Higiene memética

A mediados de los años 70 un estudiante le preguntó a Richard Dawkins si aparte de los seres vivos basados en química orgánica, existía en la naturaleza algún otro ente capaz de hacer copias de si mismo que también estuviera sujeto a la evolución por selección natural. En el momento, Dawkins no supo qué contestar, pero un par de años después, en el capitulo final de El Gen Egoísta (1976) respondió afirmativamente diciendo que, en efecto, se le ocurría otro ente de esas características. Como no existía una palabra para definir el concepto al que quería referirse Dawkins sugirió el nombre de mem(1) (en inglés, meme) para la unidad de transmisión cultural por imitación. De forma paralela al gen, que es la unidad de transmisión de la herencia biológica, el mem transmite ideas, comportamientos y actitudes de un individuo a otro, de una mente a otra esencialmente copiándose en el cerebro del receptor.

Como todo esto puede sonar muy raro permitidme poner un ejemplo.

Todos sabemos más o menos como funciona un virus. Un virus es un parásito que inyecta su material genético en una célula a la que infecta y “engaña” para que haga copias de ese virus mientras que la célula cree que está copiándose normalmente a si misma. Al final que llega un momento en el que hay tantas nuevas copias del virus dentro de la membrana de la célula que ésta muere y los nuevos virus se esparcen por el medio en busca de nuevas células a las que infectar. Un virus, en principio, no hace absolutamente nada más, no aporta nada a la célula ni tiene ninguna otra función; es una máquina que solo sirve (y es muy buena en ello) para obligar a otras células a que hagan copias de él.

El paralelo memético de un virus podría ser, por ejemplo, “Cumpleaños feliz”. Supongamos que un niño va por primera vez a una fiesta de cumpleaños y ve como todos los demás niños le cantan al homenajeado “Cumpleaños feliz”. Se dará cuenta de que «Cumpleaños Feliz» es «eso que se canta en los cumpleaños» aprenderá la canción y repetirá el comportamiento durante toda su vida, eventualmente enseñando la canción a otros niños que no la han oído y perpetuando el comportamiento.

En este ejemplo, “Cumpleaños feliz” es un mem. Al igual que un virus en una célula, un mem se introduce en un cerebro y se aprovecha de los recursos del mismo para sobrevivir y multiplicarse creando copias de si mismo en otros cerebros e “infectándolos” de si mismo. Por supuesto, el paralelismo no es exacto (por ejemplo: nuestro cerebro no explota cada vez que enseñamos a alguien “Cumpleaños feliz”) pero creo que es suficiente para que, de forma intuitiva, entendáis qué son los memes y cómo las ideas pueden ser consideradas (como lo son por la memética) como entes con vida propia que nacen, crecen, se reproducen y mueren(3).

La memética es que ofrece una perspectiva totalmente nueva sobre la mente humana y la transmisión de las ideas. Sugiere que, al igual que en realidad nuestro cuerpo (soma) está compuesto y es el resultado de la interactuación de millones de células individuales, que en muchos casos ni siquiera comparten nuestro código genético(4) y que existen y funcionan sin tener conocimiento ni de su función en el organismo ni del propio organismo en su conjunto; nuestras mentes están en realidad compuestas de millones de memes individuales que se comportan de forma semejante y que es sólo la interactuación holística de esos memes entre ellos la que da como resultado emergente la psique(5). La mente, así, funcionaría en paralelo, tanto a nivel neuronal como al nivel de las ideas; algo que es muy difícilmente imaginable por la consciencia, un recurso extremadamente útil pero que funciona en serie, pero que no obstante podemos estudiar y modelizar para ofrecer explicaciones hasta ahora inexistentes de quien somos.(6)

Pero, volviendo a los memes, sus similitudes con los seres vivos no terminan en su ciclo vital. Los memes también interactúan entre ellos de muy diversas formas Por ejemplo, exactamente igual que los seres vivos compiten entre ellos para obtener los recursos necesarios para sobrevivir y multiplicarse, también los memes compiten por los vastos pero finitos recursos del cerebro, intentando permanecer en él, no ser olvidados a favor de nuevos memes “invasores” y reproducirse y ser transmitidos a otros cerebros. Y al igual que los seres vivos, los memes están sujetos a la evolución por selección natural: a veces no se transmiten de un cerebro a otro con total exactitud sino que aparecen cambios en las copias, cambios que harán que ese nuevo mem se transmita y multiplique mejor o peor que el original, lo que puede dar como resultado la desaparición de la nueva copia o su éxito llegando incluso a implicar la desaparición del mem original.(7)

Pero la competición no es la única forma de relación entre memes. Hay memes que se alían entre ellos de forma simbiótica, a veces hasta el punto de dar lugar a una nueva “forma de vida” memética; al igual que un liquen es una magnífica simbiosis entre un hongo y un alga que da como resultado un ente que casi tiene taxonomía propia, cuando los memes “Dios” (existe un ente sobrenatural creador del Universo que da sentido y objetivo al mismo) y “fe” (creer en este mem aun en ausencia de pruebas es bueno) se alían dan como resultado un memeplex poderosísimo llamado “religión”. Y, por supuesto, hay memes que son parásitos de otros memes incluso hasta el punto de acabar con el mem huésped, como pasa cuando los memes de la superstición parasitan a los de la religión hasta que la idea de la relación con Dios se olvide totalmente para ser sustituida por una serie de prácticas más o menos mágicas (vid infra). Algunos memes son espectacularmente buenos reproduciéndose, sea porque otorgan ventajas al cerebro huésped (por ejemplo, carecer del mem de «lectura» es un grave problema), sea porque simplemente son buenos reproduciéndose aunque, al igual que los virus, acaben causando daños al huésped. Los memes supersticiosos, por ejemplo, no aportan absolutamente nada, pero  todos sabemos que los viernes trece traen mala suerte, o tirar el salero, o que se nos cruce en el camino un gato negro. Esos memes están en nuestros cerebros y no tienen intención de irse ni sabemos como echarlos, pese a que sabemos positivamente que son inútiles y consumen recursos como cualquier otro parásito. Y algunos memes como el del fanatismo (“creer en este mem incluso en contra de las pruebas es bueno, y de hecho cuanto mayor sea la evidencia en contra de lo que crees mejor eres por seguir creyéndolo”)(7) o «inmolación» (“este mem y su difusión son más importantes que tú y es bueno que te mates para defenderlo o difundirlo”) son tan perniciosos que la única explicación para su supervivencia es que se multiplican más deprisa de lo que matan a sus huéspedes, exactamente igual que los virus

