La culpa es del Sistema.

Esta mañana me he encontrado en el muro de un amigo de Facebook una publicación de Cristina Segui(1) en la que dice que «la práctica totalidad de los yihadistas (…) cobraba pensión pública y ayudas para el alquiler» por lo que «los políticos (…) deberían responder penalmente por la cultura del subsidio para quien viene a matarnos».

Bien, no soy precisamente sospechoso de estar a favor de la «cultura del subsidio», de hecho estoy muy en contra(2) pero el razonamiento que hay detrás de ese estado me parece tan equivocado y dañino como para merecer un comentario, aunque sea breve.

Vamos a obviar la evidente falacia del historiador 640x640_5120256y a suponer que los datos que se dan son ciertos (no me hace falta comprobarlos para lo que voy a decir) y que los yihadistas, en efecto, cobraban ayudas estatales. ¿Qué demuestra esto? ¿Que vinieron a España atraídos por esas ayudas, sabiendo que iban a poder vivir de la teta del Estado mientras preparaban sus atentados? No. Lo que demuestra, lo único que demuestra, es algo que no debería sorprendernos y es que eran pobres. Probablemente, pobres como ratas.

Justo ayer comentaba mi buen amigo Eduardo Casas como las estrategias del IS a la hora de reclutar mártires excluyen a los jóvenes cultos y religiosos y se centran en los parias, los fracasados, los abandonados, los incultos. Es mucho más fácil lavarle el cerebro hasta el punto del suicidio a quien tiene la cabeza sin amueblar, desde luego, pero lo que de verdad necesitas es alguien infeliz y desesperado. ¿Por qué? Mirad, esto funciona así: coges a alguien pobre y desesperado, alguien que se sienta solo(3) y abandonado, que no le vea salida a su situación y le explicas que, en realidad, las cosas no son como las 6af80fcf942ae60981ef2a9d31a67b16--allah-photospercibe. Que hay una realidad más grande en la que él es especial, que hay una historia en la que él es el protagonista y que termina con un «felices para siempre». Que la culpa de lo que le pasa no es suya sino de otros, de un sistema injusto y herético que debe ser destruído y que él es el elegido para matar a ese dragón que tanto daño ha hecho, a él y a otros que no pueden luchar por si mismos. Que es, sin saberlo, un héroe. Que solo tiene que dejarse llevar por su destino y, muerto el dragón, todo cambiará de inmediato, para él como héroe y para todos los demás a quienes liberará porque, muerto el perro, se acabó la rabia. Que solo tiene que escuchar su voz interior, que dejarse llevar por su justa ira para darse cuenta de lo que es, lo que está llamado a ser. Y el pobre desgraciado con quien estás hablando, desesperado por una pizca de esperanza, de autoconfianza, por una explicación de sus penurias que le haga quedar bien ante si mismo, se traga cebo, anzuelo, sedal y caña y ya está listo para que le pongas una pistola en la mano y le señales al dragón(4). No es tan difícil de hacer, de verdad, pero necesitas primero a un pobre desgraciado, inculto y desesperado. Antes, no después.

La causalidad del asunto es exactamente la inversa que sugiere Cristina Segui. Primero eres pobre y porque eres pobre recibes ayudas. Luego te captan. Esto implica que eliminar el subsidio no soluciona el problema ya que la situación no ha sido causada por el subsidio sino, acaso, mitigada por el mismo. Más allá de consideraciones 2015-05-17-03-37-11.canstockphoto14589633de humanidad y empatía, eliminar el subsidio probablemente aumetara el número de musulmanes pobres y desesperados carne de imam salafista(5). No, las cosas no son así. Nuestra sociedad hace el bien ayudando a quien lo necesita y hace el mal cuando niega esa ayuda, una sociedad despiadada e insolidaria da más argumentos al enemigo, no menos. Y, sí, el tema de la inmigración es complicado, el tema de los subsidios es complicado y dar a manos llenas es un error tan garrafal como no dar en absoluto, pero si el asunto es complicado hay que presentarlo como complicado, no como si la culpa de los atentados yihadistas fuera de los políticos que ayudan a los pobres por ser pobres sin mirar su nacionalidad o su religión. Es que es perverso.

Desconfiad de quienes os ofrecen una explicación simple de los males de la sociedad, sobre todo cuando esa explicación simple incluye un culpable. Para algo os quieren reclutar, seguro.

