Higiene memética

A mediados de los años 70 un estudiante le preguntó a Richard Dawkins si aparte de los seres vivos basados en química orgánica, existía en la naturaleza algún otro ente capaz de hacer copias de si mismo que también estuviera sujeto a la evolución por selección natural. En el momento, Dawkins no supo qué contestar, pero un par de años después, en el capitulo final de El Gen Egoísta (1976) respondió afirmativamente diciendo que, en efecto, se le ocurría otro ente de esas características. Como no existía una palabra para definir el concepto al que quería referirse Dawkins sugirió el nombre de mem(1) (en inglés, meme) para la unidad de transmisión cultural por imitación. De forma paralela al gen, que es la unidad de transmisión de la herencia biológica, el mem transmite ideas, comportamientos y actitudes de un individuo a otro, de una mente a otra esencialmente copiándose en el cerebro del receptor.

Como todo esto puede sonar muy raro permitidme poner un ejemplo.

Todos sabemos más o menos como funciona un virus. Un virus es un parásito que inyecta su material genético en una célula a la que infecta y “engaña” para que haga copias de ese virus mientras que la célula cree que está copiándose normalmente a si misma. Al final que llega un momento en el que hay tantas nuevas copias del virus dentro de la membrana de la célula que ésta muere y los nuevos virus se esparcen por el medio en busca de nuevas células a las que infectar. Un virus, en principio, no hace absolutamente nada más, no aporta nada a la célula ni tiene ninguna otra función; es una máquina que solo sirve (y es muy buena en ello) para obligar a otras células a que hagan copias de él.

El paralelo memético de un virus podría ser, por ejemplo, “Cumpleaños feliz”. Supongamos que un niño va por primera vez a una fiesta de cumpleaños y ve como todos los demás niños le cantan al homenajeado “Cumpleaños feliz”. Se dará cuenta de que «Cumpleaños Feliz» es «eso que se canta en los cumpleaños» aprenderá la canción y repetirá el comportamiento durante toda su vida, eventualmente enseñando la canción a otros niños que no la han oído y perpetuando el comportamiento.

En este ejemplo, “Cumpleaños feliz” es un mem. Al igual que un virus en una célula, un mem se introduce en un cerebro y se aprovecha de los recursos del mismo para sobrevivir y multiplicarse creando copias de si mismo en otros cerebros e “infectándolos” de si mismo. Por supuesto, el paralelismo no es exacto (por ejemplo: nuestro cerebro no explota cada vez que enseñamos a alguien “Cumpleaños feliz”) pero creo que es suficiente para que, de forma intuitiva, entendáis qué son los memes y cómo las ideas pueden ser consideradas (como lo son por la memética) como entes con vida propia que nacen, crecen, se reproducen y mueren(3).

La memética es que ofrece una perspectiva totalmente nueva sobre la mente humana y la transmisión de las ideas. Sugiere que, al igual que en realidad nuestro cuerpo (soma) está compuesto y es el resultado de la interactuación de millones de células individuales, que en muchos casos ni siquiera comparten nuestro código genético(4) y que existen y funcionan sin tener conocimiento ni de su función en el organismo ni del propio organismo en su conjunto; nuestras mentes están en realidad compuestas de millones de memes individuales que se comportan de forma semejante y que es sólo la interactuación holística de esos memes entre ellos la que da como resultado emergente la psique(5). La mente, así, funcionaría en paralelo, tanto a nivel neuronal como al nivel de las ideas; algo que es muy difícilmente imaginable por la consciencia, un recurso extremadamente útil pero que funciona en serie, pero que no obstante podemos estudiar y modelizar para ofrecer explicaciones hasta ahora inexistentes de quien somos.(6)

Pero, volviendo a los memes, sus similitudes con los seres vivos no terminan en su ciclo vital. Los memes también interactúan entre ellos de muy diversas formas Por ejemplo, exactamente igual que los seres vivos compiten entre ellos para obtener los recursos necesarios para sobrevivir y multiplicarse, también los memes compiten por los vastos pero finitos recursos del cerebro, intentando permanecer en él, no ser olvidados a favor de nuevos memes “invasores” y reproducirse y ser transmitidos a otros cerebros. Y al igual que los seres vivos, los memes están sujetos a la evolución por selección natural: a veces no se transmiten de un cerebro a otro con total exactitud sino que aparecen cambios en las copias, cambios que harán que ese nuevo mem se transmita y multiplique mejor o peor que el original, lo que puede dar como resultado la desaparición de la nueva copia o su éxito llegando incluso a implicar la desaparición del mem original.(7)

Pero la competición no es la única forma de relación entre memes. Hay memes que se alían entre ellos de forma simbiótica, a veces hasta el punto de dar lugar a una nueva “forma de vida” memética; al igual que un liquen es una magnífica simbiosis entre un hongo y un alga que da como resultado un ente que casi tiene taxonomía propia, cuando los memes “Dios” (existe un ente sobrenatural creador del Universo que da sentido y objetivo al mismo) y “fe” (creer en este mem aun en ausencia de pruebas es bueno) se alían dan como resultado un memeplex poderosísimo llamado “religión”. Y, por supuesto, hay memes que son parásitos de otros memes incluso hasta el punto de acabar con el mem huésped, como pasa cuando los memes de la superstición parasitan a los de la religión hasta que la idea de la relación con Dios se olvide totalmente para ser sustituida por una serie de prácticas más o menos mágicas (vid infra). Algunos memes son espectacularmente buenos reproduciéndose, sea porque otorgan ventajas al cerebro huésped (por ejemplo, carecer del mem de «lectura» es un grave problema), sea porque simplemente son buenos reproduciéndose aunque, al igual que los virus, acaben causando daños al huésped. Los memes supersticiosos, por ejemplo, no aportan absolutamente nada, pero  todos sabemos que los viernes trece traen mala suerte, o tirar el salero, o que se nos cruce en el camino un gato negro. Esos memes están en nuestros cerebros y no tienen intención de irse ni sabemos como echarlos, pese a que sabemos positivamente que son inútiles y consumen recursos como cualquier otro parásito. Y algunos memes como el del fanatismo (“creer en este mem incluso en contra de las pruebas es bueno, y de hecho cuanto mayor sea la evidencia en contra de lo que crees mejor eres por seguir creyéndolo”)(7) o «inmolación» (“este mem y su difusión son más importantes que tú y es bueno que te mates para defenderlo o difundirlo”) son tan perniciosos que la única explicación para su supervivencia es que se multiplican más deprisa de lo que matan a sus huéspedes, exactamente igual que los virus

Pero, independientemente de lo amplia e interesante que pueda resultar la memética (tenéis una buena bibliografía en las notas a pie de página si os interesa), me gustaría llamaros la atención sobre un aspecto en particular: la epidemiología memética. Dado que los memes se transmiten de forma esencialmente análoga a la de las enfermedades podemos utilizar las herramientas de la epidemiolgía para estudiar (e incluso predecir y controlar) la transmisión de los memes, el modo en el que infectan poblaciones e individuos. Por cierto, el mem con los que quiero infectar vuestros cerebros es el siguiente: “eres responsable de tus memes, de los que entran en tu cuerpo y de los que transmites”.

Uno de los grandes avances de la humanidad fue la teoría microbiana, que proponía la revolucionaria idea de que las enfermedades eran causadas por unos seres vivos tan, tan pequeñitos que no podían ser vistos, pero que sin embargo estaban ahí. Si esto era así, era posible limitar la transmisión de enfermedades a través de procedimientos muy sencillos. Así, memes como “aléjate de la suciedad”, “lava lo que vayas a comer”, “tápate la boca con la mano al toser” y cientos de otros proliferaron en nuestros cerebros hasta crear lo que hoy en día llamamos “higiene”, que no es más que el conjunto de comportamientos y procedimientos que utilizamos, y que exigimos que los demás utilicen, para proteger nuestros cuerpos de la acción de  esos micro-bios dañinos(9). La higiene ha contribuido tanto a nuestra calidad de vida que se ha infiltrado en nuestro inconsciente sin que nos demos cuenta, a veces incluso disfrazada de cortesía o educación A nadie se le ocurriría estornudar en la cara de alguien, por ejemplo, o usar el cepillo de dientes de un desconocido, o meterse en la boca un chicle que acaba de encontrar pegado debajo de la mesa(10). Y, sin embargo, cuando se trata de memes la higiene, en todos los sentidos, brilla por su ausencia en una inmensa mayoría de los seres humanos. Incluso entre mis amigos más cercanos, gente inteligente que se cree totalmente a salvo de cualquier influencia intelectual no deseada, abundan prácticas que meméticamente no son muy diferentes a comerse el cadáver de una cucaracha y a continuación besar con lengua a quien tienes al lado.

