien jurídico que debe ser protegido por el Estado. Esto implicaría, dada nuestra concepción weberiana del Estado como único capacitado para el legítimo uso de la fuerza, que esa protección debe ser dada por el Estado y no por los particulares. El problema es que nuestro concepto de la libertad de expresión deja al ciudadano idefenso ante el ataque a ese bien y la causación del daño ya que el Estado: (i) ni es efectivamente protege al ciudadano ni le permite protegerse a si mismo y (ii) ni obtiene coercitivamente del ofensor una idemnización por el daño causado ni le permite obternerla por si mismo.
(5)Este asunto tiene particular relevancia en la sociedad actual en la que la información (y la desinformación) se mueven a tanta velocidad y son tan difíciles de controlar. ¿Alguien se acuerda de Amanda Todd? ¿O, ,ás cerca, de Carla Diaz?
(6) Incidentalmente: los que defienden que la libertad de expresión no tiene límites defienden implícitamente que tan válida y digna de protección es la mentira como la verdad.
(7) Otra cosa es que tenga razón en lo que creo y pienso, por supuesto…
(8) Ni inmediatos. Ni fáciles de ver.
(9) Y a los casos anteriores me remito.
(10) ¿Alguien se acuerda de Theo van Gogh?

Coherencia, por Dios.

Este Papa tan mediático y estupendo que tenemos ha conseguido tocarme las narices como ninguno otro antes.

Resulta que en la audiencia general de ayer afirmó que los casados por la Iglesia que inician otra relación no están excomulgados y no debería tratárseles así. Y este pensamiento, con el que estoy de acuerdo en el fondo, es una aberración formal tal y como se ha hecho que clama al cielo y un signo de, lo siento, pero nada bueno. Las personas en esa situación, entre las que yo mismo me encuentro, estamos excomulgados (y latae sententiae(1) nada menos) y hay muy buenas razones para que así sea. ¿Que esta aplicación rigurosa y legalista de la doctrina va muy probablemente en contra del mensaje de Jesús? ¡Desde luego! Pero es que cuando la ley está mal hecha lo que tienes que hacer es cambiar la ley, no decir que te vas a limitar a no aplicarla porque, total, no pasa nada por contradecirnos a nosotros mismos. Lo que está haciendo Francisco es una aberración. Y lo dice la Biblia,  «todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.» (Lc. 11:17)

Recapitulemos.

El matrimonio no es, en la doctrina católica, cualquier unión de pareja. Es un sacramento con unas características específicas, siendo una de las más importantes su indisolubilidad. Cuando uno contrae matrimonio jura fidelidad(2) de por vida, sin atajos ni excepciones. De la monogamia autoimpuesta y aceptada en el matrimonio solo hay tres salidas: la observancia, el pecado y la muerte. No hay vuelta de hoja. Eso quiere decir que quienes tienen sexo fuera del matrimonio pecan, y que quienes mantienen una relación fuera del matrimonio pecan de forma pública y notoria, máxime si formalizan esa segunda relación mediante un matrimonio civil. Y los pecadores públicos y notorios que encima no hacen propósito de enmienda se excomulgan latae sententiae; así son las cosas y así se las hemos contado, no hay vuelta de hoja. No, no me vengas con que, hombre, es que cómo le vas a pedir a alguien que viva así, sobre todo si su pareja le ha abandonado para irse con otro. Nadie dijo que ser virtuoso fuera fácil ni que la vida no estuviera llena de tentaciones, a veces graves y constantes. Tú juraste ser fiel (¡y amar!) a tu pareja de por vida, pasara lo que pasara. El hecho de que tu pareja peque y rompa sus votos no quiere decir que tú no peques al romper los tuyos; si tu marido se va de putas es un pecador y un sinvergüenza, pero eso no te da bula para tirarte tú al fontanero.

Lo que está diciendo el Papa, sin llegar al esperpento del ejemplo anterior, es casi igual de grave. Y es grave porque rompe la coherencia interna del catolicismo romano, que ha sido la piedra angular que ha sostenido esa doctrina y esa institución durante dos mil años. Si los divorciados vueltos a casar no están excomulgados entonces es que esa condición no es inherentemente pecaminosa. Pero ¿cómo no va a serlo, si están cometiendo adulterio, encima en la mayor parte de los casos sin arrepentmiento ni propósito de enmienda? «Bueno, es que eso da un poco igual» me dirá alguno «si a los ojos de Dios no están pecando, y la verdad es que a mi me cuesta mucho imaginar a un Dios de amor condenando al infierno a quien cometió un error, se casó con quien no debía y luego encontró el amor y rehizo su vida, entonces lo que hace el Papa es acercarse al mensaje de Jesús y no alejarse de él». Pues ¿sabéis lo que os digo? Que probablemente tengáis razón. De hecho, es lo que yo pienso(3). Pero es que el problema no está en el fondo sino en la forma.

Si el Papa Francisco quiere terminar con la excomunión de los divorciados y vueltos a casar, cosa que me parece muy bien, tiene que hacerlo como es debido. No puede aplicar el equivalente teológico del «voy a darme este capricho, que me lo merezco, y luego ya veré como lo pago». Lo que tiene que hacer, si las normas canónicas y doctrinales están mal hechas, es cambiar esas normas para que estén bien hechas, no decir que como la norma está mal pues nos la saltamos y ya está, que no pasa nada. Eso es minar la autoridad de la Iglesia justificando que las normas están hechas para ser ignoradas a conceniencia, una pendiente resbaladiza peligrosísima para la misma que no creo que ninguno de sus predecesores haya defendido. Lo que está haciendo el Papa Francisco es básicamente reconocer el divorcio canónico, el fin del matrimonio sacramental por voluntad de los cónyuges y, con él, del pecado de adulterio en la nueva relación. Bien, pues que lo haga. Que cree un procedimiento canónico para obtener ese divorcio «dentro del sistema», sea en forma de divorcio como tal, sea en forma de bula o dispensa. Que tenga la coherencia y las narices de legislar y dar forma a lo que está diciendo, pero que no actúe como si la coherencia monolítica del catolicismo fuera una bagatela de la que puede uno prescindir casualmente cuando le conviene, en primer lugar porque esa idea sí que va en contra de la doctrina cristiana y en segundo lugar porque corre el riesgo de cargarse la Iglesia Católica Romana como institución, con todas sus ventajas(4) para las sociedades en las que opera. Y es que no sé si alguien se acuerda, pero Francisco es Petrus Romanus; este debe ser el primer paso en la destrucción de Roma, ,mis queridos rojos peligrosos deberían estar frotándose las manos…

Las cosas, o se hacen bien, o no se hacen; porque hacerlas mal es peor que no hacerlas.

Arthegarn____________

(1) Latae sententiae quiere decir «sin necesidad de sentencia», es decir: sin que sea necesario un juicio y una declaración episcopal oficial. Es la propia naturaleza pecaminosa de los actos la que coloca a quien los comete fuera de la comunión de la Iglesia, y en el caso que nos afecta la notoriedad y publicidad hacen innecesario el proceso y la declaración oficial.
(2) Por supuesto podríamos ponernos a discutir qué es exactamente la fidelidad, pero os advierto que en este tema también están código, catecismo y doctrina muy de acuerdo: fidelidad es monogamia.
(3) Bueno, vale, lo que yo pienso es bastante más complicado y está lleno de matices y teológica jerigonza, pero básicamente va por ahí.
(4) Quien crea que la unidad de la Iglesia y su estructura no es una ventaja para las sociedades en la que opera, que me lo comente y lo discutimos con ejemplos de alternativas; yo empezaré con el Islam.

 

Sobre el valor y el ejercicio de la libertad de expresión

«Abre tus labios solo si lo que vas a decir es más hermoso que el silencio
Proverbio árabe.

Le debo a mi querido amigo Eduardo Marqués, desde hace una semana una respuesta a su artículo sobre la masacre de Charlie Hebdo, que más parece una arenga a las tropas que la inteligente reflexión liberal que suelo esperar de él(1). Desgraciadamente no me va a dar tiempo a tratar uno por uno los puntos del mismo, como me hubiera gustado, pero sí que me voy a meter en sutilezas con el asunto de los límites de la libertad de expresión.

La primera idea perniciosa con la que tenemos que acabar es la de que la libertad de expresión no tiene límites porque sí que los tiene. Podemos discutir, como intentaré hacer en este artículo, donde están esos límites, pero el hecho es que sí que los tiene y que están marcados de dos formas: convencionalmente por las leyes y éticamente por el principio del daño(2). Los límites convencionales (legales) varían de nación a nación y de cultura en cultura y en pueden llegar a ser tan estrechos que, a la hora de la verdad, nieguen lo que intentan definir(3) por lo que no creo que sean relevantes a estos efectos; pero los límites éticos sí.