Salud y evolución,

Arthegarn______________

(1) No recuerdo haber oído hablar anteriormente de ella, aunque es posible que lo haya hecho y la haya olvidado. Por lo que he visto fue militante destacada de Vox, colabora con diversos medios de comunicación conservadores, protagonizó una polémica hace tres años por una entrevista en Interviú y se gana la vida haciendo coaching.
(2) De la cultura del subsidio. También estoy en contra de los subsidios en si mismos en la medida en que generan esta cultura, pero la triste realidad es que son necesarios.
(3) Una de las cosas que me llamó más la atención del perfil en Facebook de Driss Oukabir, por cierto, es que decía tener una relación. No me encajaba el perfil.
(4) O para que le pongas una papeleta en la mano y le señales una urna, ojo. El modus operandi del populista es básicamente el mismo pero con mass media.
(5) Esto no quiere decir que todos los integrantes del IS o todos los fanáticos sean simples e incultos, por supuesto. Decía Paul Valery que la guerra es una masacre entre gente que no se conoce para beneficio de gente que sí se conoce pero que no se masacra; adivinad en qué grupo están los fanáticos cultos y sofisticados.

Sobre el valor y el ejercicio de la libertad de expresión.

«Abre tus labios solo si lo que vas a decir es más hermoso que el silencio
Proverbio árabe.

Le debo a mi querido amigo Eduardo Marqués, desde hace una semana una respuesta a su artículo sobre la masacre de Charlie Hebdo, que más parece una arenga a las tropas que la inteligente reflexión liberal que suelo esperar de él(1). Desgraciadamente no me va a dar tiempo a tratar uno por uno los puntos del mismo, como me hubiera gustado, pero sí que me voy a meter en sutilezas con el asunto de los límites de la libertad de expresión.

La primera idea perniciosa con la que tenemos que acabar es la de que la libertad de expresión no tiene límites porque sí que los tiene. Podemos discutir, como intentaré hacer en este artículo, donde están esos límites, pero el hecho es que sí que los tiene y que están marcados de dos formas: convencionalmente por las leyes y éticamente por el principio del daño(2). Los límites convencionales (legales) varían de nación a nación y de cultura en cultura y en pueden llegar a ser tan estrechos que, a la hora de la verdad, nieguen lo que intentan definir(3) por lo que no creo que sean relevantes a estos efectos; pero los límites éticos sí.

El primer y fundamental derecho que tiene la persona es a que le dejen en paz. A que no le maten ni le hieran ni le quiten lo que es suyo. Y en este derecho se incluyen tanto la protección contra los daños materiales como los morales. Lo de la protección de los daños materiales es bastante fácil de ver: yo tengo derecho a que nadie me de una paliza o me robe o me corte un brazo; requiere un poco más de perspicacia. El hecho es que existe alrededor de cada persona un conjunto de ideas intangibles en las que se apoya la parte más humana, social e intelectual de su vida, y que tiene uno tiene derecho a que nadie dañe ese bien que no por intangible es inexistente.

Como lo que acabo de decir se presta a muchas interpretaciones y utilizar las palabras exactas es bastante farragoso(4) voy a poner un ejemplo cercano: tú tienes derecho a tu imagen pública (que es un conjunto de ideas que existen alrededor de cada uno, específicamente sobre uno mismo y al que se dedican ingentes esfuerzos para configurar de un modo específico) y a que nadie la destruya. Si alguien va diciendo de ti que eres un ladrón y un sinvergüenza la gente no se fiará de ti: no encontrarás trabajo, nadie te prestará nada ni te alquilará nada, no encontrarás pareja y a lo mejor incluso pierdes amistades que no quieren contaminar su propia imagen por asociación. Por mucho que digan los ingleses aquello de que sticks and stones may break my bones but names will never hurt me lo cierto es que sí que sí pueden. Y como.

Queda claro pues que uno tiene derecho, como mínimo, a que no se le calumnie, a que nadie le joda la vida con mentiras(5). Establecido pues que la libertad de expresión tiene ciertos límites, lo que tenemos que preguntarnos es dónde están.