Voy a decirlo claramente; creerte lo primero que te encuentras en Internet sin contrastar su veracidad y sus fuentes, simplemente porque te gusta lo que dice y porque concuerda con tus ideas y esperanzas, no es meméticamente diferente a meterte en la boca el caramelo cubierto de pelusas que te acabas de encontrar en la acera porque te apetece algo dulce. Es una marranada indescriptible, una falta de respeto a tu salud simplemente inenarrable y algo que, si te viera tu madre hacerlo, te aseguraría un buen azote en el culo. Yo entiendo que la memética es una ciencia relativamente joven y que la idea de la higiene aplicada a los memes no ha llegado a una inmensa parte de la sociedad(11) pero para los que tenemos un mínimo conocimiento de la misma las actitudes de muchos de nuestros congéneres nos resultan, simplemente, repulsivas.

Al igual que si quieres tener un cuerpo sano tienes que respetar unas mínimas y elementales normas de higiene corporal, si quieres tener una mente sana tienes que respetar unas mínimas y elementales normas de higiene memética. No creerme lo primero que me encuentro por ahí, aunque me apetezca mucho creérmelo, es tan elemental como no meterme en la bocacommon-cold-causes-symptoms-home-remedies-prevention lo primero que me encuentro por ahí, aunque me apetezca mucho comérmelo. Prefiero creerme las cosas que sé que salen de fuentes dignas de confianza, muchas gracias, exactamente igual que prefiero comerme los caramelos que sé de dónde han salido. Y si por alguna razón me veo forzado a considerar comerme algo que encuentro tirado en el suelo, ante todo lo lavo, hiervo y desinfecto como pueda. O, meméticamente hablando, dudo de que sea sano (cierto) y lo someto a todos los procedimientos que se me ocurren para minimizar sus efectos perniciosos y contrastar su veracidad, a ver si es bueno que me lo trague o no.

Desde este punto de vista, de verdad, es increíble el tipo de, no caramelos sucios, sino mierda de perro recién excretada que se traga la gente a manos llenas en Internet. Lo que es más, es increíble ver a cierta gente comérsela en un hermoso plato cuadrado, con cuchillo y tenedor, rozando los labios con la servilleta antes de acercarse la copa de vino, a veces incluso pagando por el plato de mierda mientras se permiten mirar desdeñosamente la humilde hamburguesa de McDonald’s que se está comiendo el de al lado.

Y el plato de algunos es de los que se comen con cuchara. No digo más.

Oh, existe la posibilidad de que comer mierda de perro a cucharadas no tenga ningún efecto perjudicial sobre tu organismo, desde luego, pero lo más probable es que sí. Del mismo modo, es posible que ese bulo que te has tragado enterito no te haga ningún daño, pero lo más probable es que sí aunque no sea más que porque evidencia que careces de mecanismos de higiene memética. O lo que es lo mismo, que tu cerebro es fácilmente accesible e infectable por el primero que te cuente lo que quieres oír; que eres fácilmente manipulable. Pero es que además resulta que quienes observamos ciertas normas elementales de higiene, como lavarnos las manos antes de comer o poner en duda que en España haya 445.000 políticos estamos, en todos los sentidos, más sanos que quienes no lo hacen. Y eso nos da ventajas porque (y ahora voy a evidenciar otro mem con el que quiero infectaros) la falta de sentido crítico, carecer de higiene memética entrante, te perjudica y debilita. Si te crees lo primero que te cuentan sin contrastarlo, por pura estadística vas a acabar creyendo creer que ciertas cosas son como no son. Y eso va a implicar que tomarás ciertas decisiones basadas en información errónea, lo cual casi garantiza que tales decisiones serán erróneas. Y eso te va a perjudicar, a ti y, probablemente, a tus seres queridos (vid infra), todo por tu falta de higiene memética, por permitir que cualquier idea se aposente en tu cerebro sin demostrar que merece estar ahí. Y mentras tanto los que lo ponemos en duda todo y nos esforzamos por alimentar nuestra mente solo de ideas ciertas tendremos más posibilidades de evitar esos errores y todo nos irá mejor.

No creerte lo primer que te cuenten va en tu propio beneficio. De verdad. Y además beneficiará también a la gente que te rodea, que supongo que incluye a la gente que quieres. Y directa o indirectamente me beneficiará a mi, por qué no decirlo.

Por supuesto yo, Arthegarn, como liberal que soy, voy a respetar tu libertad individual dentro de tu esfera de derechos. Si quieres comer mierda de perro a cucharadas es asunto tuyo. Pensaré que eres un gilipollas a la enésima potencia y probablemente me de una mezcla de asco y pena verte hacerlo, pero no te lo prohibiría (si pudiera) ni siquiera por tu propio bien. Probablemente intentaré hacerte ver lo que estás haciendo y por qué no es buena idea (como estoy haciendo con este artículo) pero si a pesar de todo persistes en tu coprofágica decisión, al final haré mutis y la respetaré porque al fin y al cabo mis consejos no van encaminados más que a lo que yo considero que es tu propio bien y tú tienes mucho más derecho a decidir qué es bueno para ti que yo.

Ahora, cuando hay terceros implicados…

Llenar la propia mente de basura es cosa de cada uno. Pero en el momento en el que transmites esos memes-basura a las mentes de los demás deja de serlo y pasa a ser un asunto de salubridad pública(12). Exactamente igual que tenemos la obligación de no toser y estornudar encima de la gente, exactamente igual que consideramos que es moralmente malo transmitir una enfermedad a sabiendas a nuestro prójimo, exactamente igual que si creemos que podemos estar infectados intentamos evitar a los que nos rodean antes de exponerles a una situación de contagio (aunque no sea más que  diciendo a quien va a compartir una sidra contigo que mejor coja otro vaso porque estás resfriado), antes de transmitir un meme a otra mente tenemos que velar mínimamente por su salud. Porque esa mente confía en nosotros en todos los sentidos, y al igual que bebería de nuestro vaso si no le decimos que quizá estemos enfermos, escuchará nuestras ideas y confiará en ellas si no le decimos que concedemos una razonable probabilidad a la posibilidad de que sean perjudiciales

No solo somos responsables de lo que comemos y de cómo luchamos contra las infecciones, también somos responsables de poner los medios a nuestro alcance para evitar el contagio de nuestras enfermedades. Exactamente igual, no sólo somos responsables de las ideas que aprehendemos, también somos responsables de las ideas que transmitimos. Conozco gente que tiene una higiene memética entrante (es decir, un sentido crítico) decente, en algunos casos bastante respetable, pero que no tiene la menor consideración con su prójimo a la hora de compartir sus memes. Hay gente, por ejemplo, que es lo suficientemente inteligente como para saber que alguien de la categoría de José Luis Sampedro no empezaría un artículo diciendo «Querido señor Presidente, es usted un hijo de puta» pero que aun así difunde el bulo, lo reenvía, retwittea, comparte, cuelga en su muro o lo que sea. Meméticamente esto es análogo a estornudar con fuerza encima de tus amigos sabiendo que tienes la gripe. Y llegó el momento de poner en claro el tercer mem: carecer de higiene memética saliente perjudica y debilita a quien te rodea y lo peor es que cuanto más te quieran, más les perjudicas. En efecto, todos confiamos en la gente a la que queremos, creemos que no van a hacer nada que nos pueda dañar y por eso les damos acceso privilegiado a través de nuestras barreras de todo tipo. Yo no compartiría cubiertos con un desconocido, pero podría hacerlo con un amigo. Igualmente, yo no daría credibilidad alguna a un desconocido que me recomendara que comprar pagarés de Nueva Rumasa diciendo que es un gran negocio, pero si fuera un amigo a quien quiero y en quien confío…

Somos responsables de los memes que transmitimos al igual que de los memes que alojamos. No podemos desentendernos de las consecuencias de esa transmisión memética escudándonos detrás de la excusa de que cuando decimos algo esperamos “que cada uno ejerza su sentido crítico”. O al menos no podemos hacerlo más de lo que podemos escudarnos cuando estornudamos en la cara de alguien pensando que esperamos “que cada uno ejercite su sistema inmunológico”. Está mal, está igual de mal. Y en el caso de la gente que nos quiere o respeta, está todavía peor, no solo porque ese amor y respeto les hace particularmente vulnerables sino porque responder a la admiración y el respeto de alguien con un estornudo en la cara y una llamada al uso del propio sistema inmunológico es bastante desagradable.