El primer y fundamental derecho que tiene la persona es a que le dejen en paz. A que no le maten ni le hieran ni le quiten lo que es suyo. Y en este derecho se incluyen tanto la protección contra los daños materiales como los morales. Lo de la protección de los daños materiales es bastante fácil de ver: yo tengo derecho a que nadie me de una paliza o me robe o me corte un brazo; requiere un poco más de perspicacia. El hecho es que existe alrededor de cada persona un conjunto de ideas intangibles en las que se apoya la parte más humana, social e intelectual de su vida, y que tiene uno tiene derecho a que nadie dañe ese bien que no por intangible es inexistente.

Como lo que acabo de decir se presta a muchas interpretaciones y utilizar las palabras exactas es bastante farragoso(4) voy a poner un ejemplo cercano: tú tienes derecho a tu imagen pública (que es un conjunto de ideas que existen alrededor de cada uno, específicamente sobre uno mismo y al que se dedican ingentes esfuerzos para configurar de un modo específico) y a que nadie la destruya. Si alguien va diciendo de ti que eres un ladrón y un sinvergüenza la gente no se fiará de ti: no encontrarás trabajo, nadie te prestará nada ni te alquilará nada, no encontrarás pareja y a lo mejor incluso pierdes amistades que no quieren contaminar su propia imagen por asociación. Por mucho que digan los ingleses aquello de que sticks and stones may break my bones but names will never hurt me lo cierto es que sí que sí pueden. Y como.

Queda claro pues que uno tiene derecho, como mínimo, a que no se le calumnie, a que nadie le joda la vida con mentiras(5). Establecido pues que la libertad de expresión tiene ciertos límites, lo que tenemos que preguntarnos es dónde están.

Por ejemplo, ¿qué pasa si alguien dice que soy un ladrón y un sinvergüenza y es yo en realidad soy un ladrón y un sinvergüenza? Entonces no me está calumninando, me está describiendo; no está contando una mentira sobre mí, está de hecho deshaciendo una mentira (mi falsa apariencia de honradez) para que brille la verdad. Recurrimos en este caso otro derecho, previo al de la libertad de expresión, que es el de la libertad de información. Si algo es cierto yo tengo el derecho (algunos pensamos que el deber) de difundirlo, y ese derecho es superior al derecho a la propia imagen. ¿Por qué? Porque la sociedad en su conjunto se beneficia de la verdad. Si eres un sinvergüenza, yo lo sé y no se lo digo a nadie, la sociedad se verá perjudicada porque continuarás aprovechándote de los demás; pero si eres un sinvergüenza y yo lo cuento la sociedad se verá beneficiada ya que estará al corriente de tus deshonestidades y podrá estar en guardia contra ti. En efecto, el derecho a la información está por encima del derecho a la propia imagen, siempre que la información difundida sea cierta(6). Lo que nos lleva al derecho a la libertad de expresión.

La libertad de expresión es hija : (i) de la libertad de conciencia, que dice que yo tengo derecho a pensar lo que me de la gana y a creer lo que me parezca bien(7) y (ii) de la libertad de información, que dice que yo tengo derecho a informar de hechos ciertos; y entra en juego cuando yo informo de una opinión, de una creencia que, aunque no puede ser demostrada, tengo la certeza moral de que es verdadera. Por ejemplo, puede que no sea cierto, o que no sea demostrable, que Bárcenas es un ladrón y un sinvergüenza, por lo que no tengo derecho a divulgar que lo sea. Pero lo que sí que es cierto es que yo creo que lo es y ese hecho tengo derecho a divulgarlo. Es en estos casos coando entra en juego esa especialidad del derecho a la información que llamamos derecho a la libertad de expresión.

Ahora bien, tampoco es ahí donde están los límites de la libertad de expresión. Si se limitara a la veracidad del hecho de que yo tengo una creencia X la libertad de expresión ampararía que yo difundiera, por ejemplo, que creo Hitler fue un gran hombre, que creo que el mundo estaría mejor si judíos (o sin moros, o sin gitanos), que creo que los negros son una especie inferior que nunca deberían tener acceso a la ciudadanía o que creo que los problemas de España se solucionarían en dos patadas con una guillotina en cada plaza por la que pasaran un buen puñado de [políticos / empresarios / vagos y perroflautas / banqueros / comunistas / fachas / rojos / catalanes / vascos], para que aprendan. O que creo que el sitio de las mujeres está en la cocina y que si le llevan la contraria a su marido se merecen un buen guantazo. ¿Verdad?

Queda claro que no. Que resulta que hay cosas que no las puedo decir. Aunque sean ciertas (porque sea cierto que lo pienso). La libertad de expresión no es una tarjeta de “salga de la cárcel gratis”; va a resultar no solo que tiene límites sino que son más estrechos de lo que aparecen en determinados discursos populistas y libertarios. Pero ¿por qué? Y, sobre todo, ¿dónde están los límites?

La razón por la que la libertad de expresión, o de hecho por la que cualquiera de nuestras libertades, tiene límites es porque el ejercicio de nuestras libertades tiene efectos sobre los demás y fb14215b8d52b1d0c690abd8a186e4c0y que esos efectos no son siempre positivos(8). El ejercicio ético y responsable de nuestros derechos implica preguntarnos sobre las consecuencias, no solo sobre nosotros sino sobre los demás, incluso mediatas y a largo plazo, que tiene el que yo realice una acción que aparentemente está permitida en abstracto. Supone, en otras palabras, dejar el mundo teórico y bajar al mundo real en el que vive (y sufre) la gente. Supone preguntarse, humilde y responsablemente, si voy a hacer más mal o más bien a la sociedad y a mi prójimo con la acción que considero, con la opinión que quiero difundir; preocuparse no solo por los derechos de uno, sino por los de los demás, entre otros a no sentirse insultado o agredido. Porque, como creo que todos sabemos, la integridad y la estabilidad emocionales son preciosas para todos, hasta el punto de ser indispensables. Cuando alguien ataca nuestra estabilidad emocional nos produce un daño, que en muchos casos se traduce en un dolor físico y que puede llevar a diversas enfermedades e incluso a la muerte(9). Y eso no solo nos pasa cuando nos atacan a nosotros; en muchos casos es mucho peor cuando atacan a quienes amamos. Es lo que tiene el amor, que nos hace empáticos con la persona amada, que cuando sufre ella sufrimos nosotros y que en muchos casos nos resulta más fácil soportar nuestro propio sufrimiento que el de aquellos a los que amamos. Ese daño, ese dolor, es real; y un ciudadano consciente, un ser humano íntegro, no puede vivir su vida ignorando el dolor que causa entre sus semejantes. Y, aunque resulte difícil de creer para algunos, ese amigo imaginario de los creyentes, Dios, es para ellos tan real como para vosotros vuestra madre, pareja o hijos; y cuando se le insulta, se le veja o se le hace de menos, les duele. Y mucho. Y como faltarle a tu madre a ti es faltarle a Dios a los creyentes, a la Corona a los monárquicos o sacarle a relucir el Libro Negro del Comunismo a un comunista.

¿Significa esto que deberíamos prohibir los chistes de mal gusto sobre Dios? ¿Que los de Charlie Hebdo se lo tenían merecido? ¿Que deberían haberse retirado de los quioscos los libros de Salman Rushdie, o los de Richard Dawkins, o El Jueves número 1580? No. No quiero decir eso.

Lo de Charlie Hebdo, como lo de Theo Van Gogh(10), es injustificable. En primer lugar por un asunto de justicia: el hecho de que yo sea te haga daño no te da derecho a ti a hacérmelo a mí. En segundo lugar por un asunto de proporcionalidad: no importa cuánto te hayan dolido mis palabras, acabar con mi vida no es una retribución proporcional. Y, en tercer lugar porque, si dejar en manos de los ciudadanos la represión por el abuso de la libertad de expresión es mala idea (como hemos visto), dejarla en manos del Estado es infinitamente peor. La libertad de expresión es, como la presunción de inocencia, imprescindible para vivir en libertad. Limitar la presunción de inocencia es, en última instancia, favorecer que el Estado pueda meter en la cárcel a quien quiera; de la misma manera, limitar por ley la libertad de expresión es darle a quien ostente el poder la capacidad de amordazar a quien quiera, permitir a quien dirija el Estado hacerse invulnerable a la crítica, superior a sus oponentes, perpetuo en el poder. Y de eso ya hemos tenido demasiado en el pasado y ya sabemos que no trae nada bueno.