Pero, independientemente de lo amplia e interesante que pueda resultar la memética (tenéis una buena bibliografía en las notas a pie de página si os interesa), me gustaría llamaros la atención sobre un aspecto en particular: la epidemiología memética. Dado que los memes se transmiten de forma esencialmente análoga a la de las enfermedades podemos utilizar las herramientas de la epidemiolgía para estudiar (e incluso predecir y controlar) la transmisión de los memes, el modo en el que infectan poblaciones e individuos. Por cierto, el mem con los que quiero infectar vuestros cerebros es el siguiente: “eres responsable de tus memes, de los que entran en tu cuerpo y de los que transmites”.

Uno de los grandes avances de la humanidad fue la teoría microbiana, que proponía la revolucionaria idea de que las enfermedades eran causadas por unos seres vivos tan, tan pequeñitos que no podían ser vistos, pero que sin embargo estaban ahí. Si esto era así, era posible limitar la transmisión de enfermedades a través de procedimientos muy sencillos. Así, memes como “aléjate de la suciedad”, “lava lo que vayas a comer”, “tápate la boca con la mano al toser” y cientos de otros proliferaron en nuestros cerebros hasta crear lo que hoy en día llamamos “higiene”, que no es más que el conjunto de comportamientos y procedimientos que utilizamos, y que exigimos que los demás utilicen, para proteger nuestros cuerpos de la acción de  esos micro-bios dañinos(9). La higiene ha contribuido tanto a nuestra calidad de vida que se ha infiltrado en nuestro inconsciente sin que nos demos cuenta, a veces incluso disfrazada de cortesía o educación A nadie se le ocurriría estornudar en la cara de alguien, por ejemplo, o usar el cepillo de dientes de un desconocido, o meterse en la boca un chicle que acaba de encontrar pegado debajo de la mesa(10). Y, sin embargo, cuando se trata de memes la higiene, en todos los sentidos, brilla por su ausencia en una inmensa mayoría de los seres humanos. Incluso entre mis amigos más cercanos, gente inteligente que se cree totalmente a salvo de cualquier influencia intelectual no deseada, abundan prácticas que meméticamente no son muy diferentes a comerse el cadáver de una cucaracha y a continuación besar con lengua a quien tienes al lado.

Voy a decirlo claramente; creerte lo primero que te encuentras en Internet sin contrastar su veracidad y sus fuentes, simplemente porque te gusta lo que dice y porque concuerda con tus ideas y esperanzas, no es meméticamente diferente a meterte en la boca el caramelo cubierto de pelusas que te acabas de encontrar en la acera porque te apetece algo dulce. Es una marranada indescriptible, una falta de respeto a tu salud simplemente inenarrable y algo que, si te viera tu madre hacerlo, te aseguraría un buen azote en el culo. Yo entiendo que la memética es una ciencia relativamente joven y que la idea de la higiene aplicada a los memes no ha llegado a una inmensa parte de la sociedad(11) pero para los que tenemos un mínimo conocimiento de la misma las actitudes de muchos de nuestros congéneres nos resultan, simplemente, repulsivas.

Al igual que si quieres tener un cuerpo sano tienes que respetar unas mínimas y elementales normas de higiene corporal, si quieres tener una mente sana tienes que respetar unas mínimas y elementales normas de higiene memética. No creerme lo primero que me encuentro por ahí, aunque me apetezca mucho creérmelo, es tan elemental como no meterme en la bocacommon-cold-causes-symptoms-home-remedies-prevention lo primero que me encuentro por ahí, aunque me apetezca mucho comérmelo. Prefiero creerme las cosas que sé que salen de fuentes dignas de confianza, muchas gracias, exactamente igual que prefiero comerme los caramelos que sé de dónde han salido. Y si por alguna razón me veo forzado a considerar comerme algo que encuentro tirado en el suelo, ante todo lo lavo, hiervo y desinfecto como pueda. O, meméticamente hablando, dudo de que sea sano (cierto) y lo someto a todos los procedimientos que se me ocurren para minimizar sus efectos perniciosos y contrastar su veracidad, a ver si es bueno que me lo trague o no.

Desde este punto de vista, de verdad, es increíble el tipo de, no caramelos sucios, sino mierda de perro recién excretada que se traga la gente a manos llenas en Internet. Lo que es más, es increíble ver a cierta gente comérsela en un hermoso plato cuadrado, con cuchillo y tenedor, rozando los labios con la servilleta antes de acercarse la copa de vino, a veces incluso pagando por el plato de mierda mientras se permiten mirar desdeñosamente la humilde hamburguesa de McDonald’s que se está comiendo el de al lado.

Y el plato de algunos es de los que se comen con cuchara. No digo más.