Y este artículo me está quedando larguísimo, lo sé, pero no quiero terminar sin llamar vuestra atención sobre otro problema que es tan predecible como evitable con conocimientos meméticos y que podríamos denominar el Síndrome del Día Después del Apocalipsis. El día después del Apocalipsis es cuando uno se levanta de entre los escombros, recuerda las atrocidades que se han cometido y se pregunta «¿Pero cómo hemos podido llegar a esto? ¿Cómo hemos podido permitir que algo así pasara?». Es la pregunta del hombre bueno ante Auschwitz y la respuesta es: «gradualmente».

Goebbels es frecuentemente citado como autor de la frase «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». En realidad nunca dijo tal cosa(13), pero a nuestros efectos la idea es buena. Creo que estaréis conmigo en que hoy en día nadie en su sano juicio se plantea seriamente entrar a tiros en el Congreso de los Diputados, sacar a Rajoy a rastras y lincharle en la Plaza de las Cortes, pero eso es algo que pasa ahora y que tiene que ver con el estado de ánimo y la consideración de lo que es bueno de la sociedad ahora. Si alguien propusiera seriamente hacerlo, si alguien intentara transmitir ese mem, sería inmediatamente contrarrestado por la acción de cientos de otros memes que tenemos ahora mismo en nuestro cerebro, como el del respeto a la vida o a la presunción de inocencia o el repudio de la violencia, que actuarían de una forma análoga a los anticuerpos y neutralizarían el mem. Lo normal ahora mismo, lo que la sociedad quiere y a lo que nos condiciona, es a respetar a los que nos rodean y a que la idea de entrar a tiros en el Congreso y linchar a Rajoy nos resulte inconcebible. Oh, bueno, puede ser concebible como parte de un chiste o algo así, como el cartelito ese de la guillotina enfrente del Congreso y el lema «Yo también veo necesario hacer algunos recortes», pero ¿hacerlo en serio? Ni hablar, hombre, yo no soy un asesino. Y, sin embargo, el mem que vive en ese chiste es  ese: «matemos a los políticos».

Un chiste tiene gracia precisamente por el contraste con la realidad. Si viviéramos en la época de la revolución francesa un cartel como el que acabo de mencionar no sería interpretado como un chiste sino como una sugerencia seria de un curso de acción. Cuando vemos y compartimos ese chiste estamos, sin darnos cuenta, infectando nuestros cerebros y los de los demás con el mem «matemos a los políticos». Algo que podía ser inconcebible deja de serlo, una idea que antes no existía en nuestra mente de pronto aparece. Y cuando infecta todas las mentes que nos rodean, de repente deja de ser algo impensable y el chiste pierde su gracia porque el contraste con la realidad se ha diluido. Hace falta hacer un chiste más bestia en el mismo tono para que haga gracia y, poco a poco, el mem «matemos a los políticos» se va normalizando. Si antes cuando alguien nos decía «matemos a los políticos» le contestábamos inmediatamente «¿pero qué dices, hombre?» ahora dejamos de hacerlo porque, claro habla en broma. Pero el hecho está en que hemos eliminado uno de los memes que evitaba que efectivamente matáramos a los políticos: el primer «anticuerpo» contra ese comportamiento. A medida que esa idea se va repitiendo se va normalizando, a medida que van cayendo las defensas meméticas contra el uso de la violencia esa idea deja de ser tan impensable (porque ya no es respondida inmediatamente con un «¿pero qué dices?») y pasa a ser pensable. Y eventualmente el mem muta a «matemos a los políticos… y lo digo en serio». Y un mem que no hubiera tenido jamás ninguna posibilidad de tener éxito en el ambiente previo a la normalización, ahora puede tenerlo porque las defensas están débiles. Poco a poco, con el transcurso del tiempo, el mem va mutando e infectando más cerebros, haciendo que la gente «cambie de idea» y deje de ver el asesinato como algo absurdo y esperpéntico, solo contemplable en un contexto humorístico y pase a convertirse en una posibilidad real. Hasta que, eventualmente, la chispa salta, la civilización estalla por los aires y el pueblo enfurecido entra a tiros en el Congreso de los Diputados, saca a Rajoy a rastras y le lincha en la Plaza de las Cortes. Hasta que un año después, entre las ruinas del congreso, en medio de la destrucción y los disturbios, el que inventó el chiste de la guillotina alza la mirada al cadáver y se pregunta «¿Cómo hemos podido llegar a esto?»

Pues gradualmente. A partir de acciones inocentes que no parecían tener relevancia. A través, como siempre, de la evolución por selección natura. Nadie quería que existiera el ser humano, nadie lo había planeado, pero existe; exactamente igual, nadie quería que todo acabara así, pero acabó así.

Somos responsables de los memes que permitimos que entren en nuestras mentes. Somos responsables de los memes que transmitimos y de las consecuencias que tienen, incluso a muy largo plazo. Y algunos, los más morales y exigentes de nosotros, somos responsables incluso del control epidemiológico de los memes más peligrosos. Evitar que ciertos memes peligrosos se contagien es bueno, pero evitar que lleguen a producirse mutaciones meméticas peligrosas es todavía mejor.  Así que, amigo lector, cuidado con lo que lees, cuidado con lo que cuentas… y cuidado con lo que crees. Y si te quieres unir a la Orden de los Pobres Caballeros del Sentido Crítico y de la Higiene de los Memes y dedicar tu vida a luchar contra los bulos, serás bienvenido. Porque somos tres y el de la guitarra…

Gracias por dejarte infectar,

Arthegarn________________

(1) La forma correcta del singular de este neologismo en español ha de ser “mem” y no “meme” como se lee por ahí. Esto es así porque cuando Dawkins sugiere su nombre lo hace partiendo del griego μίμημα (mimema), acortándolo a “mema” y sustituyendo la “a” final por una “e” para reforzar el paralelismo con la palabra gene (gen). Así pues, puesto que en castellano el singular de genes es gen, el singular de memes ha de ser mem. Este es un caso en el que el calco de la palabra del inglés desvirtúa su significado y etimología.
(2) Tengo que pedir perdón por le lenguaje volitivo que utilizo en este artículo para referirme a entes que, como los memes, no tienen ni siquiera la capacidad de entender o querer algo. Cuando digo que una célula “quiere sobrevivir”, por ejemplo, no quiero decir que verdaderamente sea así: la célula no tiene ni siquiera consciencia de si misma, mucho menos de lo que podría ocurrirle si se acerca demasiado al interior del estómago, por ejemplo. No, lo que quiero decir es que el ente tiene una serie de mecanismos automáticos que le hacen reaccionar ante determinados estímulos como si verdaderamente se diera cuenta de que (por ejemplo) algo es peligroso y quisiera evitarlo para intentar sobrevivir.
(3) Un mem muere, por supuesto, cuando se olvida. Todos conocemos “Cumpleaños feliz” pero casi nadie recuerda a Shutruk Nahhunté
(4) El ejemplo clásico es la flora bacteriana, literalmente cientos de especies diferentes que conviven dentro de nosotros en una relación de beneficio mutuo. Un ejemplo algo menos conocido pero verdaderamente fascinante es el de las mitocondrias, presentes en cada célula de nuestro cuerpo y sin las que éstas no podrían funcionar y que tienen su propio ADN, distinto del del individuo a quien sirven. De hecho, se puede remontar la historia mitocondrial hasta un primer y único ancestro de toda la humanidad, la llamada Eva Mitocondrial. La ciencia es preciosa.
(5) Un pensamiento que puede resultar bastante amenazador para aquellos que necesitan que la ciencia no sea capaz de explicar la mente para poder aferrarse a la posibilidad de la existencia de lo sobrenatural y de la supervivencia de la mente tras la muerte del cuerpo. Yo mismo cuando leí esa teoría tuve que luchar contra una especie de picor espiritual que no sabía donde rascarme (entre otras cosas porque siempre tuve muy clarito lo de Lc. 20,38) y que solo años después entendí de donde procedía.
(6) Este tema, verdaderamente fascinante, es desarrollado en mucha mayor profundidad en La Consciencia Explicada (Dennett, 1991).
(7) Incluyo algún ejemplo de evolución memética más abajo, pero si os interesa el tema hay estudios tanto en El Espejismo de Dios (Dawkins, 2006, donde el autor lo usa para proponer que el mem «Dios» es un parásito de la evolución de memes más útiles como «obedece a tus mayores»), La Máquina de los Memes (Blackomre, 1999) y Virus of the Mind: The New Science of the Meme (Brodie, 1996)
(8) Los lectores avezados se darán cuenta inmediatamente de que el mem «fanatismo» es una evolución del mem «fe». Si no recuerdo mal Dawkins lo comenta también en El Capellán del Diablo (2003)
(9) Porque, no lo olvidemos, no todos los microbios son dañinos. También son microbios los hematíes, los leucocitos y las plaquetas (y, puestos a ello, técnicamente, las mitocondrias) sin los que no podríamos sobrevivir.
(10) Tengo que decir que uno de los editores que ha tenido a bien criticar el primer borrador de esta entrada me ha comentado que «este párrafo es falso, o al menos no cierto, ya que hay mucho cafre, mucho cerdo, mucho ignorante y mucho imbécil que hace lo que tu dices que a nadie se le ocurriría». Como diría Romanones, vaya tropa.(11) Esto no es del todo cierto. Al igual que antes de la teoría microbiana la humanidad observaba ciertas normas higiénicas por puro sentido común, en nuestra sociedad también existen mecanismos de higiene memética aunque no se denominen así. Por ejemplo, mi madre a la higiene memética la llamaría “salud mental”.
(12) Término elegido con toda la maldad del mundo.
(13) Es una aliteración de una de las técnicas de propaganda descritas por Hitler en Mein Kampf, la de la Grosse Lüge, particularmente una de la que acusa a los judíos de utilizar por lo que es prácticamente imposible que Goebbels la incorporara a su repertorio.