Muchos lumbreras reniegan de la presunción de inocencia cada vez que un culpable escapa de su justa sentencia por un tecnicismo y piden a gritos una justicia distinta en la que los delincuentes vayan a la cárcel, porque está claro que este sistema que permite que los culpables se escapen no funciona, confundiendo que el sistema no sea perfecto con que no funcione, y las consecuencias indeseadas pero inevitables del sistema (que algunos culpables queden libres) con el objetivo del sistemaimages Quiero pensar de ellos que son simples bobos que no se han parado a pensar en el sistema que proponen como alternativa y las consecuencias que tiene y no verdaderos proponentes de ese sistema. De la misma manera, muchos puritanos reniegan de la libertad de expresión cada vez que, amparándose en ella, se ofende o insulta a lo que aprecian y respetan, y se atreven a sugerir un sistema en el que se prohíban faltas de respeto, insultos o vejaciones como los que decimos. Como en el caso anterior, prefiero pensar que son bobos. Los insultos gratuitos a la religión, a la corona, a la patria, al Real Madrid o a lo que sea, no son el objetivo del derecho a la libertad de expresión; son las indeseables consecuencias de ese derecho con las que, sin embargo, tenemos que vivir porque la alternativa, que es vivir sin libertades, no es considerable.

Y, dicho esto, dejada clara la necesidad imperiosa de la libertad de expresión y de que el Estado no pueda legislar más que mínimamente al respecto, ¿es tanto pedir, conciudadanos, un poco de empatía? ¿Un poco de responsabilidad? ¿Es tanto pedir, que no exigir, que antes de decir o escribir o dibujar algo, pensemos si vamos a hacer daño a otro? ¿Es tan grave sugerir que cada uno, en uso de nuestra libertad individual, piense si lo que va a hacer va a causar más bien que mal, más risa que ira, más felicidad que dolor a aquellos que le rodean? ¿Tanto pedir que se piense dos veces a ver si hay alguna forma de hacer reír que no haga rabiar a nadie? ¿Y que si, tras un examen de conciencia, llega uno a la conclusión de que quizá lo que iba a hacer iba a hacer sufrir a su prójimo, a su conciudadano, no lo haga? ¿No es elegir callar una inconveniencia, un insulto, una calumnia, también un ejercicio de la libertad de expresión? ¿O es que solo quien suelta sapos y culebras y estira esa libertad hasta sus es quien auténticamente la ejerce mientras que todos los demás, la inmensa mayoría de nosotros que nos movemos dentro de esos límites intentando no pisar demasiados callos a los demás porque no queremos que sufran somos unos cobardes mojigatos incapaces de decir lo que en realidad piensan? ¿Son la contención, la paciencia y la templanza defectos hoy en día?

Pues esto, amigo Eduardo, es la autocensura. Una mezcla de empatía, responsabilidad, autocontrol… y libertad individual.

Saludos a todos,

Arthegarn__________________
(1) Y es que lo siento, amigo mío, pero desde que estás en política tratas temas complejos y delicados, como los límites éticos de los derechos humanos, con la sutileza de una carga de caballería. Quiero pensar que lo haces porque buscas el voto, si no el aplauso, de la masa indistinta que puebla la parte alta de la campana de Gauss; que dices lo que dices porque el gran público al que te diriges no llega a más y no porque te estés volviendo tosco últimamente. Pero como nunca se sabe, y como aunque yo no sea parte de tu público objetivo sí que soy uno de tus fieles lectores, me vas a -tener que- disculpar que yo, en uso de esa libertad de expresión de la que hablas, y que en mi opinión tratas con la delicadeza de una verdulera metida a taxista, te haga algunos comentarios y precisiones.
(2) Si eres liberal, claro, si eres totalitario el principio del daño te da lo mismo. Claro que en ese caso también te da lo mismo el derecho a la libertad de expresión y, ya que estamos, todos los derechos individuales ya que solo existen y son dignos de respeto en tanto benefician al colectivo…
(3) Lo de la “libertad de culto” en Arabia Saudí, por ejemplo, es simplemente increíble.
(4) La idea básica, traducida a un lenguaje jurídico-político, viene a ser que la integridad emocional es, como la integridad física, un bien jurídico que debe ser protegido por el Estado. Esto implicaría, dada nuestra concepción weberiana del Estado como único capacitado para el legítimo uso de la fuerza, que esa protección debe ser dada por el Estado y no por los particulares. El problema es que nuestro concepto de la libertad de expresión deja al ciudadano idefenso ante el ataque a ese bien y la causación del daño ya que el Estado: (i) ni es efectivamente protege al ciudadano ni le permite protegerse a si mismo y (ii) ni obtiene coercitivamente del ofensor una idemnización por el daño causado ni le permite obternerla por si mismo.
(5)Este asunto tiene particular relevancia en la sociedad actual en la que la información (y la desinformación) se mueven a tanta velocidad y son tan difíciles de controlar. ¿Alguien se acuerda de Amanda Todd? ¿O, ,ás cerca, de Carla Diaz?
(6) Incidentalmente: los que defienden que la libertad de expresión no tiene límites defienden implícitamente que tan válida y digna de protección es la mentira como la verdad.
(7) Otra cosa es que tenga razón en lo que creo y pienso, por supuesto…
(8) Ni inmediatos. Ni fáciles de ver.
(9) Y a los casos anteriores me remito.
(10) ¿Alguien se acuerda de Theo van Gogh?

Dios no creó el infierno. Fui yo.

La gente nace, vive y muere y eso lo tengo asumido. Mis seres queridos vienen y se van, y también lo tengo asumido. Y, cuando se van, sé que no los volveré a ver, que no volverán a quererme ni a reir con mis alegrías ni a llorar con mis penas, y siento que estoy un poco más solo y eso me entristece. Pero no sufro particularmente por ellos, porque han desaparecido y, por tanto, están mucho, mucho más allá de sentir dolor, angustia o sufrimiento. Todo eso lo llevo bien.

Pero cuando tengo una misa funeral por alguno de estos seres queridos, cuando intento expresar mis sentimientos en un marco de referencia y con un lenguaje cristiano (porque eran cristianos), cuando pienso en una acción de gracias o escribo una oración pidiendo que “gocen de la gracia prometida por Jesús, que Dios les conceda la felicidad de la Vida Eterna y el conocimiento de lo importantes que fueron y de lo que les seguimos queriendo”… Entonces se me parte el alma que no tengo, porque ya no creo en ninguna de esas cosas, porque ya no hablo ese idioma aunque sepa decir las palabras. Y me siento vacío, estéril y sucio, como si intentara hacer el amor con el cadáver de mi amada. Y me enfado conmigo mismo, con el mundo y con Dios, por hacerme desenterrar de vez en cuando los despojos de aquello que me fue tan precioso, por obligarme a volver a mirarlo a los ojos y volver a fundir mi espíritu, que no tengo, con el suyo, para encontrar las palabras adecuadas.

Y luego estoy roto y miserable porque recuerdo, una vez más, todo lo que he perdido por subirme a esta torre de marfil intelectual en la que estoy, tan alto, lleno de razón y solitario. Y me odio porque sé que, aunque podría, aunque lo deseo desesperadamente, no voy a volver; no voy a dejar entrar en mi torre a esa hermosa figura que espera, vestida de blanco, toda sonrisas, abrazos, amor y perdón, a que le abra la puerta a la que llama suavemente, como pidiendo perdón por molestar, de vez en cuando.

Cuando era católico solía decir que el infierno es un estado del alma en el que esta se aleja completamente de Dios y que, como Dios es ubicuo, la única forma de ir al infierno era voluntariamente, dándole la espalda a Dios y rechazándole a sabiendas. ¡Cuánta razón tenía, sin saberlo! Cuánta razón…

Una ciudad joven, caliente… y empapada

Lo que más me enerva de la visita del Papa a Madrid no son las molestias que causa ni el dinero desperdiciado, sino la intolerancia, el odio y la hipocresía que está exponiendo. Porque en España hay que ser tolerante con todo… menos con los católicos, claro.

Esta es una opinión que vengo teniendo desde hace cosa de quince años: en España hay que ser tolerante con todo, permitir todo tipo de opiniones, creencias, formas de vida, ideas políticas, sexualidades, modas, comportamientos, modelos de estado y religiones con la excepción del catolicismo romano. Todo el mundo se anda con cien ojos antes de descalificar a un colectivo por los actos de un indivíduo(1), antes de hacer tábula rasa y decir “todos los homosexuales son iguales”; se tira de relativismo moral a espuertas para mirar hacia otro lado frente a creencias, actitudes e incluso acciones que yo considero completamente intolerables con frases como “es que es su cultura”, “es que es su religión”, “sus valores no son los mismos que los nuestros”, etc. menos cuando esas diferencias las tiene uno con el vecino de al lado, que es católico.