Oh, existe la posibilidad de que comer mierda de perro a cucharadas no tenga ningún efecto perjudicial sobre tu organismo, desde luego, pero lo más probable es que sí. Del mismo modo, es posible que ese bulo que te has tragado enterito no te haga ningún daño, pero lo más probable es que sí aunque no sea más que porque evidencia que careces de mecanismos de higiene memética. O lo que es lo mismo, que tu cerebro es fácilmente accesible e infectable por el primero que te cuente lo que quieres oír; que eres fácilmente manipulable. Pero es que además resulta que quienes observamos ciertas normas elementales de higiene, como lavarnos las manos antes de comer o poner en duda que en España haya 445.000 políticos estamos, en todos los sentidos, más sanos que quienes no lo hacen. Y eso nos da ventajas porque (y ahora voy a evidenciar otro mem con el que quiero infectaros) la falta de sentido crítico, carecer de higiene memética entrante, te perjudica y debilita. Si te crees lo primero que te cuentan sin contrastarlo, por pura estadística vas a acabar creyendo creer que ciertas cosas son como no son. Y eso va a implicar que tomarás ciertas decisiones basadas en información errónea, lo cual casi garantiza que tales decisiones serán erróneas. Y eso te va a perjudicar, a ti y, probablemente, a tus seres queridos (vid infra), todo por tu falta de higiene memética, por permitir que cualquier idea se aposente en tu cerebro sin demostrar que merece estar ahí. Y mentras tanto los que lo ponemos en duda todo y nos esforzamos por alimentar nuestra mente solo de ideas ciertas tendremos más posibilidades de evitar esos errores y todo nos irá mejor.

No creerte lo primer que te cuenten va en tu propio beneficio. De verdad. Y además beneficiará también a la gente que te rodea, que supongo que incluye a la gente que quieres. Y directa o indirectamente me beneficiará a mi, por qué no decirlo.

Por supuesto yo, Arthegarn, como liberal que soy, voy a respetar tu libertad individual dentro de tu esfera de derechos. Si quieres comer mierda de perro a cucharadas es asunto tuyo. Pensaré que eres un gilipollas a la enésima potencia y probablemente me de una mezcla de asco y pena verte hacerlo, pero no te lo prohibiría (si pudiera) ni siquiera por tu propio bien. Probablemente intentaré hacerte ver lo que estás haciendo y por qué no es buena idea (como estoy haciendo con este artículo) pero si a pesar de todo persistes en tu coprofágica decisión, al final haré mutis y la respetaré porque al fin y al cabo mis consejos no van encaminados más que a lo que yo considero que es tu propio bien y tú tienes mucho más derecho a decidir qué es bueno para ti que yo.

Ahora, cuando hay terceros implicados…

Llenar la propia mente de basura es cosa de cada uno. Pero en el momento en el que transmites esos memes-basura a las mentes de los demás deja de serlo y pasa a ser un asunto de salubridad pública(12). Exactamente igual que tenemos la obligación de no toser y estornudar encima de la gente, exactamente igual que consideramos que es moralmente malo transmitir una enfermedad a sabiendas a nuestro prójimo, exactamente igual que si creemos que podemos estar infectados intentamos evitar a los que nos rodean antes de exponerles a una situación de contagio (aunque no sea más que  diciendo a quien va a compartir una sidra contigo que mejor coja otro vaso porque estás resfriado), antes de transmitir un meme a otra mente tenemos que velar mínimamente por su salud. Porque esa mente confía en nosotros en todos los sentidos, y al igual que bebería de nuestro vaso si no le decimos que quizá estemos enfermos, escuchará nuestras ideas y confiará en ellas si no le decimos que concedemos una razonable probabilidad a la posibilidad de que sean perjudiciales

No solo somos responsables de lo que comemos y de cómo luchamos contra las infecciones, también somos responsables de poner los medios a nuestro alcance para evitar el contagio de nuestras enfermedades. Exactamente igual, no sólo somos responsables de las ideas que aprehendemos, también somos responsables de las ideas que transmitimos. Conozco gente que tiene una higiene memética entrante (es decir, un sentido crítico) decente, en algunos casos bastante respetable, pero que no tiene la menor consideración con su prójimo a la hora de compartir sus memes. Hay gente, por ejemplo, que es lo suficientemente inteligente como para saber que alguien de la categoría de José Luis Sampedro no empezaría un artículo diciendo «Querido señor Presidente, es usted un hijo de puta» pero que aun así difunde el bulo, lo reenvía, retwittea, comparte, cuelga en su muro o lo que sea. Meméticamente esto es análogo a estornudar con fuerza encima de tus amigos sabiendo que tienes la gripe. Y llegó el momento de poner en claro el tercer mem: carecer de higiene memética saliente perjudica y debilita a quien te rodea y lo peor es que cuanto más te quieran, más les perjudicas. En efecto, todos confiamos en la gente a la que queremos, creemos que no van a hacer nada que nos pueda dañar y por eso les damos acceso privilegiado a través de nuestras barreras de todo tipo. Yo no compartiría cubiertos con un desconocido, pero podría hacerlo con un amigo. Igualmente, yo no daría credibilidad alguna a un desconocido que me recomendara que comprar pagarés de Nueva Rumasa diciendo que es un gran negocio, pero si fuera un amigo a quien quiero y en quien confío…

Somos responsables de los memes que transmitimos al igual que de los memes que alojamos. No podemos desentendernos de las consecuencias de esa transmisión memética escudándonos detrás de la excusa de que cuando decimos algo esperamos “que cada uno ejerza su sentido crítico”. O al menos no podemos hacerlo más de lo que podemos escudarnos cuando estornudamos en la cara de alguien pensando que esperamos “que cada uno ejercite su sistema inmunológico”. Está mal, está igual de mal. Y en el caso de la gente que nos quiere o respeta, está todavía peor, no solo porque ese amor y respeto les hace particularmente vulnerables sino porque responder a la admiración y el respeto de alguien con un estornudo en la cara y una llamada al uso del propio sistema inmunológico es bastante desagradable.

Y este artículo me está quedando larguísimo, lo sé, pero no quiero terminar sin llamar vuestra atención sobre otro problema que es tan predecible como evitable con conocimientos meméticos y que podríamos denominar el Síndrome del Día Después del Apocalipsis. El día después del Apocalipsis es cuando uno se levanta de entre los escombros, recuerda las atrocidades que se han cometido y se pregunta «¿Pero cómo hemos podido llegar a esto? ¿Cómo hemos podido permitir que algo así pasara?». Es la pregunta del hombre bueno ante Auschwitz y la respuesta es: «gradualmente».

