Oración, hipnosis y BDSM

Hace tiempo, cuando era católico y rezaba, oía a Dios en mi mente. No es que le oyera exactamente, pero sentía sus respuestas a mis preguntas y a mis oraciones. Era como si, a medida que iba verbalizando y expresando mis sentimientos con palabras, o al menos a medida que iba siendo consciente de lo que sentía y pensaba, fuera descubriendo la respuesta de Dios en mi interior. Mis conversaciones con Dios consistían en un «descubrir», en un retirar una capa de duda o miedo o dolor que cubría una respuesta que siempre había estado en mi interior. No eran, comoaudrey_hypnosis-202x300 le pasa a otros muchos creyentes, un diálogo con un ente externo. Era mucho más parecido al eco de un pensamiento: yo concebía algo y sentía como «rebotaba» dentro de mi mente y se convertía en una respuesta. Pero la oración nunca salía de mi cabeza, no tenía que recorrer los vastos espacios interestelares hasta el borde del Universo para encontrarse con Dios. Cuando yo era católico y rezaba, Dios estaba en mi. Yo le sentía en mi, como un compañero de viaje, como un órgano más de mi cuerpo o una faceta de mi personalidad, más que como una especie de árbitro universal y sabelotodo

Por supuesto, nunca llegué a creerme esto del todo…

Yo aprendí a hipnotizar con 21 años(1) y es uno de los aprendizajes más importantes que he tenido a lo largo de mi vida. Siempre lo he dicho (y lo volveré a decir): quienquiera que desee adentrarse en el mundo de la magia, del ocultismo, de la brujería o de la religión debería aprender antes hipnosis. La hipnosis es una ciencia, no tiene nada de esotérico ni de arcano ni de mágico, está demostradísimo como funciona (los primeros estudios serios tienen 150 años(2)) y tiene efectos sorprendentes sobre la consciencia. Te enseña hasta que punto es maleable la mente, como en general no te puedes fiar de tus recuerdos y, en determinados estados, ni siquiera de tus percepciones inmediatas. Es un jarro de agua fría racionalista al entusiasmo que experimenta todo el que trastea con el mundo de lo sobrenatural cuando «le sale algo». Cuando te desdoblas y empiezas un viaje astral y verdaderamente ves tu cuerpo desde fuera; cuando te tiras media hora salmodiando en hebreo dentro de un pentáculo y, finalmente, ves ante ti las puertas del infierno; cuando estás desesperado y rezas y sientes de repente que Dios está ahí y tus penas desaparecen como por ensalmo(3)… Bueno, cree lo que quieras, por supuesto, pero lo más probable es que no haya nada sobrenatural en el tema y que te hayas hipnotizado sin saberlo.

Entre nosotros, fue una bendición que aprendiera hipnosis tan joven. Si no fuera así hubiera opuesto al naturalismo y al escepticismo metódico mi propia e innegable experiencia personal y vete tú a saber en qué rayos andaría metido ahora.

Pero, con todo y con eso, como ya dije una vez, no soy Spock. Por muchas barreras racionales y muchas salvaguardas que me pusiera a mi mismo para no convertirme en un fanático(4), por mucho que despreciara a los kumbayás y gente de semejante Mas claro, agua. Y os lo dice Nick Caveralea, el hecho era que yo obtenía un beneficio genuíno de algo que sólo podía denominar comunicación con Dios. Si era sincero conmigo mismo y me preguntaba si esa voz que oía en mi interior era Dios o era producto de mi imaginación no podía evitar contestarme que tenía que tener un componente divino. No llegaba a creerme que tuviera un teléfono directo para hablar con Dios, pero sí que me parecía posible, incluso probable, que Dios hubiera diseñado el Universo, nuestras mentes y nuestros cerebros tal que, de alguna forma que no era capaz de explicar, cuando tratábamos de comunicarnos con Dios desde las circunstancias apropiadas de alguna forma nuestro pensamiento, nuestra oración, producía algún tipo de onda con una configuración determinada que interactuaba con la propia estructura de la Realidad de tal forma que volvía a nosotros, modificada, con algo así como la intuición de la respuesta. Puede sonar descabellado (y probablemente lo sea) pero, tal y como yo lo veía, si Dios existía verdaderamente y tenía la configuración que yo pensaba (un ente omnipotente y omnisciente que existía fuera del tiempo y el espacio y que se interesaba por nosotros hasta el punto de amarnos) me parecía una chapuza el que cada dos por tres anduviera interviniendo en la Creación a golpe de milagros y  sucesos sobrenaturales. Una Creación verdaderamente bien diseñada, elegante, tenía que contener todas las respuestas en si misma, y eso implicaba un mecanismo inscrito, natural, de comunicación con el Creador. Desde mi punto de vista el Dios atemporal en el que creía había creado el universo, pasado, presente y futuro, como un todo perfecto en cuyo diseño ya estaban incluidas mis preguntas y sus respuestas. Todo lo que había que hacer era situarse en la circunstancia apropiada para activar ese mecanismo y establecer esa comunicación que en realidad no tenía nada de sobrenatural, para hablar con Dios.