Cuando formé esta opinión yo mismo era católico. Y a mucha honra. Durante muchos años no expuse demasiado en público este asunto porque no podía evitar pensar que era juez y parte, que a lo mejor era todo un poco de manía persecutoria mía, que al fin y al cabo me encantaba meterme en fregados y llevar la contraria a la gente y que, siendo una forma muy buena de hacerlo el defender a la Iglesia, a lo mejor esa impresión que tenía no era más que una consecuencia lógica de mi gusto por la polémica. Al igual que si te subes a un ring de boxeo lo lógico es que te peguen, si vas de Cruzado Católico Dura Lex lo lógico es que encuentres gente que ataca a los católicos. Buscad y encontraréis(2). Pero ahora no soy católico y sigo viendo exactamente lo mismo y me parece fatal.

Quiero que quede una cosa diáfanamente clara en este momento, sobre todo para aquellos que me conocen de hace muchos años y que probablemente tengan una idea de mi un tanto cristalizada a este respecto: no soy católico y no volveré a serlo jamás. El catolicismo me sigue pareciendo una religión magníficamente lógica y coherente si aceptas sus premisas, una obra maestra del pensamiento y de la mente humana. Lo que pasa es que sus premisas incluyen algunas estupideces de marca mayor. No creo que haya ni un solo católico romano inteligente que sea capaz de ponerse frente al espejo, mirarse a los ojos y, sabiendo lo que dice, preguntarse por ejemplo “Vamos a ver, ¿de verdad, de verdad, de verdad creo en la intercesión de los santos?” (o en la transubstanciación de la Eucaristía, o en la asunción corporal, o en muchos otros dogmas tal y como están formulados) y contestar, sinceramente, “Sí”. Yo mismo, cuando era católico, le daba vueltas y más vueltas a los conceptos para poder contestar ese “sí” (famoso es mi artículo sobre la virginidad de la Virgen) que en realidad en muchos casos era un “no, pero tampoco creo lo contrario así que sigo en el club”. Pero ya hace años que  creo que los católicos se equivocan(3). Tanto al aceptar estas premisas como al basar sus vidas en bases como estas Caeteris paribus, creo que es más probable encontrar la felicidad y vivir en paz con tus semejantes y en armonía con el Cosmos fuera de la Iglesia Católica que dentro. Mi admiración por las estructuras teológicas, worf-priest-229x300éticas, morales y filosóficas de la Iglesia Católica son paralelas a mi admiración por el lógico, complejo y coherente mundo construido por George R.R. Martin en A Song of Ice and Fire o por Gene Roddemberry y Michael Piller en Star Trek(4). El hecho de que admire esas estructuras no quiere decir que crea que son ciertas, al igual que el hecho de que me guste Star Trek no quiere decir que crea en los klingons. Las opiniones que siguen a continuación, pues, no son las de un católico defendiendo lo suyo, sino las de un agnóstico que opina que todos los católicos están equivocados y que probablemente vivieran más felices si jamás hubieran sido católicos que resulta que tiene ojos en la cara y un sentido quizá exagerado de la justicia(5).

Y es que me resulta extraordinariamente molesto ver como se maltrata, prejuzga e insulta a los católicos en general y a la jerarquía eclesiástica en particular, y como esos maltratadores se creen en su derecho (a veces incluso en su obligación cívica) de hacerlo. Yo aún tengo que escuchar a un obispo llamar a alguien algo peor que «pecador» o «inmoral», pero no creo que sea necesario hacer una recopilación de lo que una parte importante de España está llamando a los católicos, a los obispos, al Papa y a las autoridades y empresas que han apoyado la JMJ para ver que no hay proporción. Y esto no se circunscribe a la JMJ, sino que es parte del pan nuestro de cada día. Muchísima gente no tiene el menor escrúpulo en defender, en el día a día, que todos los curas son unos pederastas, por ejemplo, o unos ladrones, o unos reprimidos, o unos embusteros, o unos hipócritas. Gente que muy probablemente no ha charlado en su vida con un cura, gente que se guardaría muy mucho de decir algo semejante de un indivíduo al que conociera de pasada o de nada en absoluto, gente que jamás diría eso de un colectivo que no conoce basándose en las supuestas acciones de un miembro de ese colectivo que tampoco conoce, ponen a caer de un burro a la Iglesia, los curas y los católicos en cuanto tienen una oportunidad. ¿Por qué? ¿Por qué gente que se excusaría por ofrecerle jamón a un judío considera que está justificado arremeter de esa manera e insultar y demonizar a los católicos, ridiculizar en público sus creencias más profundas y despreciarles profundamente en privado sin concederles los beneficios de la duda o de la réplica?

Pero claro, ellos «se lo han buscado». En España, la Iglesia ha tenido mucho poder durante muchos años, ha influido todo lo que ha querido en las leyes y la vida social de España y ahora que no tienen ese poder todo ese odio reprimido se desata. Vae victis. Es una explicación histórico-sociológica válida, desde luego, pero moralmente es execrable. Moralmente tenemos que pensar, como indivíduos, en las cosas que nosotros hacemos como indivíduos y en como afectan a nuestro entorno, tenemos que tratar a cada uno como se merece por sus propias acciones, suum cuique tribuendi y todas esas cosas. Por favor, parémonos a pensar un momento, usemos la regla de oro. Supongamos que una persona totalmente desconocida, basándose en información extremadamente fragmentaria pero creyéndose (quizá sinceramente) en posesión de la verdad insultara o ridiculizara a todos y cada uno de los indivíduos de un colectivo al que pertenecemos, ¿cómo nos sentaría? ¿Cómo reaccionaríamos? Muy cercano a los lectores de este blog, pensemos en el caso Mireia Laguna. Independientemente de que diga tonterías y falsedades, independientemente de que no sepa por dónde van los tiros, o precisamente por ello, ¿es justificable su actuitud? ¿Tiene algún tipo de escusa escribir algo que intenta ridiculizar, destruir e insultar de forma gratuita? ¿Qué pensamos de alguien así? ¿Queremos ponernos a su altura? ¿O es que los católicos son, por alguna razón, un «blanco legítimo»? ¿Por qué?

Y luego tenemos a los que, desde un insufrible trono de arrogancia intelectual cuando probablemente no han leído en su vida el catecismo ni tenido una charla distendida con un cura,  excusan más o menos a los laicos, pero al clero le aplican presunción de culpabilidad. «Bueno, es posible que los cristianos de a pie sean inocentes de todas las maldades de la iglesia, que sean simplemente unos borregos a los que se ha engañado y se mantiene en la oscuridad y la ignorancia. Pero los curas, todos, son unos hipócritas que saben que lo que están diciendo son mamarrachadas oscurantistas y las siguen diciendo para vivir del cuento y forrarse a costa de la ignorancia, el miedo y la superstición». En serio, ¿qué pruebas tienes de eso? ¿Dónde queda la presunción de inocencia, desde un punto de vista moral? ¿Verdaderamente crees que la gente tiene derecho a ser considerada inocente, a que se piense de ellos que no son unos delincuentes o unos sinvergüenzas hasta que se demuestre lo contrario? ¿O con los curas hacemos una excepción? Aparte, por supuesto, de que eso divide a los mil millones de católicos en el mundo en dos grupos: los imbéciles y los hipócritas, y que creo yo que alguna excepción tiene que haber. En fin, yo fui católico hasta antesdeayer y considero que esté en ninguno de los dos grupos, y lo mismo puedo decir de muchos de los católicos que he conocido a lo largo de mi vida, y de decenas de sacerdotes. Borregos he conocido, pero clérigos hipócritas no. Aparte de que, insisto, partir de la base de que una persona, por haber hecho unos votos es un hipócrita y un sinvergüenza me parece fatal.