Los libros de mayo

A Brief History of Time es un libro al que tenía manía, casi tanta como a Stephen Hawking, desde que era casi un crío. Recuerdo una charla con mi padre en la que me decía que Hawking estaba sobrevalorado, que era un producto de los medios de comunicación, que no estaba a la altura de otros físicos como Hoyle o Penrose y que de cualquier forma su tesis central estaba equivocada. Por lo que recuerdo que me contaba, el error de Hawking consistía en aplicar el principio de indeterminación del Heisemberg al momento inicial del universo, lo cual carecía de sentido ya que si el espacio entero era un punto de dimensión cero, el momento y la posición del universo entero tenían que ser perfectamente determinables con exactitud infinita ya que no había otro sitio en el que pudieran poder estar que en ese punto de dimensión cero. Décadas después, tras haber leído finalmente el libro y saber qué dicen exactamente tanto Hawking como Heisemberg, tengo que decir que o yo no entendí a mi padre o mi padre no entendió a Hawking porque no dice nada parecido.

El libro, que me ha gustado muchísimo (aunque menos que La Nueva Mente del Emperador de su colega y amigo Roger Penrose, a quien menciona no menos de veinte veces) es mucho más de divulgación de lo que yo me esperaba. Oh, sí, divulgación seria, desde luego, pero no muy diferente de Los Tres Primeros Minutos del Universo, por ejemplo. Es un viaje breve por la historia de la ciencia, enfocándose en la física, la astrofísica y finalmente la física cuántica, en busca de una teoría de la gran unificación. Está francamente bien escrito, es una lectura amena (mi madre me tiraría algo a la cabeza si leyera esto), con ejemplos muy buen puestos y el nivel justo de erudición (por ejemplo, cuando habla de la gemetría de Minkowski ni siquiera menciona al pobre Hermann). La explicación que da de la relatividad (de las dos) es muy, muy buena, y la de la física cuántica, si bien no está a la altura de otras más eruditas que he estudiado, tiene ejemplos muy buenos para que se te quede en la cabeza qué son y para que sirven cosas como el spin o los colores de un quark.

Las páginas en las que habla (finalmente) del tiempo y su naturaleza son muy buenas. Abren la mente a reflexiones sobre la naturaleza del espaciotiempo que a mi me resultaron fascinantes. Recuerdo que esa parte del libro la leí en el metro y que, sin pasar de página, perdido en mis pensamientos sobre la relación entre la flecha del tiempo, la entropía y el crecimiento del universo, me di cuenta de que me había pasado de estación y tuve que cambiar de metro… ¡hasta tres veces! Sin quitarle mérito a Martin, esas cosas no me pasan con A Song of Ice and Fire, por ejemplo. También lo son las páginas sobre las singularidades cuánticas y la búsqueda de la Teoría del Todo, si bien es entrañable leer un libro escrito cuando la teoría de cuerdas era algo cuyo nombre no pasaba de las universidades y la gravedad cuántica ni siquiera había abandonado la mesa de investigación.

Podría pasarme horas hablando de este libro y de las cosas que cuenta (aunque no todas las haya leído ahí) porque es un tema que cada día me fascina más, pero me voy a limitar a recomendaros que, si tenéis un espíritu suficientemente inquieto, la suficiente capacidad de atención, y sobre todo de imaginación, lo leáis directamente. Es una muy buena puerta de entrada para pasar de ahí a cosas más serias y, entre nosotros, un rato más fácil de leer que, por ejemplo, GEB-EBG. Así que sus, y a ello. No os arrepentiréis. Ah, y queda uno como todo un intelectual leyendo estas cosas en el Metro, estoy descubriendo. En la oficina te miran de otra manera y te preguntan «Pero ¿tú no eras abogado?» y cosas así.

Beneficios colaterales, qué queréis que os diga.

Los libros de diciembre

I Shall Wear Midnight es el último Pratchett  (salió en septiembre) y el cuarto de la saga de Tiffany Aching que, como ya he mencionado otras veces, está escrita para adolescentes (un público más joven que para el que Pratchett suele escribir). En esta novela Tiffany tiene ya quince años y asistimos a, entre otras cosas, la evolución de su relación con Roland (el hijo del Barón), a su encuentro nada más y nada menos que con Eskarina Smith, protagonista junto con Yaya Ceravieja del primer libro de la saga de las Brujas (Equal Rites Ritos Iguales) y a la que no habíamos vuelto a ver desde entonces (hace ya más de 20 años) durante un viaje relámpago a Ankh-Morpok en el que aparece una nutrida selección de miembros de la Guardia (Zanahoria, Angua y Wee Mad Arthur, el «gnomo» del halcón de Monstruous Regiment) y a su relación con las dos brujas de Lancre (con especial atención a Tata Ogg, a la que se trata en este libro con otra óptica aunque uno se sigue echando unas risas con ella unas risas con Tata Ogg) y a las siempre hilarantes aventuras y explicaciones de los Nac Mc Feegle.

Una vez más se trata de una historia metememética. Pratchett está escribiendo mucho últimamente sobre sobre el poder de las historias y los cuentos, de como configuran la mente(1) , con ella, la realidad tal y como la percibe esa mente. El argumento (la base filosófica de la trama) es relativamente semejante al de Wintersmith lo que me hace pensar que toda la saga intenta formar las mentes de los niños y preadolescentes que la leen para que se den cuenta de que todo lo que han aprendido hasta entonces sobre como se supone que son las cosas es, en realidad, una especie de simplificación, algo así como unos cuentos que te cuentan para ayudarte a hacer un modelo prático, simple y suficientemente bueno de como fuciona el mundo, pero del que no te puedes fiar literalmente porque, en realidad, está basado en cuentos y mentiras. Creo que la saga trata de introducir en las mentes de sus lectores la idea de que la vida, de aquí en adelante, en realidad no va a ser tan simple y de que las apariencias engañan; que no te puedes fiar de alguien solo porque aparezca con una brillante armadura sobre un caballo blanco, y que no todas las brujas son malas. Una siempre recomendable lección de espíritu crítico, incluso para muchos adultos, que tiene además la virtud de hacer que te eches unas risas.