Esa circunstancia era el estado de oración.

Lo del estado de oración es difícil de explicar a quien no ha estado allí. En primer lugar hay que decir que se trata, sin duda alguna, de un estado hipnótico. Te relajas, te concentras enProbablemente no haya sitio sobre la faz de la tierra para orar como Taize. ti y en Dios y Le buscas en tu interior. Cada uno tiene su procedimiento, hay miriadas de cosas que ayudan: las velas, el olor a cera o a incienso, un icono o un punto fijo al que poder mirar hasta que se extravíe la mirada, la música suave, simple, rítmica y repetitiva en tonos graves, el color azafrán, la salmodia, la postura… Te concentras en relajarte, te esfuerzas en relajarte y en «salir de ti», en, de alguna forma, dejar de pensar en ti mismo como indivíduo y disolverte con el resto de la Creación, en entrar en comunión lo que te rodea, en buscar a Dios dentro de ti y en la belleza y armonía del Universo. Buscas el amor de Dios dentro y fuera de ti, convenciéndote a ti mismo de que está ahí, de que es perceptible y al fin lo encuentras. Es como una especial densidad y calor en el aire que te rodea y un sentimiento de absoluta felicidad, de armonía, de abandono. En ese momento no te importa nada, contemplas a Dios y te humillas, agradecido porque tenga un rato para estar contigo y todo en lo que puedes pensar es en darle las gracias por lo que ha creado, en devolverle algo de toda la maravilla que sientes, en hacerle feliz. Sabes que nada malo te puede pasar porque, al final, allí está Dios que se ocupará de todo y no dejará que te pase nada. El futuro se desvanece, las dudas y las asociaciones a largo plazo se esfuman y todo lo que queda es una confianza infinita, un radical abandono del ego en las manos de Dios y una vocación, no una compulsión de servicio absoluta. Nada importa, sólo Dios y el amor que os tenéis y el deseo de servirle porque, sirviéndole, sirves al universo y en último término a ti mismo, y te das cuenta de la naturalidad y la lógica de esa relación Dios-mortal y, una vez más, te maravillas de que tenga un rato para estar contigo y que, siendo lo que es, todavía se interese por ti y quiera algo de ti, de que haya creado un objetivo para tu vida y que a través del mismo haya dado sentido a tu existencia.

A estas alturas tres o cuatro de vosotros ya habréis visto por donde voy. Es el subespacio del esclavo.

Recuerdo que cuando empezó a interesarme la D/s (a través de los amigos de Shmeng, o tempora!) y leí las historias sobre el subespacio del esclavo me resultó todo obvio. Todo era de cajón: lo que era, como se entraba y qué se experimentaba una vez dentro. Una de las razones por las que como instructor dejo bastante que desear es porque a mi me resulta sencillísimo entrar y salir del subespacio del esclavo (bueno, salir no tanto)Toy Dolls... Mi primer contacto con el BDSM y tiendo a pensar que mis esclavas lo tienen igual de accesible que yo, con la misma facilidad y la misma intensidad, cuando muchas veces ni siquiera entienden el concepto. Mucha gente (mucha vainilla) sólo es capaz de entender (o de concebir) el poder de la dominación y la satisfacción que siente el top, pero opinan que el under tiene que estar necesariamente enfermo. Poder coger a una tía y decirle en cualquier momento «pídeme que te deje comerme la polla hasta que me corra en tu boca» y que ella se arrodille al momento y comience a suplicar tiene obvias ventajas, pero ¿a quién puede gustarle que le peguen o que le exhiban o que le dominen y le manden hacer cosas humillantes, incluso en público, y encima obedecer de buen grado?