Y es que hay mucha gente que, además, parece tener la piel particularmente fina allí donde la Iglesia Católica está involucrada, que en cuanto la oye mencionar respecto a un tema se pone automáticamente en contra y del mismo y empieza a buscar en todos los rincones la perversa mano negra del «poder de la Iglesia en las instituciones». Pongamos por ejemplo la JMJ. Para mucha gente, el hecho de que cuente con la ayuda y bienvenida de los poderes públicos es un hecho intolerable, que solo puede comprenderse por el mencionado poder de la Iglesia en el gobierno de Madrid. Sin embargo esa misma gente entiende perfectamente y apoya la candidatura de Madrid a celebrar unos juegos olímpicos, a pesar de que la inversión es infinitamente mayor(6) y la afluencia de público que cabe esperar claramente menor. ¿Por qué? ¿Por qué ese doble rasero? ¿Por qué se ve el sentido (que lo tiene) en gastarse cien veces más en unos Juegos Olímpicos para un retorno menor, pero la JMJ es una idea tan mala, tan mala, que solo puede entenderse a través de unas hipotéticas sotanas susurrantes en Sol? ¿Por qué se pone en duda sistemáticamente que la visita de millón y pico de personas vaya a dejar dinero en la ciudad?

Y luego está lo de la desinformación, claro. Hay gente que odia de tal manera a la Iglesia Católica que se siente justificada en propagar bulos, rumores, mentiras y falsedades con tal de perjudicarla, porque creen que perjudicando a la Iglesia se sirve a un bien mayor, o porque razonan (por llamarlo de alguna manera) de una forma semejante al «vale, esto no será del todo cierto, pero sirva de contrapropaganda por todos los bulos que nos meten ellos»(8). Precisamente Anaiu acaba de publicar una corta pero elocuente entrada en su blog a este respecto… Pensar que algunos de mis amigos, que han sufrido en sus carnes este tipo de rumores malintencionados y saben el daño que hacen y lo difícil que es desmentirlos, se dedican a este tipo de cosas sin el más mínimo remordimiento, siempre partiendo de la presunción de culpabilidad e hijoputez de la Iglesia, me repatea.

Un ejemplo: Hecho 1: La JMJ cuesta 50 millones de euros, de los cuales el 50% los ponen los patrocinadores y el otro 50% instituciones estatales. Hecho 2 Estamos en una crisis económica impresionante con un paro horrible y mucha gente pasándolo mal. Conclusión: La poderosa e influyente Iglesia Católica ha conseguido que nos gastemos 25 millones de que son muy necesarios para otras cosas, el Estado paga la mitad de la visita del Papa. Realidad: Las instituciones públicas no ponen un solo céntimo en la JMJ, esos 25 millones son la estimación, en términos financieros, de lo que costarían los terrenos e instalaciones cedidas para el acto si hubiera que pagarlas, así como el importe de los incentivos fiscales a los patrocinadores (medida esta que no tiene nada de espectacular y que se ha usado este mismo año para eventos igual de «privados» como la Ocean Volvo Race (una regata), o el 800 aniversario de la batalla de las Navas de Tolosa).

Otro ejemplo: Hecho 1: Las instituciones públicas han prestado diversos espacios de forma gratuita para que los peregrunos se alojen. Hecho 2: La organización de la JMJ cobra el alojamiento a 18 euros por peregrino. Conclusión: La pérfida y avariciosa Iglesia Católica se embolsa 18 euros por cada peregrino que duerme en unos colegios que hemos cedido gratis. Realidad: Esos 18 euros se cobran para pagar los suministros (agua y luz), el acondicionamiento y limpieza de esos espacios públicos tras la JMJ (los acuerdos implican dejar los espacios cedidos en las mismas condiciones en que estaban al cederse).

Por no hablar de la gente que, simplemente, tiene fe en que la Iglesia es mala, gente a la que le discutes este tipo de bulos con datos y te contesta que «no le importan los datos», que «no confía en lo que diga el Consejero de Interior», que «le vale mil veces más su intuición». ¿Qué se hace con gente así. que simplemente ya ha decidido en su fuero interno que la Iglesia es una ladrona y que nada de lo que le digas le va a convencer, no ya de que no lo es en general, sino de que no ha cometido el robo específico del que le está acusando? ¿Cómo puede la gente ser tan rematadamente injusta? Escapa a mi entendimiento, de verdad. A mi me da mucha rabia que me demuestren que estoy equivocado y suelo resistirme como gato panza arriba, pero tengo la suficiente integridad intelectual como para aceptarlo y cambiar (y el hecho de que ya no sea católico creo que es el mejor de los ejemplos, no os creáis que me caí del caballo, lo suyo le costó a en noches y noches de discusiones filosóficas sobre la existencia del bien, del mal y del libre albedrío contracausal). Que haya gente que se autoproclama fanática de sus opiniones me supera, máxime si esas opiniones le llevan a vilipendiar, odiar, insultar e intentar destruir lo que otras personas, que a su vez pueden tener razón o no, han construido legítimamente.

Yo entiendo que el que los obispos estén cada dos por tres insistiendo en que el sexo es pecado acaba por cansar (porque aun estoy por que alguien me diga algún dictado moral de la Iglesia con el que no esté de acuerdo y que no tenga que ver con el sexo), pero este odio me resulta injustificado. De acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia yo soy un pecador público que vive en concubinato y me importa un pimiento. Que piensen lo que quieran mientras no me intenten separar de Ana, tienen todo el derecho del mundo a hacerlo. Tampoco me importa un pimiento lo que opinen el Gran Muftí de Estambul, el Dalai Lama, el Gran RAssise_2abino de Jerusalén, el Patriarca de Moscú (que, por cierto, opinan más o menos lo mismo que el Papa), me parece perfecto que tengan su moral y su código ético y que juzguen que, de acuerdo a él, soy un inmoral. Me parece perfecto mientras no intenten obligarme a vivir de otra manera y la Iglesia Católica, la de hoy en día, no intenta obligar a la gente a vivir de una u otra manera. Oh, intenta influir entre sus miembros, desde luego, para que la legislación esté en consonancia con sus ideas, pero el poder lo tienen mis conciudadanos, no la Iglesia, que tiene, como mucho, autoridad. Me pasa lo mismo que con los testigos de Jehová o los Mormones: serán unos plastas, pero me cuesta mucho odiar a quien, en realidad, solo quiere que participe en lo que sinceramente cree que es bueno.

En fin, que no me hace demasiada gracia la JMJ, que no me la hace ahora siendo agnóstico y tampoco me la hubiera hecho siendo católico, que me va a suponer multitud de trastornos y que, aun así, considero que puede ser muy buena para Madrid (si los peregrinos se llevan la idea de que somos un pueblo amable, simpático y acogedor y no unos antipáticos que hacemos todo lo posible para que no se sientan bienvenidos). Y que llamo a muchísimos de los que me léeis a que hagáis una reflexión: si este mismo follón fuera por unos juegos olímpicos, o un mundial de fútbol, ¿estaríais dándole vueltas a la mano negra del COI, planeando concentraciones para protestar por la presencia de la FIFA en España, denunciando el entreguismo deportivo del Estado y sacando a relucir como en todas las escuelas hay campos de fútbol y baloncesto pero en casi ninguna una red de voleyball o, más crucial, un tablero de ajedrez? ¿Saltaríais con «si ya lo decía yo» y «si es que todos los atletas son iguales» al primer titular que dijera que Marta Domínguez está implicada en un asunto de dopaje (esto lo digo entre otras cosas porque la pobre era más inocente que el Niño Jesús pero de eso los periódicos casi no han informado, lo que me parece fatal)?

Pues eso. De verdad, odiar es malo y negativo, trae problemas y hace infeliz, a ti y a quienes te rodean. Intentad no odiar y, en particular, intentad no odiar a la gente por su religión. Aunque sean católicos y crean que vais a ir al infierno.

Pax vobiscum,,

Arthegarn___________
(1) En este tema en concreto hay otra excepción añadida a “los católicos”: “los políticos” (y, últimamente “los banqueros”)
(2) Mt. 7, 7.
(3) Como siempre, estoy hablando de los católicos de verdad, de los que se lo toman en serio, de los que se leen en catecismo, de los que estudian teología. La muchedumbre de “católicos no practicantes” no me merece el más mínimo respeto intelectual (ni me lo ha merecido nunca) porque eso que dicen que tienen no es una religión, es una serie de supersticiones más o menos baratas y más o menos simples, sin la menor integridad como corpus moral y que, en la inmensa mayor parte de los casos, está directamente en contra de lo que la Iglesia Católica propugna como verdad. Ya lo he dicho muchas veces, pero el 90% de los que en España se llaman católicos son unos herejes de cuidado que, simplemente, no saben de qué hablan. Eso sí tienen derecho a llamarse lo que les de la gana y a vivir como les plazca, por supuesto.
(4) Hasta que Rick Berman y compañía se cargan esa coherencia a partir de la tercera temporada de Voyager, claro.
(5) Y los datos son datos.
(6) Barcelona’ 92 fueron 5.750 millones de euros de inversión. No estoy contando otros gastos como seguridad, etc.
(7) La organización de la JMJ espera millón y medio de peregrinos mientras que a Barcelona 92, según los cálculos más optimistas, fueron en total unas 900.000 personas.
(8) Porque la manipuladora y maligna Iglesia Católica nos engaña en cuanto puede, por simple afición, por no perder la práctica. Es bien sabido, que diría Irri…