Goebbels es frecuentemente citado como autor de la frase «Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». En realidad nunca dijo tal cosa(13), pero a nuestros efectos la idea es buena. Creo que estaréis conmigo en que hoy en día nadie en su sano juicio se plantea seriamente entrar a tiros en el Congreso de los Diputados, sacar a Rajoy a rastras y lincharle en la Plaza de las Cortes, pero eso es algo que pasa ahora y que tiene que ver con el estado de ánimo y la consideración de lo que es bueno de la sociedad ahora. Si alguien propusiera seriamente hacerlo, si alguien intentara transmitir ese mem, sería inmediatamente contrarrestado por la acción de cientos de otros memes que tenemos ahora mismo en nuestro cerebro, como el del respeto a la vida o a la presunción de inocencia o el repudio de la violencia, que actuarían de una forma análoga a los anticuerpos y neutralizarían el mem. Lo normal ahora mismo, lo que la sociedad quiere y a lo que nos condiciona, es a respetar a los que nos rodean y a que la idea de entrar a tiros en el Congreso y linchar a Rajoy nos resulte inconcebible. Oh, bueno, puede ser concebible como parte de un chiste o algo así, como el cartelito ese de la guillotina enfrente del Congreso y el lema «Yo también veo necesario hacer algunos recortes», pero ¿hacerlo en serio? Ni hablar, hombre, yo no soy un asesino. Y, sin embargo, el mem que vive en ese chiste es  ese: «matemos a los políticos».

Un chiste tiene gracia precisamente por el contraste con la realidad. Si viviéramos en la época de la revolución francesa un cartel como el que acabo de mencionar no sería interpretado como un chiste sino como una sugerencia seria de un curso de acción. Cuando vemos y compartimos ese chiste estamos, sin darnos cuenta, infectando nuestros cerebros y los de los demás con el mem «matemos a los políticos». Algo que podía ser inconcebible deja de serlo, una idea que antes no existía en nuestra mente de pronto aparece. Y cuando infecta todas las mentes que nos rodean, de repente deja de ser algo impensable y el chiste pierde su gracia porque el contraste con la realidad se ha diluido. Hace falta hacer un chiste más bestia en el mismo tono para que haga gracia y, poco a poco, el mem «matemos a los políticos» se va normalizando. Si antes cuando alguien nos decía «matemos a los políticos» le contestábamos inmediatamente «¿pero qué dices, hombre?» ahora dejamos de hacerlo porque, claro habla en broma. Pero el hecho está en que hemos eliminado uno de los memes que evitaba que efectivamente matáramos a los políticos: el primer «anticuerpo» contra ese comportamiento. A medida que esa idea se va repitiendo se va normalizando, a medida que van cayendo las defensas meméticas contra el uso de la violencia esa idea deja de ser tan impensable (porque ya no es respondida inmediatamente con un «¿pero qué dices?») y pasa a ser pensable. Y eventualmente el mem muta a «matemos a los políticos… y lo digo en serio». Y un mem que no hubiera tenido jamás ninguna posibilidad de tener éxito en el ambiente previo a la normalización, ahora puede tenerlo porque las defensas están débiles. Poco a poco, con el transcurso del tiempo, el mem va mutando e infectando más cerebros, haciendo que la gente «cambie de idea» y deje de ver el asesinato como algo absurdo y esperpéntico, solo contemplable en un contexto humorístico y pase a convertirse en una posibilidad real. Hasta que, eventualmente, la chispa salta, la civilización estalla por los aires y el pueblo enfurecido entra a tiros en el Congreso de los Diputados, saca a Rajoy a rastras y le lincha en la Plaza de las Cortes. Hasta que un año después, entre las ruinas del congreso, en medio de la destrucción y los disturbios, el que inventó el chiste de la guillotina alza la mirada al cadáver y se pregunta «¿Cómo hemos podido llegar a esto?»

Pues gradualmente. A partir de acciones inocentes que no parecían tener relevancia. A través, como siempre, de la evolución por selección natura. Nadie quería que existiera el ser humano, nadie lo había planeado, pero existe; exactamente igual, nadie quería que todo acabara así, pero acabó así.

Somos responsables de los memes que permitimos que entren en nuestras mentes. Somos responsables de los memes que transmitimos y de las consecuencias que tienen, incluso a muy largo plazo. Y algunos, los más morales y exigentes de nosotros, somos responsables incluso del control epidemiológico de los memes más peligrosos. Evitar que ciertos memes peligrosos se contagien es bueno, pero evitar que lleguen a producirse mutaciones meméticas peligrosas es todavía mejor.  Así que, amigo lector, cuidado con lo que lees, cuidado con lo que cuentas… y cuidado con lo que crees. Y si te quieres unir a la Orden de los Pobres Caballeros del Sentido Crítico y de la Higiene de los Memes y dedicar tu vida a luchar contra los bulos, serás bienvenido. Porque somos tres y el de la guitarra…