Por supuesto, esa gente no entiende nada de nada. Pero si leyendo hasta aquí no han entendido el origen de la satisfacción del esclavo y hasta qué punto es gratificante entregarte totalmente y ser sometido a pruebas y exigencias para profundizar más en esa entrega, tampoco creo que fueran a hacerlo aunque fuera más explícito…

Toda esa vainilla, sobre todo la religiosa, olvida la maravillosa sensación de seguridad, de abandono de uno mismo y de liberación que produce el estado de oración. La hagiografía está llena de ejemplos semejantes, de arrebatos, de santos y mártires que gozan en el dolor y el martirio no porque estén enfermos sino porque tienen el íntimo convencimiento de que ese es el plan que Dios, el Señor, tiene para ellos. ¡Incluso dan gracias a Dios por la posibilidad que les ofrece de dar la vida por Él! Y no nos vamos a poner a analizar medianamente a fondo ese mecanismo en le Biblia en general y en el Nuevo Testamento en particular. ¿A alguien se le puede ocurrir una frase más digna de la mejor de las esclavas que «he virgin-mary-noistaraquí a la esclava de mi Señor, hágase en mi según tu voluntad(5)«? ¿Quizá algo aun más explícito, como «no se haga mi voluntad, sino la tuya(6)«? ¿Estaban enfermos la Virgen María y Jesucristo en persona cuando eligieron renunciar a su voluntad en aras de la del Señor? ¡Claro que no!

Ya, ya sé que no es lo mismo. Lo que me lleva al punto de este artículo.

Si verdaderamente Dios existe, y si verdaderamente la forma que tiene de interactuar con nosotros y de escuchar nuestras oraciones y responder a ellas tiene algo que ver con lo que he expuesto, la dominación se convierte posiblemente en uno de los actos más perversamente antinaturales que existen. No es sólo que el sumiso se convierta automáticamente en un idólatra que adora a su amo, es que el amo ¡usurpa la posición de Dios! El BDSM toma un instrumento diseñado para realizar espiritualmente al ser humano y que pueda ponerse en contacto místico con su Creador y lo convierte en una método de amplificación del goce carnal, un disolvente de tabús y represiones, un canal para que el esclavo pueda entrar en contacto con sus deseos más inconfesables y hacerlos realidad sin preocuparse por las consecuencias ni por nada que no sea el aquí y el ahora, un instrumento que el amo puede utilizar para satisfacer más y más a su esclavo y que éste se le entregue cada vez más completamente y con más fervor. ¡Un pecado como éste no se le habría ocurrido ni al propio diablo!

Probablemente por eso es taaaan cojonudo

Arthegarn

PS: Tengo que decir que, personalmente, dudo muchísimo que a Dios le importara tres pepinos que usáramos ese canal para aumentar nuestro goce. Al fin y al cabo… ¡ya lo sabía cuando lo creo! A.
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(1) En honor a la verdad he de decir que yo empecé a autohipnotizarme, sin saber lo que hacía, a los 12 años tras leer algo sobre meditación shugenja en el Manual de los Jóvenes Castores. Asimismo, la primera vez que hipnoticé a otra persona tendría 14 años pero, insisto, no sabía lo que estaba haciendo, sólo lo descubrí cuando me puse a estudiar hipnosis.
(2) P.ej. Neurohipnosis, de James Braid (1841) o Hipnotismo, de Albert Moll (1859). Más o menos a la altura a la que Ignaz Semmelweis descubrió, para su sorpresa, que lavarse las manos para atender partos reducía drásticamente la mortalidad infantil (1847) o a la que Christoph Hendrik Diederik Buys-Ballot se le ocurrió la genial idea de montar a una orquesta de trompetas que tocaba constantemente una única nota en un vagón descubierto de un tren que atravesaba la campiña holandesa a una velocidad determinada para demostrar experimentalmente el efecto Doppler (1845).
(3) Sí, yo he experimentado todas estas cosas.
(4) Ver En Amor a la Verdad.
(5) Lc. 1, 38 et. al.
(6) Lc. 22, 42 et.al.

¿Qué es la fe? ¿Tengo fe?

Ayer uno de los nuevos becarios de Clifford Chance y yo estuvimos hablando de la existencia de Dios.