Los libros de diciembre

I Shall Wear Midnight es el último Pratchett  (salió en septiembre) y el cuarto de la saga de Tiffany Aching que, como ya he mencionado otras veces, está escrita para adolescentes (un público más joven que para el que Pratchett suele escribir). En esta novela Tiffany tiene ya quince años y asistimos a, entre otras cosas, la evolución de su relación con Roland (el hijo del Barón), a su encuentro nada más y nada menos que con Eskarina Smith, protagonista junto con Yaya Ceravieja del primer libro de la saga de las Brujas (Equal Rites Ritos Iguales) y a la que no habíamos vuelto a ver desde entonces (hace ya más de 20 años) durante un viaje relámpago a Ankh-Morpok en el que aparece una nutrida selección de miembros de la Guardia (Zanahoria, Angua y Wee Mad Arthur, el «gnomo» del halcón de Monstruous Regiment) y a su relación con las dos brujas de Lancre (con especial atención a Tata Ogg, a la que se trata en este libro con otra óptica aunque uno se sigue echando unas risas con ella unas risas con Tata Ogg) y a las siempre hilarantes aventuras y explicaciones de los Nac Mc Feegle.

Una vez más se trata de una historia metememética. Pratchett está escribiendo mucho últimamente sobre sobre el poder de las historias y los cuentos, de como configuran la mente(1) , con ella, la realidad tal y como la percibe esa mente. El argumento (la base filosófica de la trama) es relativamente semejante al de Wintersmith lo que me hace pensar que toda la saga intenta formar las mentes de los niños y preadolescentes que la leen para que se den cuenta de que todo lo que han aprendido hasta entonces sobre como se supone que son las cosas es, en realidad, una especie de simplificación, algo así como unos cuentos que te cuentan para ayudarte a hacer un modelo prático, simple y suficientemente bueno de como fuciona el mundo, pero del que no te puedes fiar literalmente porque, en realidad, está basado en cuentos y mentiras. Creo que la saga trata de introducir en las mentes de sus lectores la idea de que la vida, de aquí en adelante, en realidad no va a ser tan simple y de que las apariencias engañan; que no te puedes fiar de alguien solo porque aparezca con una brillante armadura sobre un caballo blanco, y que no todas las brujas son malas. Una siempre recomendable lección de espíritu crítico, incluso para muchos adultos, que tiene además la virtud de hacer que te eches unas risas.

Y, casi dos años después, finalmente encontré el tiempo para releerme The God Delusion. Sigo pensando que es un libro soberbio, pero esta segunda lectura me ha mostrado puntos muy interesantes que en mi fascinación y avidez no percibí la primera vez, probablemente porque estaba demasiado interesado en lo que Dawkins quería decir que en los detalles de sus argumentos. Por ejemplo, uno de los que más me impactaron en su momento fueron los cargo cults y sus similitudes con el cristianismo; la relectura me ha hecho que ver que esas similitudes se deben a que los misioneros clristianos llevaban introduciendo memes como la ubicuidad o la parusía en las culturas indígenas desde hacía siglos; no aparecieron espontáneamente tras la partida de John Furm, evolucionaron tras ser introducidos en esa cultura por los misioneros. La segunda lectura me ha recordado también cuánto se equivoca Richard Dawkins cuando habla de cristianismo en general y de catolicismo romano en particular. Sus apologistas dicen que el hecho de que Dawkins se equivoque por ejemplo al hablar de Purgatorio es irrelevante, porque lo importante no es si el traje del emperador lleva jaretas fruncidas o chorreras dobles, sino que el traje en si mismo no existe. Y ese argumento es tan ingenioso como falaz, porque cuando utilizas como argumento para demostrar que el traje del emperador no existe la estupidez de su descripción es necesario saber la diferencia entre una jareta y una chorrera o, además de notarse que no sabes de lo que hablas, perderás credibilidad.

Y me ha resultado curioso releerlo sabiendo toda la física y toda la matemática que sé ahora, que The God Delusion me impulsó a leer y que por tanto desconocía la primera vez. Uno de los capítulos más demoledores para mi, el único que me hizo verdadera mella, de hecho, fue el último, La Madre de todos los Burkas, en el que Dawkins habla de lo extrañísimo que es el universo y de hasta qué punto no estamos equipados para entenderlo en su totalidad. Ese capítulo me hizo darme cuenta de que el Dios en el que creía no era, a pesar de toda su sofisticación, más que papá elevado a infinito. Si Dios existía, un Dios que ha creado un universo como este, con agujeros negros que desafían la noción de continuidad del tiempo y en el que todo está hecho de la precipitación de la probabilidad de que un montón de cosas individuales ridiculamente pequeñas existan o no en un momento dado (si existe tal cosa como un «momento dado», claro)… si Dios existía, como digo, y se parecía al universo, entonces era tan extraño, tan alienígena, que era imposible relacionarse con el mismo. Si Dios existía, no podía ser el, en el fondo, Zeus magnificado en el que creía, y no podía concebir a Dios de otra manera. No obstante ahora, tras leerlo sabiendo todo lo que sé, que tampoco es tanto, he tenido una epifanía distinta que tengo que dejar que se asiente antes de hablar de ella.

Vuelvo a decirlo: un libro soberbio que todo el mundo debería leer. Y vuelvo a decirlo: si eres creyente y tu religión te hace feliz y mejor persona, piénsatelo dos veces porque una vez leído no se puede desleer. Y si yo pudiera elegir volver atrás en el tiempo y no leerlo lo haría. Y no sería el único.

Por último, y tras haberme visto la película, me leí Going Postal, otro Pratchett y el primero de Moist von Lipwig. Ya me he leído la segunda, Making Money y, entre nosotros, espero como agua de mayo la tercera, Raising Taxes. Tengo que decir que más allá de las complejidades de Yaya Ceravieja o, sobre todo, de Sam Vimes (que se está convirtiendo en el personaje más rico del Mundodisco), mi saga favorita es la de Lipwig. Este libro en concreto trata de la resurrección, aunque es virtualmente la introducción, del sistema postal en Ankh-Morpok, dirigido por este personaje, un timador profesional que empieza el libro prácticamente en la horca. Es muy bueno, muy divertido y muy interesante; no tanto como el segundo (que preludia con la introducción de los sellos) pero por encima de la media incluso de los Pratchetts. Una pena que ninguno esté traducido…

Ah, sí, una nota curiosa. El título del libro, Going Postal, hace referencia a una expresión estadounidensa que significa algo así como «cabrearse, perder la cabeza, agarrar una escopeta, subierte al tejado de un McDonald’s y liarte a tiros con todo lo que ves». Tiene su origen en el curioso dato estadístico de que desde mediados de los 80 apenas pasa un año sin que un cartero, específicamente un cartero, de los Estados Unidos haga exactamente eso, o algo muy parecido. Ultimamente la gente se lo piensa dos veces antes de hacer perder los estribos a un empleado del USPS… Nunca sabes por donde va a salir.

Y saludos a todos de un insomne Arthegarn____________
(1) Y, por supuesto, el inconsciente colectivo y el  Weltanschauung…

La Sopa Boba (II)

Una vez contada la fábula, ¿Qué quería Arthegarn decir con “¿Y por qué, exactamente, los que producimos con nuestra habilidad tenemos que mantener a los que no aportan al Sistema otra cosa que su necesidad?” y, ya que estamos, por qué ha titulado a esta serie de artículos “La Sopa Boba”?

Lo que quiero decir, ya sin ambages, es que es injusto que se obligue a quienes producen a mantener a los que no producen. Y no es que simplemente sea injusto; es que construir un sistema en torno al principio de la caridad obligatoria sub poena, en torno a la idea de que todo aquel que pase necesidad debe ser sacado de ese estado pura y simplemente porque pasa necesidad, es estúpido y rayano en el suicidio. Si encima no estamos hablando de necesidades básicas para la vida (comida, agua, etc,) sino de garantizar a todos los ciudadanos, simplemente por ser ciudadanos, una determinada calidad de vida, entonces el sistema es directamente suicida y está destinado al colapso a corto o medio plazo.