Gracias por dejarte infectar,

Arthegarn________________

(1) La forma correcta del singular de este neologismo en español ha de ser “mem” y no “meme” como se lee por ahí. Esto es así porque cuando Dawkins sugiere su nombre lo hace partiendo del griego μίμημα (mimema), acortándolo a “mema” y sustituyendo la “a” final por una “e” para reforzar el paralelismo con la palabra gene (gen). Así pues, puesto que en castellano el singular de genes es gen, el singular de memes ha de ser mem. Este es un caso en el que el calco de la palabra del inglés desvirtúa su significado y etimología.
(2) Tengo que pedir perdón por le lenguaje volitivo que utilizo en este artículo para referirme a entes que, como los memes, no tienen ni siquiera la capacidad de entender o querer algo. Cuando digo que una célula “quiere sobrevivir”, por ejemplo, no quiero decir que verdaderamente sea así: la célula no tiene ni siquiera consciencia de si misma, mucho menos de lo que podría ocurrirle si se acerca demasiado al interior del estómago, por ejemplo. No, lo que quiero decir es que el ente tiene una serie de mecanismos automáticos que le hacen reaccionar ante determinados estímulos como si verdaderamente se diera cuenta de que (por ejemplo) algo es peligroso y quisiera evitarlo para intentar sobrevivir.
(3) Un mem muere, por supuesto, cuando se olvida. Todos conocemos “Cumpleaños feliz” pero casi nadie recuerda a Shutruk Nahhunté
(4) El ejemplo clásico es la flora bacteriana, literalmente cientos de especies diferentes que conviven dentro de nosotros en una relación de beneficio mutuo. Un ejemplo algo menos conocido pero verdaderamente fascinante es el de las mitocondrias, presentes en cada célula de nuestro cuerpo y sin las que éstas no podrían funcionar y que tienen su propio ADN, distinto del del individuo a quien sirven. De hecho, se puede remontar la historia mitocondrial hasta un primer y único ancestro de toda la humanidad, la llamada Eva Mitocondrial. La ciencia es preciosa.
(5) Un pensamiento que puede resultar bastante amenazador para aquellos que necesitan que la ciencia no sea capaz de explicar la mente para poder aferrarse a la posibilidad de la existencia de lo sobrenatural y de la supervivencia de la mente tras la muerte del cuerpo. Yo mismo cuando leí esa teoría tuve que luchar contra una especie de picor espiritual que no sabía donde rascarme (entre otras cosas porque siempre tuve muy clarito lo de Lc. 20,38) y que solo años después entendí de donde procedía.
(6) Este tema, verdaderamente fascinante, es desarrollado en mucha mayor profundidad en La Consciencia Explicada (Dennett, 1991).
(7) Incluyo algún ejemplo de evolución memética más abajo, pero si os interesa el tema hay estudios tanto en El Espejismo de Dios (Dawkins, 2006, donde el autor lo usa para proponer que el mem «Dios» es un parásito de la evolución de memes más útiles como «obedece a tus mayores»), La Máquina de los Memes (Blackomre, 1999) y Virus of the Mind: The New Science of the Meme (Brodie, 1996)
(8) Los lectores avezados se darán cuenta inmediatamente de que el mem «fanatismo» es una evolución del mem «fe». Si no recuerdo mal Dawkins lo comenta también en El Capellán del Diablo (2003)
(9) Porque, no lo olvidemos, no todos los microbios son dañinos. También son microbios los hematíes, los leucocitos y las plaquetas (y, puestos a ello, técnicamente, las mitocondrias) sin los que no podríamos sobrevivir.
(10) Tengo que decir que uno de los editores que ha tenido a bien criticar el primer borrador de esta entrada me ha comentado que «este párrafo es falso, o al menos no cierto, ya que hay mucho cafre, mucho cerdo, mucho ignorante y mucho imbécil que hace lo que tu dices que a nadie se le ocurriría». Como diría Romanones, vaya tropa.(11) Esto no es del todo cierto. Al igual que antes de la teoría microbiana la humanidad observaba ciertas normas higiénicas por puro sentido común, en nuestra sociedad también existen mecanismos de higiene memética aunque no se denominen así. Por ejemplo, mi madre a la higiene memética la llamaría “salud mental”.
(12) Término elegido con toda la maldad del mundo.
(13) Es una aliteración de una de las técnicas de propaganda descritas por Hitler en Mein Kampf, la de la Grosse Lüge, particularmente una de la que acusa a los judíos de utilizar por lo que es prácticamente imposible que Goebbels la incorporara a su repertorio.

Los libros de diciembre

I Shall Wear Midnight es el último Pratchett  (salió en septiembre) y el cuarto de la saga de Tiffany Aching que, como ya he mencionado otras veces, está escrita para adolescentes (un público más joven que para el que Pratchett suele escribir). En esta novela Tiffany tiene ya quince años y asistimos a, entre otras cosas, la evolución de su relación con Roland (el hijo del Barón), a su encuentro nada más y nada menos que con Eskarina Smith, protagonista junto con Yaya Ceravieja del primer libro de la saga de las Brujas (Equal Rites Ritos Iguales) y a la que no habíamos vuelto a ver desde entonces (hace ya más de 20 años) durante un viaje relámpago a Ankh-Morpok en el que aparece una nutrida selección de miembros de la Guardia (Zanahoria, Angua y Wee Mad Arthur, el «gnomo» del halcón de Monstruous Regiment) y a su relación con las dos brujas de Lancre (con especial atención a Tata Ogg, a la que se trata en este libro con otra óptica aunque uno se sigue echando unas risas con ella unas risas con Tata Ogg) y a las siempre hilarantes aventuras y explicaciones de los Nac Mc Feegle.

Una vez más se trata de una historia metememética. Pratchett está escribiendo mucho últimamente sobre sobre el poder de las historias y los cuentos, de como configuran la mente(1) , con ella, la realidad tal y como la percibe esa mente. El argumento (la base filosófica de la trama) es relativamente semejante al de Wintersmith lo que me hace pensar que toda la saga intenta formar las mentes de los niños y preadolescentes que la leen para que se den cuenta de que todo lo que han aprendido hasta entonces sobre como se supone que son las cosas es, en realidad, una especie de simplificación, algo así como unos cuentos que te cuentan para ayudarte a hacer un modelo prático, simple y suficientemente bueno de como fuciona el mundo, pero del que no te puedes fiar literalmente porque, en realidad, está basado en cuentos y mentiras. Creo que la saga trata de introducir en las mentes de sus lectores la idea de que la vida, de aquí en adelante, en realidad no va a ser tan simple y de que las apariencias engañan; que no te puedes fiar de alguien solo porque aparezca con una brillante armadura sobre un caballo blanco, y que no todas las brujas son malas. Una siempre recomendable lección de espíritu crítico, incluso para muchos adultos, que tiene además la virtud de hacer que te eches unas risas.