Por ejemplo, ¿qué pasa si alguien dice que soy un ladrón y un sinvergüenza y es yo en realidad soy un ladrón y un sinvergüenza? Entonces no me está calumninando, me está describiendo; no está contando una mentira sobre mí, está de hecho deshaciendo una mentira (mi falsa apariencia de honradez) para que brille la verdad. Recurrimos en este caso otro derecho, previo al de la libertad de expresión, que es el de la libertad de información. Si algo es cierto yo tengo el derecho (algunos pensamos que el deber) de difundirlo, y ese derecho es superior al derecho a la propia imagen. ¿Por qué? Porque la sociedad en su conjunto se beneficia de la verdad. Si eres un sinvergüenza, yo lo sé y no se lo digo a nadie, la sociedad se verá perjudicada porque continuarás aprovechándote de los demás; pero si eres un sinvergüenza y yo lo cuento la sociedad se verá beneficiada ya que estará al corriente de tus deshonestidades y podrá estar en guardia contra ti. En efecto, el derecho a la información está por encima del derecho a la propia imagen, siempre que la información difundida sea cierta(6). Lo que nos lleva al derecho a la libertad de expresión.

La libertad de expresión es hija : (i) de la libertad de conciencia, que dice que yo tengo derecho a pensar lo que me de la gana y a creer lo que me parezca bien(7) y (ii) de la libertad de información, que dice que yo tengo derecho a informar de hechos ciertos; y entra en juego cuando yo informo de una opinión, de una creencia que, aunque no puede ser demostrada, tengo la certeza moral de que es verdadera. Por ejemplo, puede que no sea cierto, o que no sea demostrable, que Bárcenas es un ladrón y un sinvergüenza, por lo que no tengo derecho a divulgar que lo sea. Pero lo que sí que es cierto es que yo creo que lo es y ese hecho tengo derecho a divulgarlo. Es en estos casos coando entra en juego esa especialidad del derecho a la información que llamamos derecho a la libertad de expresión.

Ahora bien, tampoco es ahí donde están los límites de la libertad de expresión. Si se limitara a la veracidad del hecho de que yo tengo una creencia X la libertad de expresión ampararía que yo difundiera, por ejemplo, que creo Hitler fue un gran hombre, que creo que el mundo estaría mejor si judíos (o sin moros, o sin gitanos), que creo que los negros son una especie inferior que nunca deberían tener acceso a la ciudadanía o que creo que los problemas de España se solucionarían en dos patadas con una guillotina en cada plaza por la que pasaran un buen puñado de [políticos / empresarios / vagos y perroflautas / banqueros / comunistas / fachas / rojos / catalanes / vascos], para que aprendan. O que creo que el sitio de las mujeres está en la cocina y que si le llevan la contraria a su marido se merecen un buen guantazo. ¿Verdad?

Queda claro que no. Que resulta que hay cosas que no las puedo decir. Aunque sean ciertas (porque sea cierto que lo pienso). La libertad de expresión no es una tarjeta de “salga de la cárcel gratis”; va a resultar no solo que tiene límites sino que son más estrechos de lo que aparecen en determinados discursos populistas y libertarios. Pero ¿por qué? Y, sobre todo, ¿dónde están los límites?

La razón por la que la libertad de expresión, o de hecho por la que cualquiera de nuestras libertades, tiene límites es porque el ejercicio de nuestras libertades tiene efectos sobre los demás y fb14215b8d52b1d0c690abd8a186e4c0y que esos efectos no son siempre positivos(8). El ejercicio ético y responsable de nuestros derechos implica preguntarnos sobre las consecuencias, no solo sobre nosotros sino sobre los demás, incluso mediatas y a largo plazo, que tiene el que yo realice una acción que aparentemente está permitida en abstracto. Supone, en otras palabras, dejar el mundo teórico y bajar al mundo real en el que vive (y sufre) la gente. Supone preguntarse, humilde y responsablemente, si voy a hacer más mal o más bien a la sociedad y a mi prójimo con la acción que considero, con la opinión que quiero difundir; preocuparse no solo por los derechos de uno, sino por los de los demás, entre otros a no sentirse insultado o agredido. Porque, como creo que todos sabemos, la integridad y la estabilidad emocionales son preciosas para todos, hasta el punto de ser indispensables. Cuando alguien ataca nuestra estabilidad emocional nos produce un daño, que en muchos casos se traduce en un dolor físico y que puede llevar a diversas enfermedades e incluso a la muerte(9). Y eso no solo nos pasa cuando nos atacan a nosotros; en muchos casos es mucho peor cuando atacan a quienes amamos. Es lo que tiene el amor, que nos hace empáticos con la persona amada, que cuando sufre ella sufrimos nosotros y que en muchos casos nos resulta más fácil soportar nuestro propio sufrimiento que el de aquellos a los que amamos. Ese daño, ese dolor, es real; y un ciudadano consciente, un ser humano íntegro, no puede vivir su vida ignorando el dolor que causa entre sus semejantes. Y, aunque resulte difícil de creer para algunos, ese amigo imaginario de los creyentes, Dios, es para ellos tan real como para vosotros vuestra madre, pareja o hijos; y cuando se le insulta, se le veja o se le hace de menos, les duele. Y mucho. Y como faltarle a tu madre a ti es faltarle a Dios a los creyentes, a la Corona a los monárquicos o sacarle a relucir el Libro Negro del Comunismo a un comunista.