Y, casi dos años después, finalmente encontré el tiempo para releerme The God Delusion. Sigo pensando que es un libro soberbio, pero esta segunda lectura me ha mostrado puntos muy interesantes que en mi fascinación y avidez no percibí la primera vez, probablemente porque estaba demasiado interesado en lo que Dawkins quería decir que en los detalles de sus argumentos. Por ejemplo, uno de los que más me impactaron en su momento fueron los cargo cults y sus similitudes con el cristianismo; la relectura me ha hecho que ver que esas similitudes se deben a que los misioneros clristianos llevaban introduciendo memes como la ubicuidad o la parusía en las culturas indígenas desde hacía siglos; no aparecieron espontáneamente tras la partida de John Furm, evolucionaron tras ser introducidos en esa cultura por los misioneros. La segunda lectura me ha recordado también cuánto se equivoca Richard Dawkins cuando habla de cristianismo en general y de catolicismo romano en particular. Sus apologistas dicen que el hecho de que Dawkins se equivoque por ejemplo al hablar de Purgatorio es irrelevante, porque lo importante no es si el traje del emperador lleva jaretas fruncidas o chorreras dobles, sino que el traje en si mismo no existe. Y ese argumento es tan ingenioso como falaz, porque cuando utilizas como argumento para demostrar que el traje del emperador no existe la estupidez de su descripción es necesario saber la diferencia entre una jareta y una chorrera o, además de notarse que no sabes de lo que hablas, perderás credibilidad.

Y me ha resultado curioso releerlo sabiendo toda la física y toda la matemática que sé ahora, que The God Delusion me impulsó a leer y que por tanto desconocía la primera vez. Uno de los capítulos más demoledores para mi, el único que me hizo verdadera mella, de hecho, fue el último, La Madre de todos los Burkas, en el que Dawkins habla de lo extrañísimo que es el universo y de hasta qué punto no estamos equipados para entenderlo en su totalidad. Ese capítulo me hizo darme cuenta de que el Dios en el que creía no era, a pesar de toda su sofisticación, más que papá elevado a infinito. Si Dios existía, un Dios que ha creado un universo como este, con agujeros negros que desafían la noción de continuidad del tiempo y en el que todo está hecho de la precipitación de la probabilidad de que un montón de cosas individuales ridiculamente pequeñas existan o no en un momento dado (si existe tal cosa como un «momento dado», claro)… si Dios existía, como digo, y se parecía al universo, entonces era tan extraño, tan alienígena, que era imposible relacionarse con el mismo. Si Dios existía, no podía ser el, en el fondo, Zeus magnificado en el que creía, y no podía concebir a Dios de otra manera. No obstante ahora, tras leerlo sabiendo todo lo que sé, que tampoco es tanto, he tenido una epifanía distinta que tengo que dejar que se asiente antes de hablar de ella.

Vuelvo a decirlo: un libro soberbio que todo el mundo debería leer. Y vuelvo a decirlo: si eres creyente y tu religión te hace feliz y mejor persona, piénsatelo dos veces porque una vez leído no se puede desleer. Y si yo pudiera elegir volver atrás en el tiempo y no leerlo lo haría. Y no sería el único.

Por último, y tras haberme visto la película, me leí Going Postal, otro Pratchett y el primero de Moist von Lipwig. Ya me he leído la segunda, Making Money y, entre nosotros, espero como agua de mayo la tercera, Raising Taxes. Tengo que decir que más allá de las complejidades de Yaya Ceravieja o, sobre todo, de Sam Vimes (que se está convirtiendo en el personaje más rico del Mundodisco), mi saga favorita es la de Lipwig. Este libro en concreto trata de la resurrección, aunque es virtualmente la introducción, del sistema postal en Ankh-Morpok, dirigido por este personaje, un timador profesional que empieza el libro prácticamente en la horca. Es muy bueno, muy divertido y muy interesante; no tanto como el segundo (que preludia con la introducción de los sellos) pero por encima de la media incluso de los Pratchetts. Una pena que ninguno esté traducido…

Ah, sí, una nota curiosa. El título del libro, Going Postal, hace referencia a una expresión estadounidensa que significa algo así como «cabrearse, perder la cabeza, agarrar una escopeta, subierte al tejado de un McDonald’s y liarte a tiros con todo lo que ves». Tiene su origen en el curioso dato estadístico de que desde mediados de los 80 apenas pasa un año sin que un cartero, específicamente un cartero, de los Estados Unidos haga exactamente eso, o algo muy parecido. Ultimamente la gente se lo piensa dos veces antes de hacer perder los estribos a un empleado del USPS… Nunca sabes por donde va a salir.

Y saludos a todos de un insomne Arthegarn____________
(1) Y, por supuesto, el inconsciente colectivo y el  Weltanschauung…

El libro de febrero

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Como es bastante sabido llevo unos meses bastante liado de trabajo. En febrero sólo me ha dado tiempo de leerme un libro: El Símbolo Perdido, del infame Dan Brown.

Bien, tengo que decir que es el segundo peor pedazo de mierda que he leído, inmediatamente por detrás de la espeluznante La Mano del Muerto, de la que creo que ya he hablado en alguna ocasión. No es que me esperara mucho (Dan Brown no es Umberto Eco precisamente)(1) pero los otros libros suyos que me había leído(2) tenían algo, al menos. Es cierto que exigían una suspensión de la incredulidad muy alta, pero eran thrillers bien construidos, entretenidos, interesantes, que te tenían en tensión si eras capaz de olvidar las estupideces sobre la sanidad española o la etimología de Yahveh o la Iglesia Católica o el método científico o casi cualquier cosa de las que dice saber y que suelta cada dos páginas. Pero éste…

El libro es lento. Aburrido. Sin ritmo. Sin línea argumental definida. Sin intriga. A los protagonistas les van pasando cosas pero un poco como amanece nublado o soleado, sin que nadie pueda hacer nada al respecto; la historia emite un tufo a Deus ex machina desde el tercer capítulo que no le abandona hasta la última página. No hace falta que diga que Dan Brown sabe del tema de trasfondo del libro (los masones) más o menos lo mismo que de, por ejemplo, la Iglesia Católica (o sea, nada)(3) porque a eso ya nos tiene acostumbrados, pero en este caso además deja claro que tampoco tiene ni idea de ciencia (bueno, eso ya quedaba claro en Deception Point, ahora que lo pienso) ni del funcionamiento de las instituciones de su propio país (el involucramiento de la CIA, por ejemplo, no hay quien se lo crea) y, ya que estamos, que tiene un concepto exagerado de su propia importancia(4). El golpe final, el gran giro argumental de la muerte mortal yo, personalmente, me lo venía oliendo desde el cuarto capítulo.

Pero lo peor de todo no es que sea un libro objetivamente malo y aburrido (esto último, insisto, algo que no suelen ser los libros de Dan Brown). Lo peor de todo es que es un libro tóxico.

El Símbolo Perdido intenta reintroducir (o, de existir ya, explotar) en el acervo memético(5) una serie de ideas infecciosas, malas, retrógradas, pueblerinas, perjudiciales y cabreantes. Supongo que mucha gente pensará que al fin y al cabo no es más que un libro de ficción, que no hay que tomárselo en serio y que el autor está legitimado para inventarse lo que le de la gana, pero yo no las tengo todas conmigo: Europa todavía está llena de gente buscando rayas inexistentes en catedrales mencionadas en El Código da Vinci y el otro día alguien me preguntó por el Gran Elector de la Iglesia Católica. Dan Brown tiene la irritante capacidad de conseguir que el vulgo más inculto (y numeroso) se trague sus estupideces como si fueran ciertas y todo lo que dice de la ciencia noética(6) es algo que creo que hay que desenmascarar lo antes posible.

Para empezar, el Instituto de Ciencias Noéticas existe, es cierto, pero está compuesto por una panda de colgadas que deben haber sido expulsadas de alguna comunidad evangelista por estar particularmente idas; os recomiendo que os deis una vuelta por su página web si queréis contrastar lo que digo. También es cierto que existió el PEAR(7) en Princeton, dedicado a experimentos psicoquinéticos dignos de las escenas iniciales de Los Cazafantasmas  (y, tras que el ejército americano lo abandonara, a continuar el Proyecto Stargate, los famosos «visores lejanos»). No me voy a poner a criticar los métodos de esta institución porque sería largo(8), pero digamos que afortunadamente cerró hace tres años tras haber sido descrito como «una vergüenza para la Ciencia y para Princeton». Y, desde luego, no es cierto que, como dice el libro en la página 74, los experimentos que se llevan a cabo en esas instituciones hayan «demostrado categoricamente que el pensamiento humano, debidamente canalizado, tiene la capacidad de afectar y modificar la masa física.» Nada más lejos de la realidad. Hasta Walter Bishop hubiera dicho que sus resultados eran inconcluyentes.