Y, casi dos años después, finalmente encontré el tiempo para releerme The God Delusion. Sigo pensando que es un libro soberbio, pero esta segunda lectura me ha mostrado puntos muy interesantes que en mi fascinación y avidez no percibí la primera vez, probablemente porque estaba demasiado interesado en lo que Dawkins quería decir que en los detalles de sus argumentos. Por ejemplo, uno de los que más me impactaron en su momento fueron los cargo cults y sus similitudes con el cristianismo; la relectura me ha hecho que ver que esas similitudes se deben a que los misioneros clristianos llevaban introduciendo memes como la ubicuidad o la parusía en las culturas indígenas desde hacía siglos; no aparecieron espontáneamente tras la partida de John Furm, evolucionaron tras ser introducidos en esa cultura por los misioneros. La segunda lectura me ha recordado también cuánto se equivoca Richard Dawkins cuando habla de cristianismo en general y de catolicismo romano en particular. Sus apologistas dicen que el hecho de que Dawkins se equivoque por ejemplo al hablar de Purgatorio es irrelevante, porque lo importante no es si el traje del emperador lleva jaretas fruncidas o chorreras dobles, sino que el traje en si mismo no existe. Y ese argumento es tan ingenioso como falaz, porque cuando utilizas como argumento para demostrar que el traje del emperador no existe la estupidez de su descripción es necesario saber la diferencia entre una jareta y una chorrera o, además de notarse que no sabes de lo que hablas, perderás credibilidad.

Y me ha resultado curioso releerlo sabiendo toda la física y toda la matemática que sé ahora, que The God Delusion me impulsó a leer y que por tanto desconocía la primera vez. Uno de los capítulos más demoledores para mi, el único que me hizo verdadera mella, de hecho, fue el último, La Madre de todos los Burkas, en el que Dawkins habla de lo extrañísimo que es el universo y de hasta qué punto no estamos equipados para entenderlo en su totalidad. Ese capítulo me hizo darme cuenta de que el Dios en el que creía no era, a pesar de toda su sofisticación, más que papá elevado a infinito. Si Dios existía, un Dios que ha creado un universo como este, con agujeros negros que desafían la noción de continuidad del tiempo y en el que todo está hecho de la precipitación de la probabilidad de que un montón de cosas individuales ridiculamente pequeñas existan o no en un momento dado (si existe tal cosa como un «momento dado», claro)… si Dios existía, como digo, y se parecía al universo, entonces era tan extraño, tan alienígena, que era imposible relacionarse con el mismo. Si Dios existía, no podía ser el, en el fondo, Zeus magnificado en el que creía, y no podía concebir a Dios de otra manera. No obstante ahora, tras leerlo sabiendo todo lo que sé, que tampoco es tanto, he tenido una epifanía distinta que tengo que dejar que se asiente antes de hablar de ella.

Vuelvo a decirlo: un libro soberbio que todo el mundo debería leer. Y vuelvo a decirlo: si eres creyente y tu religión te hace feliz y mejor persona, piénsatelo dos veces porque una vez leído no se puede desleer. Y si yo pudiera elegir volver atrás en el tiempo y no leerlo lo haría. Y no sería el único.

Por último, y tras haberme visto la película, me leí Going Postal, otro Pratchett y el primero de Moist von Lipwig. Ya me he leído la segunda, Making Money y, entre nosotros, espero como agua de mayo la tercera, Raising Taxes. Tengo que decir que más allá de las complejidades de Yaya Ceravieja o, sobre todo, de Sam Vimes (que se está convirtiendo en el personaje más rico del Mundodisco), mi saga favorita es la de Lipwig. Este libro en concreto trata de la resurrección, aunque es virtualmente la introducción, del sistema postal en Ankh-Morpok, dirigido por este personaje, un timador profesional que empieza el libro prácticamente en la horca. Es muy bueno, muy divertido y muy interesante; no tanto como el segundo (que preludia con la introducción de los sellos) pero por encima de la media incluso de los Pratchetts. Una pena que ninguno esté traducido…

Ah, sí, una nota curiosa. El título del libro, Going Postal, hace referencia a una expresión estadounidensa que significa algo así como «cabrearse, perder la cabeza, agarrar una escopeta, subierte al tejado de un McDonald’s y liarte a tiros con todo lo que ves». Tiene su origen en el curioso dato estadístico de que desde mediados de los 80 apenas pasa un año sin que un cartero, específicamente un cartero, de los Estados Unidos haga exactamente eso, o algo muy parecido. Ultimamente la gente se lo piensa dos veces antes de hacer perder los estribos a un empleado del USPS… Nunca sabes por donde va a salir.

Y saludos a todos de un insomne Arthegarn____________
(1) Y, por supuesto, el inconsciente colectivo y el  Weltanschauung…

La Sopa Boba (II)

Una vez contada la fábula, ¿Qué quería Arthegarn decir con “¿Y por qué, exactamente, los que producimos con nuestra habilidad tenemos que mantener a los que no aportan al Sistema otra cosa que su necesidad?” y, ya que estamos, por qué ha titulado a esta serie de artículos “La Sopa Boba”?

Lo que quiero decir, ya sin ambages, es que es injusto que se obligue a quienes producen a mantener a los que no producen. Y no es que simplemente sea injusto; es que construir un sistema en torno al principio de la caridad obligatoria sub poena, en torno a la idea de que todo aquel que pase necesidad debe ser sacado de ese estado pura y simplemente porque pasa necesidad, es estúpido y rayano en el suicidio. Si encima no estamos hablando de necesidades básicas para la vida (comida, agua, etc,) sino de garantizar a todos los ciudadanos, simplemente por ser ciudadanos, una determinada calidad de vida, entonces el sistema es directamente suicida y está destinado al colapso a corto o medio plazo.