En nuestra conversación salió, como es inevitable cuando se habla de Dios, el tema de la fe. Y se me ocurrió que debería escribir mi opinión actual al respecto (que, por otro lado, y tras este espiritualmente ajetreado año, es la que he tenido casi desde siempre). En vista de que El Desertor ya me ha pisado el otro tema sobre el que me apetecía escribir, la chinita canora, os voy a calentar un poco los cascos con esto.

La verdad es que yo no sé si tengo fe. Cuando me voy al diccionario encuentro que la fe es el «conjunto de creencias de una religión» o el «conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas». Pero eso no dice nada sobre la fe como medio de conocimiento.

Me explico. Ya comenté en otro momento (aunque por motivos distintos) que Dios es tan improbable como infalsable. Me resultó muy curioso darme cuenta de que el paradigma científico no es válido para lo divino. Algunos de vosotros diréis «toma, claro, es obvio» pero para mi no era tan obvio. Soy un firme defensor del paradigma y del método científico, creo que la observación de la realidad, la duda metódica y la experimentación son las cosas que nos han hecho avanzar como especie como lo hemos hecho en los últimos siglos. Siempre he pensado que la única herramienta segura para expandir nuestro conocimiento, o al menos para entender y modelizar nuestro entorno de tal forma que podamos predecirlo era la ciencia. Para mi era la única forma de conocimiento y todo aquello que no podía ser probado científicamente era mejor tratarlo como inexistente.

Por eso dejé la magia, por cierto (salvo dos o tres cosas que todos conocéis). Mi acercamiento a la magia fue siempre muy científico: la idea era que se podía establecer una relación causa-efecto clara entre el ritual y su efecto, pero en todos mis experimentos no la observé nunca. Cuando algo daba resultado se revelaba con claridad como una coincidencia (en otras palabras, no era necesario introducir el ritual en la explicación para averiguar la causa del fenómeno) y nunca, jamás, obtuve ningún resultado contra causal. Hay gente que me ha criticado, desde las esferas taumatúrgicas, acercarme a la magia con esta mentalidad cientifista, manteniendo que si no crees en la magia, la magia no funciona. Pero resulta que yo tengo clara la distinción entre la magia y los milagros: estos exigen fe y aquellos no. Lo siento, pero las escuelas mágicas que exigen fe a sus acólitos no son escuelas mágicas, sino sectas religiosas. La magia se reivindica a si misma a través de los resultados, incluso la brujería(1) lo hace. La religión, en cambio, no.

Esto me lleva a comentar brevemente la confusión entre magia y religión que tienen muchos creyentes. Me resulta verdaderamente fascinante la cantidad de gente que es creyente porque cree en los milagros. En otras palabras: creen en Dios porque tienen pruebas de su existencia a través de los milagros, sea porque les han pasado a ellos, sea porque les han pasado a alguien, sea porque les han dicho que ocurren. Cada uno cree lo que le da la gana y por las razones por las que le da la gana, por supuesto, pero creer en Dios por este motivo me parece, aunque os resulte extraño, una de las peores razones; porque el hecho de que ocurra un milagro no quiere decir que Dios exista. Bueno, vale, si los milagros son únicamente causados por Dios y ocurren, entonces Dios existe. A lo que me refiero es a que no se puede asignar a un evento altamente improbable la etiqueta de «milagro» así porque si.

Veréis, supongamos que Jesús llega a la tumba de Lázaro, que ya huele mal, y le dice «levántate y anda». Y el tío se levanta y anda. ¿Quiere decir esto que Dios existe? Pues me temo que no. Desde un punto de vista científico tenemos que escoger la explicación más sencilla para este fenómeno, y hay multitud de explicaciones más sencillas que Dios. Por ejemplo: podría haber estado catatónico y no realmente muerto, o podría haberse producido un fenómeno cuántico que haya reiniciado su cerebro y sus órganos. Estas explicaciones son disparatadamente improbables, pero el hecho es que, al menos, no exigen para ser ciertas la existencia de toda una realidad sobrenatural. Curiosamente la magia es más científica que la religión, en el sentido de que es más creíble al ofrecer explicaciones que, a pesar de ser sobrenaturales, por lo menos son más sencillas que Dios. Es más sencillo suponer que Jesús es un nigromante de nivel 17 que suponer que la resurrección es el resultado directo de la intervención de un ente infinito y atemporal. No os digo nada si suponemos que en realidad Jesús es un viajero en el tiempo dotado de alta tecnología…

No, los milagros no son pruebas de la existencia de Dios. Por eso, y aunque os suene increíble, la existencia de milagros es irrelevante para el hombre religioso. Ni creo en Dios porque hay milagros ni dejo de creer en Dios porque no los hay; los milagros no quieren decir nada (y además tengo la teoría de que si Dios interviniera en la Creación más allá del hecho de la singularidad del acto Creativo lo haría de acuerdo a la teoría de la mariposa aleteante definitiva).