Eso no quiere decir que opine que hay que dejar que la gente se muera de hambre por las esquinas. Para nada. Lo que ocurre es que hay una diferencia muy importante entre que yo elija darle parte de mEs de 1976 pero no me cansare de recomendar este libro, en este caso el capitulo 10i dinero a quien tiene menos porque me da pena, y que el que tiene menos que yo tenga derecho a meter la mano en mi bolsillo y quedarse con parte de mi dinero, pura y simplemente porque yo tengo más que él, sin pararnos a preguntar por qué eso es así. Que es lo que pasa ahora, aunque hemos disfrazado esa acción haciendo que la mano que se mete en mi bolsillo lo haga recubierta por el guante del Estado. Pero, al final, es lo mismo.

La caridad es una idea muy buena, no solo por motivos humanitarios sino por motivos egoístas. Es tan buena que está escrita en nuestros genes, estamos genéticamente condicionados a ayudar a nuestros semejantes, por eso nos conmovemos cuando vemos a alguien sufrir (y, si no lo hacemos, es que algo va mal). Ahora bien, la caridad consiste en que yo, voluntariamente(1), dedique parte de mis recursos a ayudar a mis semejantes: es una decisión que tomo porque soy así de bueno, no porque el otro tenga derecho a que le ayude, que no lo tiene(2). El hecho de ayudar a mis semejantes me hace mejor persona, sí, pero el hecho de no ayudarles no me hace peor aunque nuestra estructura conceptual así lo sugiera.

El problema es que vivimos inmersos en un sistema de ideas tan infectado por los memes de las religiones del Libro que ciertos conceptos, como la bondad de la caridad, a base de repetirse una y otra vez generación tras generación se han incrustado en nuestras mentes, y no solo en las individuales, sino en el imaginario colectivo, y han perdido su significado original. En algún momento, dejamos de ayudar a la gente porque pensábamos en lo que hacíamos y pasamos a hacerlo simplemente porque nos decían desde la infancia que había que hacerlo, que era bueno hacerlo; dejamos de ser motivados, de pensar y decidir caso por caso si esa persona merecía nuestra caridad, y asociamos la idea de caridad con la idea de bien. Desde ese momento, toda caridad era siempre buena, y de esa desgraciada identidad nació la sopa boba.

La sopa boba, como casi todos sabréis, era una comida que se ofrecía a los pobres en los conventos, consistente fundamentalmente en sopa de lo-que-hubiera-a-montones-esa-semana aderezada con lo-que-se-estuviera-poniendo-malo-en-la-despensa y con tropezones de sobras. Nadie preguntaba nada. Uno llegaba ahí, se ponía a la cola y el capuchino o la monja de turno le daba una escudilla de sopa con la que se podía sobrevivir un día más. La historia de la sopa boba y de la España en que se desarrolló es fascinante y ofrece algunas lecciones que, como no, hemos olvidado. Por ejemplo, es cierto que la sopa boba salvó vidas, pero también es cierto que contribuyó decisivamente a la ruina de España, creando un estrato social importantísimo de sopistas(3), de gente que andaba a la sopa (v.gr.: que vivía una existencia holgazana y a expensas de otro) y que no trabajaba y no producía porque no le hacía falta. Sin sopa boba, sin una posibilidad de vivir sin hacer nada para ganarse el sustento, quien sabe si nos hubiéramos visto obligados a adelantar un siglo el decreto de Carlos II sobre la honra del comercio y el trabajo… pero divago. Ya volveremos a la sopa boba y a los subsidiados.

Una vez apareció esa identidad (caridad=bien) nos la repitieron hasta la saciedad, hasta el agotamiento, generación tras generación. El valor de bondad de la caridad dejó de depender de nuestra decisión sobre quién la merecía y quien no, y de la misma forma el valor de verdad de la asociación dejó de depender de nuestro entendimiento y pasó a estar vinculado a la autoridad de quien nos lo contaba, con lo que cuestionar esa identidad era cuestionar la autoridad de quien nos la inculcaba. Cuando este cuestionamiento inevitablemente ocurrió, cuando alguien dijo “la caridad no es buena en todos los casos” (o «la sopa boba hace más mal que bien»), la autoridad sintió atacada en si misma y se defendió desde el poder, con un simple argumento ad hominem, del tipo: “Los hombres buenos hacen cosas buenas. La caridad es buena. Quien discute que la caridad es buena es porque no quiere ser caritativo. Quien no es caritativo no es bueno. Quien no es bueno es malo. Quien discute que la caridad es siempre buena es un malvado”. Y, desde entonces, quien abre la boca para reivindicar el verdadero significado de la caridad es inmediatamente tachado de malvado egoísta(4)

Las cosas no deberían ser así. Quien decide dedicar parte de sus recursos a ayudar a los demás merece nuestro elogio, pero quien decide no hacerlo no merece nuestra reprobación, porque está en su derecho. ¿Por qué vamos a reprobarle? ¿Perjudica a alguien quien va a lo suyo y no se mete en la vida de los demás, ni para bien ni para mal? No, por definición. Pero el subconsciente colectivo, después de siglos de machacamiento de esa identidad (reforzada con un insisdioso mem que dice que es bueno ser malo con los malos) le pone a la altura de los ladrones y los asesinos. Es fascinante lo que se puede conseguir cuando se introduce en una cultura la idea de pecado de omisión: la virtud deja de ser verdaderamente virtuosa y se convierte en obligatoria. Uno nunca puede ser suficientemente bueno, al final todo queda a la misericordia de Dios…

Este concepto de la caridad como algo obligatorio lleva, con el tiempo (no demasiado) a la institucionalización de la caridad: ya no es solo el individuo quien tiene que ser caritativo, es la sociedad en su conjunto quien tiene que serlo. Y así el Estado, esa máquina, ese constructo jurídico por definición incapaz de sentir empatía ni solidaridad ni ninguna de las emociones que dan lugar a la caridad, se pone a imitar las acciones de sus ciudadanos caritativos y a “ayudar a los pobres”, a «dar de comer a los hambrientos»… con la sopa boba. Pero todo cambia, todo se desvirtúa, no estamos hablando ya de un ser humano que ayuda a un semejante porque se identifica con él, porque padece con él, porque le compadece; sino de un ente sin sentimientos que solo actúa por criterios objetivos(3) más o menos adecuados a la realidad. La caridad deja de ser un asunto de compasión y moral y pasa a ser… política.

¿Por qué he dicho que el Estado da de comer con la sopa boba? Porque tiene que guiarse por criterios objetivos a la hora de repartir los subsidios. Los capuchinos no preguntaban a sus sopistas si verdaderamente eran pobres de solemnidad que necesitaban comer o si es que de esa forma se ahorraban unos reales para vino que era lo más habitual. De la misma forma, el Estado no se fija en si quien recibe el subsidio lo merece o lo necesita, solo en si cumple (o no) determinados requisitos formales, Hace cuatrocientos años el requisito formal era plantarse ante el convento, hoy en día es… bueno, quizá haber cotizado doce meses en los últimos seis años, por ejemplo. Pero ninguna de las dos cosas, ni la sopa boba ni los subsidios estatales, son verdadera caridad.

Y el problema de la caridad institucionalizada (uno de ellos) es que crea la aberrante idea de que quien la recibe de tiene derecho a recibirla. No hay diferencia entre los tumultos del XVI si se acababa la sopa boba y los rebuznos de los sindicatos contra las últimas medidas, bastante titubeantes, del Gobierno para intentar que los parados vuelvan a situación activa lo antes posible. O con la idea de «tener seis meses de paro», que todos sabemos que todo el mundo lo interpreta como si tuviese derecho a cobrar seis meses del Estado cuando en realidad no es así. El origen del subsidio de desempleo es caritativo y no porque lo diga yo, sino porque es como está configurada la ley. Quid pro quo, sí; en plan mutua, sí, pero caritativo. No es un sueldo o una pensión a la que tienes derecho por haber cotizado, es una ayuda que los que cotizan te prestan para que no lo pases tan mal en el periodo mínimo imprescindible hasta que encuentres otro trabajo y puedas volver a mantenerte por ti mismo. Pero, claro, ¿quién se lo toma así? Mirad a vuestro alrededor, o dentro de vosotros, y decidme que me equivoco, que la gente no cree que tiene derecho a «cobrar el paro» y que no reaccionaría violentamente si se le cuestiona el mismo…

Derecho a la caridad. Esta es la horrible idea contra la que quiero luchar. El derecho a la caridad es, básicamente, decir que uno tiene derecho a que le mantengan solo por existir. En otras palabras, que uno puede estar inmerso en un sistema sin aportar nada más que su propia existencia y sus propias necesidades y exigir del sistema que le mantenga. Su contribución neta al sistema es negativa y eso tiene un nombre en biología: parasitismo. Lo bueno es que en biología el huésped trata de defenderse del parásito, pero nosotros no. Nosotros no es solo que no nos defendamos, es que reconocemos el derecho del parásito a chuparnos la sangre. Perdón, no reconocemos ese derecho, porque no lo tiene; se lo otorgamos, que es todavía peor. Al igual que un organismo que no se defiende de los parásitos acaba devorado por estos, una sociedad que no solo no se defiende de los parásitos, sino que los fomenta reconociendo el derecho de todo el mundo al parasitismo, está herida de muerte. Porque, si existe la posibilidad de vivir sin trabajar, ¿por qué trabajar? (y mucho cuidado que, al igual que la caridad, esto también está escrito en nuestros genes y mucho más profundamente) Y si encima no es solo que me vayan a mantener sino que lo «progresista» es reconocer el derecho del parásito a la sanidad y el vestido y la vivienda digna con electricidad y gas y agua corriente… y a unos taquitos de jamón de vez en cuando.