Eso no quiere decir que opine que hay que dejar que la gente se muera de hambre por las esquinas. Para nada. Lo que ocurre es que hay una diferencia muy importante entre que yo elija darle parte de mEs de 1976 pero no me cansare de recomendar este libro, en este caso el capitulo 10i dinero a quien tiene menos porque me da pena, y que el que tiene menos que yo tenga derecho a meter la mano en mi bolsillo y quedarse con parte de mi dinero, pura y simplemente porque yo tengo más que él, sin pararnos a preguntar por qué eso es así. Que es lo que pasa ahora, aunque hemos disfrazado esa acción haciendo que la mano que se mete en mi bolsillo lo haga recubierta por el guante del Estado. Pero, al final, es lo mismo.

La caridad es una idea muy buena, no solo por motivos humanitarios sino por motivos egoístas. Es tan buena que está escrita en nuestros genes, estamos genéticamente condicionados a ayudar a nuestros semejantes, por eso nos conmovemos cuando vemos a alguien sufrir (y, si no lo hacemos, es que algo va mal). Ahora bien, la caridad consiste en que yo, voluntariamente(1), dedique parte de mis recursos a ayudar a mis semejantes: es una decisión que tomo porque soy así de bueno, no porque el otro tenga derecho a que le ayude, que no lo tiene(2). El hecho de ayudar a mis semejantes me hace mejor persona, sí, pero el hecho de no ayudarles no me hace peor aunque nuestra estructura conceptual así lo sugiera.

El problema es que vivimos inmersos en un sistema de ideas tan infectado por los memes de las religiones del Libro que ciertos conceptos, como la bondad de la caridad, a base de repetirse una y otra vez generación tras generación se han incrustado en nuestras mentes, y no solo en las individuales, sino en el imaginario colectivo, y han perdido su significado original. En algún momento, dejamos de ayudar a la gente porque pensábamos en lo que hacíamos y pasamos a hacerlo simplemente porque nos decían desde la infancia que había que hacerlo, que era bueno hacerlo; dejamos de ser motivados, de pensar y decidir caso por caso si esa persona merecía nuestra caridad, y asociamos la idea de caridad con la idea de bien. Desde ese momento, toda caridad era siempre buena, y de esa desgraciada identidad nació la sopa boba.

La sopa boba, como casi todos sabréis, era una comida que se ofrecía a los pobres en los conventos, consistente fundamentalmente en sopa de lo-que-hubiera-a-montones-esa-semana aderezada con lo-que-se-estuviera-poniendo-malo-en-la-despensa y con tropezones de sobras. Nadie preguntaba nada. Uno llegaba ahí, se ponía a la cola y el capuchino o la monja de turno le daba una escudilla de sopa con la que se podía sobrevivir un día más. La historia de la sopa boba y de la España en que se desarrolló es fascinante y ofrece algunas lecciones que, como no, hemos olvidado. Por ejemplo, es cierto que la sopa boba salvó vidas, pero también es cierto que contribuyó decisivamente a la ruina de España, creando un estrato social importantísimo de sopistas(3), de gente que andaba a la sopa (v.gr.: que vivía una existencia holgazana y a expensas de otro) y que no trabajaba y no producía porque no le hacía falta. Sin sopa boba, sin una posibilidad de vivir sin hacer nada para ganarse el sustento, quien sabe si nos hubiéramos visto obligados a adelantar un siglo el decreto de Carlos II sobre la honra del comercio y el trabajo… pero divago. Ya volveremos a la sopa boba y a los subsidiados.

Una vez apareció esa identidad (caridad=bien) nos la repitieron hasta la saciedad, hasta el agotamiento, generación tras generación. El valor de bondad de la caridad dejó de depender de nuestra decisión sobre quién la merecía y quien no, y de la misma forma el valor de verdad de la asociación dejó de depender de nuestro entendimiento y pasó a estar vinculado a la autoridad de quien nos lo contaba, con lo que cuestionar esa identidad era cuestionar la autoridad de quien nos la inculcaba. Cuando este cuestionamiento inevitablemente ocurrió, cuando alguien dijo “la caridad no es buena en todos los casos” (o «la sopa boba hace más mal que bien»), la autoridad sintió atacada en si misma y se defendió desde el poder, con un simple argumento ad hominem, del tipo: “Los hombres buenos hacen cosas buenas. La caridad es buena. Quien discute que la caridad es buena es porque no quiere ser caritativo. Quien no es caritativo no es bueno. Quien no es bueno es malo. Quien discute que la caridad es siempre buena es un malvado”. Y, desde entonces, quien abre la boca para reivindicar el verdadero significado de la caridad es inmediatamente tachado de malvado egoísta(4)

Las cosas no deberían ser así. Quien decide dedicar parte de sus recursos a ayudar a los demás merece nuestro elogio, pero quien decide no hacerlo no merece nuestra reprobación, porque está en su derecho. ¿Por qué vamos a reprobarle? ¿Perjudica a alguien quien va a lo suyo y no se mete en la vida de los demás, ni para bien ni para mal? No, por definición. Pero el subconsciente colectivo, después de siglos de machacamiento de esa identidad (reforzada con un insisdioso mem que dice que es bueno ser malo con los malos) le pone a la altura de los ladrones y los asesinos. Es fascinante lo que se puede conseguir cuando se introduce en una cultura la idea de pecado de omisión: la virtud deja de ser verdaderamente virtuosa y se convierte en obligatoria. Uno nunca puede ser suficientemente bueno, al final todo queda a la misericordia de Dios…

Este concepto de la caridad como algo obligatorio lleva, con el tiempo (no demasiado) a la institucionalización de la caridad: ya no es solo el individuo quien tiene que ser caritativo, es la sociedad en su conjunto quien tiene que serlo. Y así el Estado, esa máquina, ese constructo jurídico por definición incapaz de sentir empatía ni solidaridad ni ninguna de las emociones que dan lugar a la caridad, se pone a imitar las acciones de sus ciudadanos caritativos y a “ayudar a los pobres”, a «dar de comer a los hambrientos»… con la sopa boba. Pero todo cambia, todo se desvirtúa, no estamos hablando ya de un ser humano que ayuda a un semejante porque se identifica con él, porque padece con él, porque le compadece; sino de un ente sin sentimientos que solo actúa por criterios objetivos(3) más o menos adecuados a la realidad. La caridad deja de ser un asunto de compasión y moral y pasa a ser… política.