¿Significa esto que deberíamos prohibir los chistes de mal gusto sobre Dios? ¿Que los de Charlie Hebdo se lo tenían merecido? ¿Que deberían haberse retirado de los quioscos los libros de Salman Rushdie, o los de Richard Dawkins, o El Jueves número 1580? No. No quiero decir eso.

Lo de Charlie Hebdo, como lo de Theo Van Gogh(10), es injustificable. En primer lugar por un asunto de justicia: el hecho de que yo sea te haga daño no te da derecho a ti a hacérmelo a mí. En segundo lugar por un asunto de proporcionalidad: no importa cuánto te hayan dolido mis palabras, acabar con mi vida no es una retribución proporcional. Y, en tercer lugar porque, si dejar en manos de los ciudadanos la represión por el abuso de la libertad de expresión es mala idea (como hemos visto), dejarla en manos del Estado es infinitamente peor. La libertad de expresión es, como la presunción de inocencia, imprescindible para vivir en libertad. Limitar la presunción de inocencia es, en última instancia, favorecer que el Estado pueda meter en la cárcel a quien quiera; de la misma manera, limitar por ley la libertad de expresión es darle a quien ostente el poder la capacidad de amordazar a quien quiera, permitir a quien dirija el Estado hacerse invulnerable a la crítica, superior a sus oponentes, perpetuo en el poder. Y de eso ya hemos tenido demasiado en el pasado y ya sabemos que no trae nada bueno.

Muchos lumbreras reniegan de la presunción de inocencia cada vez que un culpable escapa de su justa sentencia por un tecnicismo y piden a gritos una justicia distinta en la que los delincuentes vayan a la cárcel, porque está claro que este sistema que permite que los culpables se escapen no funciona, confundiendo que el sistema no sea perfecto con que no funcione, y las consecuencias indeseadas pero inevitables del sistema (que algunos culpables queden libres) con el objetivo del sistemaimages Quiero pensar de ellos que son simples bobos que no se han parado a pensar en el sistema que proponen como alternativa y las consecuencias que tiene y no verdaderos proponentes de ese sistema. De la misma manera, muchos puritanos reniegan de la libertad de expresión cada vez que, amparándose en ella, se ofende o insulta a lo que aprecian y respetan, y se atreven a sugerir un sistema en el que se prohíban faltas de respeto, insultos o vejaciones como los que decimos. Como en el caso anterior, prefiero pensar que son bobos. Los insultos gratuitos a la religión, a la corona, a la patria, al Real Madrid o a lo que sea, no son el objetivo del derecho a la libertad de expresión; son las indeseables consecuencias de ese derecho con las que, sin embargo, tenemos que vivir porque la alternativa, que es vivir sin libertades, no es considerable.

Y, dicho esto, dejada clara la necesidad imperiosa de la libertad de expresión y de que el Estado no pueda legislar más que mínimamente al respecto, ¿es tanto pedir, conciudadanos, un poco de empatía? ¿Un poco de responsabilidad? ¿Es tanto pedir, que no exigir, que antes de decir o escribir o dibujar algo, pensemos si vamos a hacer daño a otro? ¿Es tan grave sugerir que cada uno, en uso de nuestra libertad individual, piense si lo que va a hacer va a causar más bien que mal, más risa que ira, más felicidad que dolor a aquellos que le rodean? ¿Tanto pedir que se piense dos veces a ver si hay alguna forma de hacer reír que no haga rabiar a nadie? ¿Y que si, tras un examen de conciencia, llega uno a la conclusión de que quizá lo que iba a hacer iba a hacer sufrir a su prójimo, a su conciudadano, no lo haga? ¿No es elegir callar una inconveniencia, un insulto, una calumnia, también un ejercicio de la libertad de expresión? ¿O es que solo quien suelta sapos y culebras y estira esa libertad hasta sus es quien auténticamente la ejerce mientras que todos los demás, la inmensa mayoría de nosotros que nos movemos dentro de esos límites intentando no pisar demasiados callos a los demás porque no queremos que sufran somos unos cobardes mojigatos incapaces de decir lo que en realidad piensan? ¿Son la contención, la paciencia y la templanza defectos hoy en día?