Dicho esto, que en el fondo no es más que poner de relieve otra memez y verdad a medias de las de Dan Brown, el mem verdaderamente peligroso se resume en esta cita (p.80):

«Los antiguos poseian un concimiento cientifico profundo» La ciencia moderrna no hacia tanto «descubrimientos» como «redescubrimientos». Al parecer  la humanidad antaño había alcanzado a comprender la verdadera naturaleza del universo… pero no la había retenido… y se habia olvidado de ella. «La física moderna nos puede ayudar a recordarla»  Esta búsqueda se había convertido en la misión vital de Katherine: utilizaba ciencia avanzada para redescubrir el saber perdido de los antiguos.«

No. No, no, no y mil veces no. El hecho de que el Kybalion describa fuerzas positivas y negativas en el universo (también se hace en la Biblia) no quiere decir que su desconocido autor tuviera idea de lo que es el electromagnetismo, al igual que el tipo que dibujó el Ying/Yang no tenía ni idea de lo que es la antimateria. El hecho de que en los Upanisads se describa el caos del universo (también se hace en la Biblia) no quiere decir que sus autores entendieran el Principio de Indeterminación. El hecho de que en el Zohar se hable del árbol de la vida (también se hace en la Biblia) no quiere decir que sus autores tuvieran una explicación físico-matemática de la estructura de la realidad que implica diez dimensiones(9). Lo único que pasa es que si te lees un texto místico de setecientas páginas de hace mil años como es el Zohar es probable que encuentres algo que te recuerde, aunque sea vagamente, a una teoría científica actual (sobre todo una tan arcana como la Teoría de Cuerdas). Pero eso no quiere decir que Moisés de León tuviese conocimientos matemáticos mil años por delante de su tiempo, simplemente que escribió algo que se parece; lo otro es pareidolia, es como los canales de Percival Lowell: «no hay duda de que los canales marcianos tenían un origen inteligente, la única duda estaba en saber a qué lado del telescopio se encontraba la inteligencia»(10).

Un texto místico suficientemente amplio por fuerza tiene que contener algo que huela a ciencia, pero ¿qué pasa, por seguir con el ejemplo, con las otras seiscientas páginas de Zohar? ¿Qué pasa con el Ein Sof, o con la gematria, o con el tetragramatón, o con otro montón de conceptos fundamentales para la Cábala? Como eso no se parece a nada, pasamos de ello, ¿no? Pues sí, eso es precisamente lo que hacen Dan Brown y miles de charlatanes y pseudocientíficos por todo el mundo, ir por el mundo abriendo textos antiguos que no llegarían a comprender ni aunque los leyeran (cosa que no hacen) y vendiéndonos que los Antiguos ya sabían lo que nuestra ciencia actual sólo puede alcanzar a vislumbrar, una idea que la humanidad ya tuvo una vez en una época en la que renunció a la investigación y al crecimiento partiendo de la base de que lo que había que hacer es centrarse en el estudio del pasado porque éramos «quasi nanos, gigantium humeris insidentes«, como enanos encaramados a los hombros de gigantes y que todo lo que veíamos era solo porque nos apoyábamos en esa sabiduría especial y visionaria de los Antiguos. Hablo, en efecto, de la Edad Media, que es a donde nos puede hacer volver el darle cabida a este tipo de ideas.

Los Antiguos no» tenían un conocimiento científico profundo». Los Antiguos tuvieron miles de años para que miles de iluminados dijeran millones de estupideces apriorísticas, algunas de las cuales se parece remotamente al conocimiento científico.

Pero hay más. La ciencia, a la que tanta técnica, conocimiento y bienestar debemos, no es tanto una colección de saberes como un método de conocimiento. Incluso en el hipotético caso de que Moisés de León hubiera recibido por inspiración divina el conocimiento de la Teoría de Cuerdas sus ideas, aunque ciertas(11) serían científicamente inaceptables. Lo importante no es tener la inspiración, el momento eureka que da la solución al problema, sino luego demostrar la adecuación de lo que se te ha ocurrido a la realidad. Lamarck, por ejemplo, ya tuvo la idea de la evolución de las especies décadas antes que Darwin, y mucho antes que él la tuvieron Empédocles o Anaximandro, lo que hace que recordemos a Darwin es que demostró e integró esa idea con la selección natural, no que se le ocurriera ex nihilo. Hay una razón por la que a largo plazo tienen más éxito los científicos que los visionarios, y es que cuando los científicos no están razonablemente seguros de algo(12) se callan, mientras que los visionarios dicen lo primer que se les pasa por la cabeza con la idea, tristemente cierta, de que al vulgo se le olvidarán rápidamente las cosas que dijo que resultaron ser falsas y se quedará sólo con aquellas en las que (milagrosamente) acertó. Proponer, como hace este libro (no solo en la cita anterior sino a lo largo de sus quinientas plúmbeas páginas), que abandonemos la investigación científica y dediquemos nuestros esfuerzos a revisar lo que escribieron decenas de miles de iluminados, generalmente puestos de algo, a lo largo de la historia para ver si podemos sacar algo en claro es para tirarse de los pelos. ¡Y lo peor es que hay gente que aboga en serio por esto! El trasfondo filosófico de este libro, la idea que propone, es echarle gasolina al fuego de la ignorancia y del fanatismo.

En fin, lo dicho. El libro, malo y aburrido. La idea subyacente, digna de resucitar a Santo Domingo.

No os lo compréis, en serio.

Arthegarn_______________

(1) Bueno, un Umberto Eco bakaluti, inculto y de farlopa hasta las orejas, quizá.
(2) Y, aunque sea quedar mal, acabo de darme cuenta de que me los he leído todos
(3) Bueno, igual sabe mucho pero en el libro no se nota.
(4) Por qué digo esto es un poco complicado y requeriría algún spoiler. Digamos que el secreto «de Seguridad Nacional» que la CIA trata de proteger (violando sistemáticamente derechos individuales) no es ni tan secreto ni, en absoluto, de Seguridad Nacional. Afecta de forma tangencial y populista a la imagen pública de determinados cargos electos en su faceta privada y para de contar, la idea de que el que se revelara podría tener las consecuencias que insinúa Sato en el libro (que poco menos son el fin de la democracia en Estados Unidos) sólo se le puede ocurrir a un narcisista que cree que todo gira en torno suyo. Pero si os lo leéis, cosa que no recomiendo, ya me contaréis vuestra opinión.
(5) Antes hubiera dicho «en el subconsciente colectivo».
(6) Que, por supuesto, no existe; la noética es un campo de la filosofía clásica y la propia wikipedia se refiere a la «ciencia noética» diciendo «Noetics is often viewed as a completely unscientific field, based on nothing more than misguided spirituality and philosophical hand-waving
(7) Princeton Engineering Anomalies Research Laboratory. Como diría John Parr, tiene un nombre muy bueno.
(8) Todos sabemos que si tiramos suficientes veces una moneda se producirá en algún momento una serie de caras consecutivas que dará la apariencia de desviarse de la norma general. Eso es una coincidencia, no que en ese momento el sujeto del experimento haya, por alguna razón, experimentado un subidón de habilidades psicoquinéticas. Las desviaciones estadísticas que se apreciaban en los experimentos del PEAR eran del orden del 0.025% y son mucho más fácilmente atribuibles, siguiendo nuestro ejemplo, a que la distribución de la masa en la moneda haga que las posibilidades de salir cara sean un 0.025% mayores. En serio hacían estas cosas.
(9) Todas estas asociaciones están sacadas del libro. De verdad. La asociación entre el Seder Hishtalshelus y la forma que tienen de comportarse ciertas dimensiones de ciertas variantes de la Teoría de Cuerdas es particularmente enrevesada y solo puede hacerla alguien que esté buscando analogías de forma leyendo las cosas por encima, sin importarle un cuerno lo que dicen de verdad ni la Cábala ni la Teoría de Cuerdas; es tan disparatado como decir que los antiguos egipcios conocían las teorías de Maslow porque construyeron las pirámides.
(10) (C) Carl Sagan.
(11) En el hipotético caso de que la Teoría de Cuerdas sea cierta, claro.
(12) No solo seguros de algo, sino seguros de poder defenderlo ante gente tan preparada como ellos mismos.