¿Por qué he dicho que el Estado da de comer con la sopa boba? Porque tiene que guiarse por criterios objetivos a la hora de repartir los subsidios. Los capuchinos no preguntaban a sus sopistas si verdaderamente eran pobres de solemnidad que necesitaban comer o si es que de esa forma se ahorraban unos reales para vino que era lo más habitual. De la misma forma, el Estado no se fija en si quien recibe el subsidio lo merece o lo necesita, solo en si cumple (o no) determinados requisitos formales, Hace cuatrocientos años el requisito formal era plantarse ante el convento, hoy en día es… bueno, quizá haber cotizado doce meses en los últimos seis años, por ejemplo. Pero ninguna de las dos cosas, ni la sopa boba ni los subsidios estatales, son verdadera caridad.

Y el problema de la caridad institucionalizada (uno de ellos) es que crea la aberrante idea de que quien la recibe de tiene derecho a recibirla. No hay diferencia entre los tumultos del XVI si se acababa la sopa boba y los rebuznos de los sindicatos contra las últimas medidas, bastante titubeantes, del Gobierno para intentar que los parados vuelvan a situación activa lo antes posible. O con la idea de «tener seis meses de paro», que todos sabemos que todo el mundo lo interpreta como si tuviese derecho a cobrar seis meses del Estado cuando en realidad no es así. El origen del subsidio de desempleo es caritativo y no porque lo diga yo, sino porque es como está configurada la ley. Quid pro quo, sí; en plan mutua, sí, pero caritativo. No es un sueldo o una pensión a la que tienes derecho por haber cotizado, es una ayuda que los que cotizan te prestan para que no lo pases tan mal en el periodo mínimo imprescindible hasta que encuentres otro trabajo y puedas volver a mantenerte por ti mismo. Pero, claro, ¿quién se lo toma así? Mirad a vuestro alrededor, o dentro de vosotros, y decidme que me equivoco, que la gente no cree que tiene derecho a «cobrar el paro» y que no reaccionaría violentamente si se le cuestiona el mismo…

Derecho a la caridad. Esta es la horrible idea contra la que quiero luchar. El derecho a la caridad es, básicamente, decir que uno tiene derecho a que le mantengan solo por existir. En otras palabras, que uno puede estar inmerso en un sistema sin aportar nada más que su propia existencia y sus propias necesidades y exigir del sistema que le mantenga. Su contribución neta al sistema es negativa y eso tiene un nombre en biología: parasitismo. Lo bueno es que en biología el huésped trata de defenderse del parásito, pero nosotros no. Nosotros no es solo que no nos defendamos, es que reconocemos el derecho del parásito a chuparnos la sangre. Perdón, no reconocemos ese derecho, porque no lo tiene; se lo otorgamos, que es todavía peor. Al igual que un organismo que no se defiende de los parásitos acaba devorado por estos, una sociedad que no solo no se defiende de los parásitos, sino que los fomenta reconociendo el derecho de todo el mundo al parasitismo, está herida de muerte. Porque, si existe la posibilidad de vivir sin trabajar, ¿por qué trabajar? (y mucho cuidado que, al igual que la caridad, esto también está escrito en nuestros genes y mucho más profundamente) Y si encima no es solo que me vayan a mantener sino que lo «progresista» es reconocer el derecho del parásito a la sanidad y el vestido y la vivienda digna con electricidad y gas y agua corriente… y a unos taquitos de jamón de vez en cuando.

Porque claro, en un mundo ideal no es solo que nadie pasa necesidad, es que todos comemos jamón y atamos a los perros con longanizas. Pero ese mundo no es cierto, y todas esas cosas hay que pagarlas, y ¿de dónde sale el dinero que se destina a esa cada vez más cara y atractiva sopa boba? Del bolsillo de los que producen, por supuesto, que algún día se preguntarán, como yo, exactamente por qué tienen que mantener a los que no producen.

Suficiente para la segunda parte, creo yo. Buen fin de semana a todos,

Arthegarn__________
(1) O todo lo voluntariamente que se pueden hacer las cosas en un mundo sin libre albedrío, vamos.
(2) Por supuesto, esta idea mía de que uno no tiene derecho a robar (por ejemplo), es mía. Hay sistemas filosóficos enteros basados en la inexistencia de la propiedad privada, por ejemplo, lo que excluye el concepto mismo del robo; y  nuestra propia constitución habla de la «función social de la propiedad», lo que básicamente viene a decir que la propiedad privada existe y debe ser respetada… siempre que le parezca bien al Estado. Yo es que no estoy de acuerdo en esas configuraciones porque me parecen excesivamente artificiosas, poco acordes con la realidad. No creo en las limitaciones a la propiedad privada por la misma razón por la que no creo en Dios: puede que sea una buena idea, pero el Universo no funciona como si existiera. Intentaré abordar este asunto en el próximo artículo de la serie.
(3) Y, en última instancia, el mayor de los males de España… ¡la tuna!
(4) Lo cual es una redundancia, porque tan arraigada está la identidad caridad=bien como lo está la identidad egoísmo=mal. Y tan falsa es la una como la otra.
(4) Eso cuando hay suerte, claro.