Pues esto, amigo Eduardo, es la autocensura. Una mezcla de empatía, responsabilidad, autocontrol… y libertad individual.

Saludos a todos,

Arthegarn__________________
(1) Y es que lo siento, amigo mío, pero desde que estás en política tratas temas complejos y delicados, como los límites éticos de los derechos humanos, con la sutileza de una carga de caballería. Quiero pensar que lo haces porque buscas el voto, si no el aplauso, de la masa indistinta que puebla la parte alta de la campana de Gauss; que dices lo que dices porque el gran público al que te diriges no llega a más y no porque te estés volviendo tosco últimamente. Pero como nunca se sabe, y como aunque yo no sea parte de tu público objetivo sí que soy uno de tus fieles lectores, me vas a -tener que- disculpar que yo, en uso de esa libertad de expresión de la que hablas, y que en mi opinión tratas con la delicadeza de una verdulera metida a taxista, te haga algunos comentarios y precisiones.
(2) Si eres liberal, claro, si eres totalitario el principio del daño te da lo mismo. Claro que en ese caso también te da lo mismo el derecho a la libertad de expresión y, ya que estamos, todos los derechos individuales ya que solo existen y son dignos de respeto en tanto benefician al colectivo…
(3) Lo de la “libertad de culto” en Arabia Saudí, por ejemplo, es simplemente increíble.
(4) La idea básica, traducida a un lenguaje jurídico-político, viene a ser que la integridad emocional es, como la integridad física, un bien jurídico que debe ser protegido por el Estado. Esto implicaría, dada nuestra concepción weberiana del Estado como único capacitado para el legítimo uso de la fuerza, que esa protección debe ser dada por el Estado y no por los particulares. El problema es que nuestro concepto de la libertad de expresión deja al ciudadano idefenso ante el ataque a ese bien y la causación del daño ya que el Estado: (i) ni es efectivamente protege al ciudadano ni le permite protegerse a si mismo y (ii) ni obtiene coercitivamente del ofensor una idemnización por el daño causado ni le permite obternerla por si mismo.
(5)Este asunto tiene particular relevancia en la sociedad actual en la que la información (y la desinformación) se mueven a tanta velocidad y son tan difíciles de controlar. ¿Alguien se acuerda de Amanda Todd? ¿O, ,ás cerca, de Carla Diaz?
(6) Incidentalmente: los que defienden que la libertad de expresión no tiene límites defienden implícitamente que tan válida y digna de protección es la mentira como la verdad.
(7) Otra cosa es que tenga razón en lo que creo y pienso, por supuesto…
(8) Ni inmediatos. Ni fáciles de ver.
(9) Y a los casos anteriores me remito.
(10) ¿Alguien se acuerda de Theo van Gogh?

Sobre el valor y el ejercicio de la libertad de expresión

«Abre tus labios solo si lo que vas a decir es más hermoso que el silencio
Proverbio árabe.

Le debo a mi querido amigo Eduardo Marqués, desde hace una semana una respuesta a su artículo sobre la masacre de Charlie Hebdo, que más parece una arenga a las tropas que la inteligente reflexión liberal que suelo esperar de él(1). Desgraciadamente no me va a dar tiempo a tratar uno por uno los puntos del mismo, como me hubiera gustado, pero sí que me voy a meter en sutilezas con el asunto de los límites de la libertad de expresión.

La primera idea perniciosa con la que tenemos que acabar es la de que la libertad de expresión no tiene límites porque sí que los tiene. Podemos discutir, como intentaré hacer en este artículo, donde están esos límites, pero el hecho es que sí que los tiene y que están marcados de dos formas: convencionalmente por las leyes y éticamente por el principio del daño(2). Los límites convencionales (legales) varían de nación a nación y de cultura en cultura y en pueden llegar a ser tan estrechos que, a la hora de la verdad, nieguen lo que intentan definir(3) por lo que no creo que sean relevantes a estos efectos; pero los límites éticos sí.

El primer y fundamental derecho que tiene la persona es a que le dejen en paz. A que no le maten ni le hieran ni le quiten lo que es suyo. Y en este derecho se incluyen tanto la protección contra los daños materiales como los morales. Lo de la protección de los daños materiales es bastante fácil de ver: yo tengo derecho a que nadie me de una paliza o me robe o me corte un brazo; requiere un poco más de perspicacia. El hecho es que existe alrededor de cada persona un conjunto de ideas intangibles en las que se apoya la parte más humana, social e intelectual de su vida, y que tiene uno tiene derecho a que nadie dañe ese bien que no por intangible es inexistente.