Los libros de agosto

download97884663308319788466330831La ley del desierto

Como Follar con Todas es, probablemente, el mejor manual de seducción que he leído. Y, creedme, he leído unos cuantos desde que, con 15 años, empecé con aquel Como Ligar Con esa Chica que Tanto te Gusta y a la que le Gusta Otro tan divertido como inútil. Me lo regaló Pardus por mi cumpleaños y me pareció que era lo mejor para vaciar de tanto en tanto mi mente de ecuaciones. La verdad es que no esperaba que fuera tan bueno. El libro empieza explicando de forma lógica y razonable por qué las chicas dicen que quieren «un buen chico» pero luego se van del bar con el primer cabrón que las entra con gracia y que obviamente no es un buen chico. Sigue definiendo correctamente al macho alfa (que no es el más fuerte, el más atractivo ni el más listo, sino el que folla con todas) y da las instrucciones necesarias para evolucionar del habitual estado de TPF (Típico Pardillo Frustrado) a PAS (Perfecto Artista de la Seducción). Desde como vestir, como andar o qué colonia llevar a cómo mirar a esa chica que te cruzas en el metro, el libro sigue un buen método para cambiar la mentalidad del típico hombre inseguro del siglo XXI y convertirle en un seductor. O sea, el cabrón que se lleva a las chicas del bar. Contiene instrucciones para seguir de forma general, como la regla 3S (un descubrimiento que estoy aplicando) y herramientas para entrar a las chicas y conseguir su teléfono en menos de tres minutos (exploración de valores, proyección situacional, kino…) y alguno para llevártelas directamente a la cama (como la afamada Técnica del Gran Maestro, consistente en soltarle a la chica una obscenidad detrás de otra pero con gracejo) a veces muy detallados (p.ej. la GM incluye una serie de chistes verdes brutales, impagable el de La Casa de las Bragas Voladoras). Es extrañamente recomendable, la verdad, pero sólo para hombres (no queremos que las chicas se enteren de ciertas cosas). Eso sí, el título es muy exacto: este libro ayuda a follar con todas, no a follar con esa. Si quieres convertirte en un seductor, en un conquistador al que las mujeres, en general. encuentran atractivo, te lo recomiendo. Si te gusta una en concreto, este libro no te va a ayudar en absoluto, me temo.

Y, por fin, tras tres meses de una lectura que podríamos llamar estudio, conseguí terminarme las seiscientas páginas de física y matemáticas de La Nueva Mente del Emperador. Independientemente de que me de un subidón el ser capaz de leer (¡y entender! aunque creo que el mérito es del autor) semejante tocho siendo de letras y teniendo ya 35 años, el hecho es que me ha parecido soberbio. Un prodigio de la divulgación científica exigente para gente exigente. Hasta tal punto es así que he regalado recientemente dos ejemplares a gente despierta, inquisitiva y de ciencias (Mithur e Irene) y no he regalado un tercero (a Zor) porque me dio la impresión de que ya se lo había leído. Tanto me ha gustado que incluso he incluido un link para que, quien no se quiera gastar los irrisorios 10 euros que cuesta el libro, se lo pueda descargar en pdf. Si quieres saber de qué va, pulsa

La premisa del libro es intentar demostrar que un ordenador nunca será capaz de realizar todas las funciones de una mente humana. Pero, para ello, Penrose empieza explicando lo que es un ordenador (partiendo de la máquina de Turing, concepto que ya conocía de la fenomenal The Physics of Star Trek de L.M. Krauss que no sé donde tengo), habla de la inteligencia artificial (fuerte y débil) del test de Turing, de la habitación china de Searle (que siempre he pensado que en realidad sólo demostraría que los ordenadores inteligentes son zombis filosóficos, nada más) y luego se mete ya con matemáticas más serias, hablando de lo que son los conjuntos computables, enumerables, recursivos, de las limitaciones de las máquinas de Turing y, por fin, del teorema de Gödel, al que luego vuelve y cuya formulación literal explica de tal forma que fui por primera vez capaz de entender lo que realmente dice.

Todo este tema de los conjuntos recursivos y tal acaba llevándole a hablar de fractales. El capítulo de los fractales es precioso y me dio una idea para un artículo (sobre el paralelismo entre los fractales, cuyas iteraciones son isomorfas pero no idénticas; y la representación de la realidad en la mente humana a base de modelos que aproximan pero no copian la realidad) que supongo que por desgracia se quedará sin escribir. Aquí se permite unas disgresiones un poco raras y en mi opinión bastante poco científicas sobre la realidad platónica de los conceptos matemáticos que le lleva a serias reflexiones sobre la naturaleza de la realidad (todo desde el punto de vista matemático).

Para apuntar sus tesis, Penrose parte de la base de que el lector tiene un conocimiento bastante simple de ciencia y dedica como cien páginas a llevarle de la mano por la historia de la física, desde Parménides a Galileo, Newton… y a partir de Newton empieza la parte que a mi más me ha gustado del libro, en la que aprendes cosas como qué es el espacio de fases, las ecuaciones de campo de Maxwell, la relatividad de Einstein, la geometría de Minkowski (para mi, todo un descubrimiento a través del cual creo ser capaz de demostrar el determinismo absoluto, ya escribiré al respecto) y, por fin, la física cuántica. El capítulo de la física cuántica me ha fascinado, necesito leer más cosas de física cuántica. La gente habla de física cuántica y de efectos cuánticos y no tiene ni idea de lo que dice. En concreto, cuando se quiere luchar contra una posición filosófica determinista, el que está en contra siempre recurre al tan cacareado indeterminismo de la física cuántica… ¡cuando, en realidad, las normas que regulan la física cuántica dentro de la física cuántica son deterministas! ¡El indeterminismo se produce al ampliar ese resultado a límites que sean perceptibles por la física clásica haciendo los cuadrados de los módulos de las amplitudes cuánticas! En otras palabras: el gato de Schrödinger está muerto o está vivo.

Y podría seguir media hora contando las maravillas que contiene este tomo, la relación entre la flecha del tiempo y la segunda ley de la termodinámica, por ejemplo, o la improbabilidad de que el universo tuviera tan baja entropía en su inicio, o el funcionamiento del cerebro a nivel químico y su sujección a fenómenos cuánticos… pero tengo que parar en algún sitio. Lo suyo es que os lo leáis. Si no, baste decir que el libro no demuestra en absoluto lo que intenta demostrar, pero que el viaje a través del tiempo y el conocimiento que haces leyéndolo es más que suficiente. No lo puedo recomendar porque la voluntad de leer este tipo de cosas va en el temperamento de cada uno, pero sí puedo decir que a mi me ha gustado MUCHÍSIMO.

Pero leerlo cansa. Cuando lo terminé tenía Los Tres Primeros Minutos del Universo esperándome, pero como Ana podría haberlo quemado si seguía leyendo ciencia, y yo la verdad es que estaba volviéndome un poco monotemático decidí tomarme un respiro y, aprovechando un viaje a la cuesta de Moyano, me compré diez libros de Christian Jacq.

La Pirámide Asesinada y La Ley del Desierto son los dos primeros títulos de la trilogía del Juez de Egipto. Supongo que a estas alturas todo el mundo conoce a Christian Jacq, egiptólogo y escritor, pero para quien no lo haga permitidme recomendar al autor. Escribe fundamentalmente novela histórica ambientada en el antiguo Egipto, tema del que sabe un rato, con tramas sencillas y sin pretensiones pero que tienen la virtud de situarte en escena y de darte un baño de cultura egipcia: sus tradiciones, su modo de vivir, de hablar, de vestir… y también su medicina, sus leyes, su ingeniería y su química. Todo lo que he leído suyo es recomendable (dentro de que son best-sellers que se devoran en un par de días). Esta trilogía en concreto cuenta la historia de Pazair, un juez de un pequeño pueblo de provincias bajo el reino de Ramsés II que, sin comerlo ni beberlo, es llamado a ejercer en Menfis, donde su meticulosidad le hace investigar lo que parece un simple error administrativo y descubrir, tras él, un malvado plan para derribar al Faraón en persona y destruir para siempre al Egipto que conoce. Como os digo, recomendable como cualquier cosa del autor.

¿Qué es la fe? ¿Tengo fe?

Ayer uno de los nuevos becarios de Clifford Chance y yo estuvimos hablando de la existencia de Dios.