Porque claro, en un mundo ideal no es solo que nadie pasa necesidad, es que todos comemos jamón y atamos a los perros con longanizas. Pero ese mundo no es cierto, y todas esas cosas hay que pagarlas, y ¿de dónde sale el dinero que se destina a esa cada vez más cara y atractiva sopa boba? Del bolsillo de los que producen, por supuesto, que algún día se preguntarán, como yo, exactamente por qué tienen que mantener a los que no producen.

Suficiente para la segunda parte, creo yo. Buen fin de semana a todos,

Arthegarn__________
(1) O todo lo voluntariamente que se pueden hacer las cosas en un mundo sin libre albedrío, vamos.
(2) Por supuesto, esta idea mía de que uno no tiene derecho a robar (por ejemplo), es mía. Hay sistemas filosóficos enteros basados en la inexistencia de la propiedad privada, por ejemplo, lo que excluye el concepto mismo del robo; y  nuestra propia constitución habla de la «función social de la propiedad», lo que básicamente viene a decir que la propiedad privada existe y debe ser respetada… siempre que le parezca bien al Estado. Yo es que no estoy de acuerdo en esas configuraciones porque me parecen excesivamente artificiosas, poco acordes con la realidad. No creo en las limitaciones a la propiedad privada por la misma razón por la que no creo en Dios: puede que sea una buena idea, pero el Universo no funciona como si existiera. Intentaré abordar este asunto en el próximo artículo de la serie.
(3) Y, en última instancia, el mayor de los males de España… ¡la tuna!
(4) Lo cual es una redundancia, porque tan arraigada está la identidad caridad=bien como lo está la identidad egoísmo=mal. Y tan falsa es la una como la otra.
(4) Eso cuando hay suerte, claro.

La Virginidad de la Virgen / The Virginity of the Virgin

Cansado ya de tener que explicar esto decenas de veces, he decidido ponerlo en mi journal para poder remitir a todo el mundo aquí cuando el tema vuelva a salir en otro debate.

Vamos a ver. El Dogma de la Virginidad de la Virgen no tiene absolutamente nada que ver con el himen de la virgen. La Biblia no es un libro científico, sino religioso. Así pues, a la hora de leerlo no debemos preguntarnos, por ejemplo, que quiere decir «virgen» desde el punto de vista técnico, sino que quiere decir «virgen» desde el punto de vista teológico.

La palabra utilizada en los originales para hablar de la cualidad de María como virgen es עלמה, que transcribiremos como almah. Almah es una mujer joven que no está casada (lo de la virginidad se supone). Betulah, ( בתולה) una palabra sugerida en muchas ocasiones como el equivalente «técnico» en hebreo de «virgen», es decir, «mujer que no ha tenido contacto con varón», es una palabra mucho más imprecisa de lo que se dice ya que puede hacer referencia a una mujer físicamente virgen o a una mujer que ha pasado los esponsales pero no ha llegado al matrimonio (lo que es una diferenciación técnica en términos históricos: una betulah de este segundo tipo, betulah m’oroshah no tenía por qué ser físicamente virgen de su marido).

En cualquier caso esta es una discusión bizantina porque el tema de las discusiones sobre el himen de la virgen es posterior a las traducciones. Los Evangelios utilizan «almah» y no «betulah». La razón por la que se utiliza esa palabra es que Isaías usa almah en Is 7:14. A los evangelistas les importa tres pepinos si la virgen tenía himen, lo importante es que era la almah anunciada por Isaías, que es lo que proclama el Dogma. El hecho de que la palabra almah se tradujera al griego por parthenos (por cierto, esas palabras eran intercambiables en la época, era la traducción aceptada) es totalmente incidental y solo lleva a hablar del himen de la virgen a los desinformados que se creen que tienen idea de lo que hablan. Isaías, al hablar de una almah, lo que quiere decir como concepto es «una mujer que es lo más bajo de lo bajo», ya que en aquella sociedad las mujeres solo valían en tanto en cuanto tenían relación con un hombre, ya fuera como hijas (y valían a través de su padre), esposas (y valían a través de sus maridos) o lo mejor de todo, madres (y valían a través de sus hijos). Una almah, una mujer en edad de casarse pero que no se había casado, era la paria de la sociedad hebrea (porque si no se había casado algo malo tendría, encima). Lo que dice Isaías es que Dios elije al ser más despreciado y débil de la sociedad para ensalzarlo y ensalzar al mundo a través suyo.

Lo importante es que la almah concibió y tuvo un hijo llamado Emmanuel. Negar la condición de almah de María es negar que fueran ella y Jesús los anunciados por Isaías, por eso es Dogma que María es almah. Como la palabra original hebrea no hace referencia alguna al himen, el Dogma tampoco hace referencia alguna al himen. El hecho de que la tercera traducción haya llevado a una palabra que exige himen no quiere decir nada más que qué la Biblia ha sufrido mucho en sus pasos por los diversos idiomas y que hay que INFORMARSE MUCHO ANTES DE HACER EXEGESIS.

Cum Deo.

Arthegarn

The Virginity of the Virgin

Tired as I am of having to explain this tens of tines I have decided to write it all in my journal so I can link everyone here when the subject pops up in some other debate (and, things as they are, and 30 months after the original version was posted, to translate it into English).

Let’s see. The dogma of the Virginity of the Virgin, as it is formulated, has nothing at all to do with the Virgin’s hymen. The Bible is not a scientific book, but a religious one. Therefore, when we read it, we must not ask ourselves what does «virgin» mean from a technical or medical point of view, but from a theological point of view.

The word used in the original texts to describe Mary’s quality as virgin is עלמה, which we will transcreibe as almah. An almah is a young woman who is not married (physical virginity is asumed to be there, but not neccesary). Betulah, (בתולה) onsexy-virgin-mary the other hand, a word many times suggested as the Hebrew «technical» equivalent for «virgin», meaning «woman who has had no contact with a man», is a word much more imprecise than it is usually accepted since it can refer to a physically virgin woman or to a woman who has gone through the esponsales but isn’t married yet (which is a technical difference in historical terms, a betulah of this second kind, betulah m’oroshah needed not to be physically virgin from her would-be-husband).

At any rate this is a Byzantine discussion because the matter with the Virgin’s hymen is posterior to the translation. The Gospels use almah and not betulah. The reason why that word is used is because Isaiah uses almah in Is 7:14. The Evangelists cared very little about whether the Virgin had a hymen or not. The important point is that she was the almah that Isaiah prophetised, and that is what is important for the Dogma. The fact that almah was translated to Greek as parthenos (which was, at the time, the accepted translation used time and again) is totally incidentañ and only leads the uninformed who have no idea of what Isaiah prophetised to talk about the Virgin’s hymen. Isaiah, when talking about an almah does so in the context of a woman who is the lowest of the low. In a society as man-centered as Isaiah’s was, women only had a worth as long as they had a relationship with a man. They could be daughters, having value through their father; wives, having value through their husbands; or best of all, mothers having value through their sons. But an almah, a woman in the age of marriage but who is not married, is a pariah in the society the Hebrews had at the time, (also because if she wasn’t married there had to be something wrong with her). What Isaiah says is that God chooses the most vilified and weak being of society to rise him and rise the world through her.

The important point is that the almah conceived and had a son named Emmanuel. Denying that Mary was an almah is denying that she and Jesus were the ones prophesied by Isaiah, and hence the dogma. As the original word makes no mention to hymen, the Catholic dogma is not about her hymen either. The fact that the third translation of the original word has led to a word that implies hymen doesn’t mean anything other than that the Bible has suffered a lot on its successive translations and that one must READ A LOT BEFORE DOING ANY EXEGESIS.

Cum Deo.

Arthegarn