Como lo que acabo de decir se presta a muchas interpretaciones y utilizar las palabras exactas es bastante farragoso(4) voy a poner un ejemplo cercano: tú tienes derecho a tu imagen pública (que es un conjunto de ideas que existen alrededor de cada uno, específicamente sobre uno mismo y al que se dedican ingentes esfuerzos para configurar de un modo específico) y a que nadie la destruya. Si alguien va diciendo de ti que eres un ladrón y un sinvergüenza la gente no se fiará de ti: no encontrarás trabajo, nadie te prestará nada ni te alquilará nada, no encontrarás pareja y a lo mejor incluso pierdes amistades que no quieren contaminar su propia imagen por asociación. Por mucho que digan los ingleses aquello de que sticks and stones may break my bones but names will never hurt me lo cierto es que sí que sí pueden. Y como.

Queda claro pues que uno tiene derecho, como mínimo, a que no se le calumnie, a que nadie le joda la vida con mentiras(5). Establecido pues que la libertad de expresión tiene ciertos límites, lo que tenemos que preguntarnos es dónde están.

Por ejemplo, ¿qué pasa si alguien dice que soy un ladrón y un sinvergüenza y es yo en realidad soy un ladrón y un sinvergüenza? Entonces no me está calumninando, me está describiendo; no está contando una mentira sobre mí, está de hecho deshaciendo una mentira (mi falsa apariencia de honradez) para que brille la verdad. Recurrimos en este caso otro derecho, previo al de la libertad de expresión, que es el de la libertad de información. Si algo es cierto yo tengo el derecho (algunos pensamos que el deber) de difundirlo, y ese derecho es superior al derecho a la propia imagen. ¿Por qué? Porque la sociedad en su conjunto se beneficia de la verdad. Si eres un sinvergüenza, yo lo sé y no se lo digo a nadie, la sociedad se verá perjudicada porque continuarás aprovechándote de los demás; pero si eres un sinvergüenza y yo lo cuento la sociedad se verá beneficiada ya que estará al corriente de tus deshonestidades y podrá estar en guardia contra ti. En efecto, el derecho a la información está por encima del derecho a la propia imagen, siempre que la información difundida sea cierta(6). Lo que nos lleva al derecho a la libertad de expresión.

La libertad de expresión es hija : (i) de la libertad de conciencia, que dice que yo tengo derecho a pensar lo que me de la gana y a creer lo que me parezca bien(7) y (ii) de la libertad de información, que dice que yo tengo derecho a informar de hechos ciertos; y entra en juego cuando yo informo de una opinión, de una creencia que, aunque no puede ser demostrada, tengo la certeza moral de que es verdadera. Por ejemplo, puede que no sea cierto, o que no sea demostrable, que Bárcenas es un ladrón y un sinvergüenza, por lo que no tengo derecho a divulgar que lo sea. Pero lo que sí que es cierto es que yo creo que lo es y ese hecho tengo derecho a divulgarlo. Es en estos casos coando entra en juego esa especialidad del derecho a la información que llamamos derecho a la libertad de expresión.

Ahora bien, tampoco es ahí donde están los límites de la libertad de expresión. Si se limitara a la veracidad del hecho de que yo tengo una creencia X la libertad de expresión ampararía que yo difundiera, por ejemplo, que creo Hitler fue un gran hombre, que creo que el mundo estaría mejor si judíos (o sin moros, o sin gitanos), que creo que los negros son una especie inferior que nunca deberían tener acceso a la ciudadanía o que creo que los problemas de España se solucionarían en dos patadas con una guillotina en cada plaza por la que pasaran un buen puñado de [políticos / empresarios / vagos y perroflautas / banqueros / comunistas / fachas / rojos / catalanes / vascos], para que aprendan. O que creo que el sitio de las mujeres está en la cocina y que si le llevan la contraria a su marido se merecen un buen guantazo. ¿Verdad?

Queda claro que no. Que resulta que hay cosas que no las puedo decir. Aunque sean ciertas (porque sea cierto que lo pienso). La libertad de expresión no es una tarjeta de “salga de la cárcel gratis”; va a resultar no solo que tiene límites sino que son más estrechos de lo que aparecen en determinados discursos populistas y libertarios. Pero ¿por qué? Y, sobre todo, ¿dónde están los límites?