En nuestra conversación salió, como es inevitable cuando se habla de Dios, el tema de la fe. Y se me ocurrió que debería escribir mi opinión actual al respecto (que, por otro lado, y tras este espiritualmente ajetreado año, es la que he tenido casi desde siempre). En vista de que El Desertor ya me ha pisado el otro tema sobre el que me apetecía escribir, la chinita canora, os voy a calentar un poco los cascos con esto.

La verdad es que yo no sé si tengo fe. Cuando me voy al diccionario encuentro que la fe es el «conjunto de creencias de una religión» o el «conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas». Pero eso no dice nada sobre la fe como medio de conocimiento.

Me explico. Ya comenté en otro momento (aunque por motivos distintos) que Dios es tan improbable como infalsable. Me resultó muy curioso darme cuenta de que el paradigma científico no es válido para lo divino. Algunos de vosotros diréis «toma, claro, es obvio» pero para mi no era tan obvio. Soy un firme defensor del paradigma y del método científico, creo que la observación de la realidad, la duda metódica y la experimentación son las cosas que nos han hecho avanzar como especie como lo hemos hecho en los últimos siglos. Siempre he pensado que la única herramienta segura para expandir nuestro conocimiento, o al menos para entender y modelizar nuestro entorno de tal forma que podamos predecirlo era la ciencia. Para mi era la única forma de conocimiento y todo aquello que no podía ser probado científicamente era mejor tratarlo como inexistente.

Por eso dejé la magia, por cierto (salvo dos o tres cosas que todos conocéis). Mi acercamiento a la magia fue siempre muy científico: la idea era que se podía establecer una relación causa-efecto clara entre el ritual y su efecto, pero en todos mis experimentos no la observé nunca. Cuando algo daba resultado se revelaba con claridad como una coincidencia (en otras palabras, no era necesario introducir el ritual en la explicación para averiguar la causa del fenómeno) y nunca, jamás, obtuve ningún resultado contra causal. Hay gente que me ha criticado, desde las esferas taumatúrgicas, acercarme a la magia con esta mentalidad cientifista, manteniendo que si no crees en la magia, la magia no funciona. Pero resulta que yo tengo clara la distinción entre la magia y los milagros: estos exigen fe y aquellos no. Lo siento, pero las escuelas mágicas que exigen fe a sus acólitos no son escuelas mágicas, sino sectas religiosas. La magia se reivindica a si misma a través de los resultados, incluso la brujería(1) lo hace. La religión, en cambio, no.

Esto me lleva a comentar brevemente la confusión entre magia y religión que tienen muchos creyentes. Me resulta verdaderamente fascinante la cantidad de gente que es creyente porque cree en los milagros. En otras palabras: creen en Dios porque tienen pruebas de su existencia a través de los milagros, sea porque les han pasado a ellos, sea porque les han pasado a alguien, sea porque les han dicho que ocurren. Cada uno cree lo que le da la gana y por las razones por las que le da la gana, por supuesto, pero creer en Dios por este motivo me parece, aunque os resulte extraño, una de las peores razones; porque el hecho de que ocurra un milagro no quiere decir que Dios exista. Bueno, vale, si los milagros son únicamente causados por Dios y ocurren, entonces Dios existe. A lo que me refiero es a que no se puede asignar a un evento altamente improbable la etiqueta de «milagro» así porque si.

Veréis, supongamos que Jesús llega a la tumba de Lázaro, que ya huele mal, y le dice «levántate y anda». Y el tío se levanta y anda. ¿Quiere decir esto que Dios existe? Pues me temo que no. Desde un punto de vista científico tenemos que escoger la explicación más sencilla para este fenómeno, y hay multitud de explicaciones más sencillas que Dios. Por ejemplo: podría haber estado catatónico y no realmente muerto, o podría haberse producido un fenómeno cuántico que haya reiniciado su cerebro y sus órganos. Estas explicaciones son disparatadamente improbables, pero el hecho es que, al menos, no exigen para ser ciertas la existencia de toda una realidad sobrenatural. Curiosamente la magia es más científica que la religión, en el sentido de que es más creíble al ofrecer explicaciones que, a pesar de ser sobrenaturales, por lo menos son más sencillas que Dios. Es más sencillo suponer que Jesús es un nigromante de nivel 17 que suponer que la resurrección es el resultado directo de la intervención de un ente infinito y atemporal. No os digo nada si suponemos que en realidad Jesús es un viajero en el tiempo dotado de alta tecnología…

No, los milagros no son pruebas de la existencia de Dios. Por eso, y aunque os suene increíble, la existencia de milagros es irrelevante para el hombre religioso. Ni creo en Dios porque hay milagros ni dejo de creer en Dios porque no los hay; los milagros no quieren decir nada (y además tengo la teoría de que si Dios interviniera en la Creación más allá del hecho de la singularidad del acto Creativo lo haría de acuerdo a la teoría de la mariposa aleteante definitiva).

Entonces, si los milagros no son una evidencia de la existencia de Dios, ¿cómo se cree? Bueno, hay gente que cree en Dios por revelación. Muchísima gente afirma que Dios le habla, o que habla con Dios. Otro montón de gente dicen sentir a Dios a su alrededor, como una manta. Si Dios me habla, si le siento, es que tiene que existir, ¿no? Una vez más nos enfrentamos al problema de la infinitud. Es mucho más probable que estés en un estado autohipnótico, por ejemplo, o que estés alucinando, a que Dios exista. La autohipnosis es un fenómeno natural, científicamente probado y puede producir todos esos efectos sin exigir la existencia de un ente infinito.

Resumiendo: el hecho de que alguien haga milagros no es prueba de que Dios exista; y el hecho de que Dios le hable a uno tampoco es prueba de que Dios exista. Lo mejor de todo es que, desde mi punto de vista, esta visión está reflejada en la propia Escritura. Por ejemplo, en la parábola de Lázaro (Lc. 16, 19-31), tras que Epulón es condenado habla con Abraham y le suplica que envíe un aviso a su familia para que no cometa los mismos errores que él, a lo que Abraham se niega diciendo que su familia tiene, como él, a Moisés y los profetas. Epulón le contesta que si su familia viera un milagro se convertiría y Abraham le dice que «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite». Y no es este el único ejemplo: de forma mucho más dramática vemos a Jesús negándose a realizar milagros ante Herodes a riesgo de su propia vida (Lc. 23) y, consistentemente, negándose a realizar milagros cada vez que se los piden como prueba de su condición mesiánica. Lo que es más, Jesús se niega consistentemente a afirmar su propia divinidad y, cuando Pedro le dice que es el hijo de Dios, Jesús le prohíbe que se lo diga a nadie (Mt. 13-20). Un mensaje consistente en la Escritura es que las pruebas de la existencia de Dios no están fuera de uno, y la ciencia está de acuerdo: no hay absolutamente ninguna forma de probar a Dios.

Pero me pierdo en divagaciones cristianas y no quiero hablar del cristianismo en concreto en este artículo. No, lo que quiero decir es que no hay, ni puede haber, evidencia clara de la existencia de Dios. La creencia en Dios se manifiesta así como un acto absolutamente voluntario. La fe, lo que yo opino que es la verdadera fe, es el resultado de una decisión libre e individual. Creer en Dios no va a cambiar el mundo, y creer que no existe tampoco. Llega un momento, tras todas estas disquisiciones en las que el intelecto y el método científico, exhaustos, se encuentran con que no pueden dar una respuesta racional a la pregunta ¿existe Dios? porque ni siquiera Dios, si existiera, podría probar su propia existencia dentro del paradigma científico. Al final nos quedamos solos ante la pregunta, sin pruebas, sin indicios, sin nada.

Entonces es cuando elegimos qué creer. Cuando, enfrentados a esa pregunta, libremente elegimos creer que Dios existe, empezamos a tener fe. Cuando el convencimiento de la existencia de Dios llega a través de cualquier otro cauce que no sea la admisión de la incognoscibilidad de Su existencia y de una libertad absoluta de elección es que se basa en evidencias. Y esas evidencias son por necesidad, si no erróneas, al menos inaceptables.

Por esto digo tantas veces que no sé si tengo fe. Porque casi nadie interpreta esta palabra como yo.

Saludos.

Arthegarn
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(1) Recordemos que, técnicamente, la brujería no es la magia. La magia es la imposición a la naturaleza de la voluntad del mago; la brujería es la obtención de un resultado en el mundo natural con la mediación de un ente sobrenatural (p.ej. un pacto con el diablo).