Entonces, si los milagros no son una evidencia de la existencia de Dios, ¿cómo se cree? Bueno, hay gente que cree en Dios por revelación. Muchísima gente afirma que Dios le habla, o que habla con Dios. Otro montón de gente dicen sentir a Dios a su alrededor, como una manta. Si Dios me habla, si le siento, es que tiene que existir, ¿no? Una vez más nos enfrentamos al problema de la infinitud. Es mucho más probable que estés en un estado autohipnótico, por ejemplo, o que estés alucinando, a que Dios exista. La autohipnosis es un fenómeno natural, científicamente probado y puede producir todos esos efectos sin exigir la existencia de un ente infinito.

Resumiendo: el hecho de que alguien haga milagros no es prueba de que Dios exista; y el hecho de que Dios le hable a uno tampoco es prueba de que Dios exista. Lo mejor de todo es que, desde mi punto de vista, esta visión está reflejada en la propia Escritura. Por ejemplo, en la parábola de Lázaro (Lc. 16, 19-31), tras que Epulón es condenado habla con Abraham y le suplica que envíe un aviso a su familia para que no cometa los mismos errores que él, a lo que Abraham se niega diciendo que su familia tiene, como él, a Moisés y los profetas. Epulón le contesta que si su familia viera un milagro se convertiría y Abraham le dice que «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite». Y no es este el único ejemplo: de forma mucho más dramática vemos a Jesús negándose a realizar milagros ante Herodes a riesgo de su propia vida (Lc. 23) y, consistentemente, negándose a realizar milagros cada vez que se los piden como prueba de su condición mesiánica. Lo que es más, Jesús se niega consistentemente a afirmar su propia divinidad y, cuando Pedro le dice que es el hijo de Dios, Jesús le prohíbe que se lo diga a nadie (Mt. 13-20). Un mensaje consistente en la Escritura es que las pruebas de la existencia de Dios no están fuera de uno, y la ciencia está de acuerdo: no hay absolutamente ninguna forma de probar a Dios.

Pero me pierdo en divagaciones cristianas y no quiero hablar del cristianismo en concreto en este artículo. No, lo que quiero decir es que no hay, ni puede haber, evidencia clara de la existencia de Dios. La creencia en Dios se manifiesta así como un acto absolutamente voluntario. La fe, lo que yo opino que es la verdadera fe, es el resultado de una decisión libre e individual. Creer en Dios no va a cambiar el mundo, y creer que no existe tampoco. Llega un momento, tras todas estas disquisiciones en las que el intelecto y el método científico, exhaustos, se encuentran con que no pueden dar una respuesta racional a la pregunta ¿existe Dios? porque ni siquiera Dios, si existiera, podría probar su propia existencia dentro del paradigma científico. Al final nos quedamos solos ante la pregunta, sin pruebas, sin indicios, sin nada.

Entonces es cuando elegimos qué creer. Cuando, enfrentados a esa pregunta, libremente elegimos creer que Dios existe, empezamos a tener fe. Cuando el convencimiento de la existencia de Dios llega a través de cualquier otro cauce que no sea la admisión de la incognoscibilidad de Su existencia y de una libertad absoluta de elección es que se basa en evidencias. Y esas evidencias son por necesidad, si no erróneas, al menos inaceptables.

Por esto digo tantas veces que no sé si tengo fe. Porque casi nadie interpreta esta palabra como yo.

Saludos.

Arthegarn
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(1) Recordemos que, técnicamente, la brujería no es la magia. La magia es la imposición a la naturaleza de la voluntad del mago; la brujería es la obtención de un resultado en el mundo natural con la mediación de un ente sobrenatural (p.ej. un pacto con el diablo).