La razón por la que la libertad de expresión, o de hecho por la que cualquiera de nuestras libertades, tiene límites es porque el ejercicio de nuestras libertades tiene efectos sobre los demás y fb14215b8d52b1d0c690abd8a186e4c0y que esos efectos no son siempre positivos(8). El ejercicio ético y responsable de nuestros derechos implica preguntarnos sobre las consecuencias, no solo sobre nosotros sino sobre los demás, incluso mediatas y a largo plazo, que tiene el que yo realice una acción que aparentemente está permitida en abstracto. Supone, en otras palabras, dejar el mundo teórico y bajar al mundo real en el que vive (y sufre) la gente. Supone preguntarse, humilde y responsablemente, si voy a hacer más mal o más bien a la sociedad y a mi prójimo con la acción que considero, con la opinión que quiero difundir; preocuparse no solo por los derechos de uno, sino por los de los demás, entre otros a no sentirse insultado o agredido. Porque, como creo que todos sabemos, la integridad y la estabilidad emocionales son preciosas para todos, hasta el punto de ser indispensables. Cuando alguien ataca nuestra estabilidad emocional nos produce un daño, que en muchos casos se traduce en un dolor físico y que puede llevar a diversas enfermedades e incluso a la muerte(9). Y eso no solo nos pasa cuando nos atacan a nosotros; en muchos casos es mucho peor cuando atacan a quienes amamos. Es lo que tiene el amor, que nos hace empáticos con la persona amada, que cuando sufre ella sufrimos nosotros y que en muchos casos nos resulta más fácil soportar nuestro propio sufrimiento que el de aquellos a los que amamos. Ese daño, ese dolor, es real; y un ciudadano consciente, un ser humano íntegro, no puede vivir su vida ignorando el dolor que causa entre sus semejantes. Y, aunque resulte difícil de creer para algunos, ese amigo imaginario de los creyentes, Dios, es para ellos tan real como para vosotros vuestra madre, pareja o hijos; y cuando se le insulta, se le veja o se le hace de menos, les duele. Y mucho. Y como faltarle a tu madre a ti es faltarle a Dios a los creyentes, a la Corona a los monárquicos o sacarle a relucir el Libro Negro del Comunismo a un comunista.

¿Significa esto que deberíamos prohibir los chistes de mal gusto sobre Dios? ¿Que los de Charlie Hebdo se lo tenían merecido? ¿Que deberían haberse retirado de los quioscos los libros de Salman Rushdie, o los de Richard Dawkins, o El Jueves número 1580? No. No quiero decir eso.

Lo de Charlie Hebdo, como lo de Theo Van Gogh(10), es injustificable. En primer lugar por un asunto de justicia: el hecho de que yo sea te haga daño no te da derecho a ti a hacérmelo a mí. En segundo lugar por un asunto de proporcionalidad: no importa cuánto te hayan dolido mis palabras, acabar con mi vida no es una retribución proporcional. Y, en tercer lugar porque, si dejar en manos de los ciudadanos la represión por el abuso de la libertad de expresión es mala idea (como hemos visto), dejarla en manos del Estado es infinitamente peor. La libertad de expresión es, como la presunción de inocencia, imprescindible para vivir en libertad. Limitar la presunción de inocencia es, en última instancia, favorecer que el Estado pueda meter en la cárcel a quien quiera; de la misma manera, limitar por ley la libertad de expresión es darle a quien ostente el poder la capacidad de amordazar a quien quiera, permitir a quien dirija el Estado hacerse invulnerable a la crítica, superior a sus oponentes, perpetuo en el poder. Y de eso ya hemos tenido demasiado en el pasado y ya sabemos que no trae nada bueno.

Muchos lumbreras reniegan de la presunción de inocencia cada vez que un culpable escapa de su justa sentencia por un tecnicismo y piden a gritos una justicia distinta en la que los delincuentes vayan a la cárcel, porque está claro que este sistema que permite que los culpables se escapen no funciona, confundiendo que el sistema no sea perfecto con que no funcione, y las consecuencias indeseadas pero inevitables del sistema (que algunos culpables queden libres) con el objetivo del sistemaimages Quiero pensar de ellos que son simples bobos que no se han parado a pensar en el sistema que proponen como alternativa y las consecuencias que tiene y no verdaderos proponentes de ese sistema. De la misma manera, muchos puritanos reniegan de la libertad de expresión cada vez que, amparándose en ella, se ofende o insulta a lo que aprecian y respetan, y se atreven a sugerir un sistema en el que se prohíban faltas de respeto, insultos o vejaciones como los que decimos. Como en el caso anterior, prefiero pensar que son bobos. Los insultos gratuitos a la religión, a la corona, a la patria, al Real Madrid o a lo que sea, no son el objetivo del derecho a la libertad de expresión; son las indeseables consecuencias de ese derecho con las que, sin embargo, tenemos que vivir porque la alternativa, que es vivir sin libertades, no es considerable.

Y, dicho esto, dejada clara la necesidad imperiosa de la libertad de expresión y de que el Estado no pueda legislar más que mínimamente al respecto, ¿es tanto pedir, conciudadanos, un poco de empatía? ¿Un poco de responsabilidad? ¿Es tanto pedir, que no exigir, que antes de decir o escribir o dibujar algo, pensemos si vamos a hacer daño a otro? ¿Es tan grave sugerir que cada uno, en uso de nuestra libertad individual, piense si lo que va a hacer va a causar más bien que mal, más risa que ira, más felicidad que dolor a aquellos que le rodean? ¿Tanto pedir que se piense dos veces a ver si hay alguna forma de hacer reír que no haga rabiar a nadie? ¿Y que si, tras un examen de conciencia, llega uno a la conclusión de que quizá lo que iba a hacer iba a hacer sufrir a su prójimo, a su conciudadano, no lo haga? ¿No es elegir callar una inconveniencia, un insulto, una calumnia, también un ejercicio de la libertad de expresión? ¿O es que solo quien suelta sapos y culebras y estira esa libertad hasta sus es quien auténticamente la ejerce mientras que todos los demás, la inmensa mayoría de nosotros que nos movemos dentro de esos límites intentando no pisar demasiados callos a los demás porque no queremos que sufran somos unos cobardes mojigatos incapaces de decir lo que en realidad piensan? ¿Son la contención, la paciencia y la templanza defectos hoy en día?

Pues esto, amigo Eduardo, es la autocensura. Una mezcla de empatía, responsabilidad, autocontrol… y libertad individual.

Saludos a todos,

Arthegarn__________________
(1) Y es que lo siento, amigo mío, pero desde que estás en política tratas temas complejos y delicados, como los límites éticos de los derechos humanos, con la sutileza de una carga de caballería. Quiero pensar que lo haces porque buscas el voto, si no el aplauso, de la masa indistinta que puebla la parte alta de la campana de Gauss; que dices lo que dices porque el gran público al que te diriges no llega a más y no porque te estés volviendo tosco últimamente. Pero como nunca se sabe, y como aunque yo no sea parte de tu público objetivo sí que soy uno de tus fieles lectores, me vas a -tener que- disculpar que yo, en uso de esa libertad de expresión de la que hablas, y que en mi opinión tratas con la delicadeza de una verdulera metida a taxista, te haga algunos comentarios y precisiones.
(2) Si eres liberal, claro, si eres totalitario el principio del daño te da lo mismo. Claro que en ese caso también te da lo mismo el derecho a la libertad de expresión y, ya que estamos, todos los derechos individuales ya que solo existen y son dignos de respeto en tanto benefician al colectivo…
(3) Lo de la “libertad de culto” en Arabia Saudí, por ejemplo, es simplemente increíble.
(4) La idea básica, traducida a un lenguaje jurídico-político, viene a ser que la integridad emocional es, como la integridad física, un bien jurídico que debe ser protegido por el Estado. Esto implicaría, dada nuestra concepción weberiana del Estado como único capacitado para el legítimo uso de la fuerza, que esa protección debe ser dada por el Estado y no por los particulares. El problema es que nuestro concepto de la libertad de expresión deja al ciudadano idefenso ante el ataque a ese bien y la causación del daño ya que el Estado: (i) ni es efectivamente protege al ciudadano ni le permite protegerse a si mismo y (ii) ni obtiene coercitivamente del ofensor una idemnización por el daño causado ni le permite obternerla por si mismo.
(5)Este asunto tiene particular relevancia en la sociedad actual en la que la información (y la desinformación) se mueven a tanta velocidad y son tan difíciles de controlar. ¿Alguien se acuerda de Amanda Todd? ¿O, ,ás cerca, de Carla Diaz?
(6) Incidentalmente: los que defienden que la libertad de expresión no tiene límites defienden implícitamente que tan válida y digna de protección es la mentira como la verdad.
(7) Otra cosa es que tenga razón en lo que creo y pienso, por supuesto…
(8) Ni inmediatos. Ni fáciles de ver.
(9) Y a los casos anteriores me remito.
(10) ¿Alguien se acuerda de Theo van Gogh?