Bien, el populismo es un medio para obtener el poder que busca el apoyo de las clases populares ofreciendo soluciones simples y medidas drásticas que incluyen la expulsión del poder de una élite dominante que no ha resuelto los problemas de estas clases populares. Y ¿qué hay de malo en ello? preguntará alguien. ¡Si es que los que mandan no hacen nada! ¡Si es que todo el sistema está podrido! ¡Si es que no podemos estar peor de lo que estamos! Algo habrá que hacer, ¿no?
Sí, algo hay que hacer, desde luego. Pero apoyar a un populista es arriesgadísimo porque no puede dar lo que promete y porque sí que podemos estar peor. Mucho peor.
¿Por qué? Bien, para empezar el mundo del populista no existe. El populismo es falso. El populismo presenta un mundo simple, inmediato en sus relaciones causa-efecto, que se aleja mucho del mundo real. Y esto es malo porque cuando uno tiene una visión del mundo equivocada tiene muchas más posibilidades de tomar decisiones equivocadas y sufrir las consecuencias.
Permitidme ilustrar esto con un ejemplo. Supongamos que te roban el móvil, denuncias el robo y un par de días después ves al tío que te lo robó con él y te vas a un policía que anda por ahí a contárselo. El policía se dirige al tipo en cuestión, le pregunta que de dónde ha sacado tu móvil y el otro dice que lo compró en un Cash Converters o algo así y que no tiene factura ni nada. Y entonces el poli te dice que no puede hacer nada, que des el móvil por perdido porque de acuerdo a los artículos 434, 448 y 464 del Código Civil él tiene que suponer que el ladrón es un honrado ciudadano, legítimo propietario del móvil. Aunque tú hayas denunciado el robo, aunque ese sea tu móvil porque el IMEI es el mismo y aunque tú tengas factura de haberlo comprado y él no, lo que dice la Ley es que quien posee (quien «tiene en la mano») algo robado y dice que es su dueño es, a todos los efectos, su dueño a menos que se demuestre que lo compró sabiendo que era robado(1) (o que le pillaran in fraganti o algo así, claro…) .¡Qué injusticia! ¿Verdad? ¡Algo habría que hacer para cambiar esto! ¡Menudo escándalo!
Entra en escena el populista diciendo que esto es una vergüenza y que hay una forma muy sencilla de arreglarlo: cambiar la ley para que quien diga que es el dueño de algo tenga que demostrarlo y no al revés, que se presuma que lo es solo porque tiene algo en la mano. «¡Así acabaremos con estos mangantes caraduras!» grita el líder, y la gente le ovaciona muy contenta. ¿Cómo no se le ha ocurrido a nadie antes? ¿Cómo puede ser que hasta ahora hayamos tenido un sistema tan estúpido? ¿Por qué los gobernantes protegen a los ladrones y no a los honrados ciudadanos?
Pues porque las cosas no son tan sencillas.
Si en vez de partir de la base de que quien tiene algo tiene derecho a tenerlo exiges que tenga que demostrar que es así, la carga de papeleo y comprobaciones que impones a cualquier comprador se va a hacer tan grande que, simplemente, dejará de comprarse. Imagina que, honradamente, vas a un Cash Converters a comprar un móvil y un año después, a saber qué habrás hecho tú con la factura, te viene el poli del ejemplo anterior. Como tú no tienes factura y el otro sí, el policía te quita el móvil y se lo da al antiguo propietario y eres tú quien se queda sin nada a pesar de que lo compraste legal y legítimamente. Escaldado, te vas a comprar otro móvil y te vuelve a venir el poli. Le enseñas tu factura, pero él dice que no sirve para nada porque el móvil como el móvil es robado el Cash Converters no podía habértelo vendido y te quita el móvil. Tú, que necesitas un móvil, vuelves al Cash Converters, compras un tercer móvil y esta vez no pides solo la factura, sino la factura de compra del Cash Converters para demostrar que quien te lo vendió podía vendertelo. Armado con tus dos facturas sales a la calle y te vuelve a pasar lo mismo, porque el policía te dice que el hecho de que puedas demostrar que el vendedor lo había comprado no quiere decir nada porque quien se lo vendió a tu vendedor no era el dueño del móvil, que es este señor de aquí, y te lo vuelve a quitar. Y así hasta el infinito.
Si la ley no fuera como es, cada vez que compras un móvil, o una simple barra de pan, tendrías que exigir todos los recibos, todas las facturas que justifican toda la cadena de propiedad desde el primer propietario del objeto, que vete tú a saber quién es y si son verídicas, hasta ti. Y cuando hablo del primer propietario hablo básicamente de Adán, porque si tuvieras todas las facturas hasta, qué se yo, el panadero o el fabricante del móvil, eso tampoco garantizaría tu propiedad porque bastaría que un componente fuera robado para que su legítimo dueño pudiera exigir la restitución del mismo. A lo mejor el plástico de los cables proviene de un barril de petróleo robado, o el silicio de los chips de una explotación ilegal, qué se yo, el caso es que nunca estarás seguro a menos que dediques horas y horas a mirar papeleo para comprar, insisto, incluso una humilde barra de pan.
Ahí tenéis lo que quiero decir con que el populismo es falso. Existe un problema. Aparentemente tiene una solución sencilla. En realidad, esa solución sencilla no es aplicable porque crearía un problema muchísimo peor que el que intenta solucionar, pero vete a explicárselo al tipo que ve como el ladrón de su móvil se lo queda con todo el morro y no puede hacer nada. Y no olvidemos que este buen hombre no pide otra cosa más que justicia, una justicia que el Sistema, imperfecto como es, no puede darle de una forma sencilla.
La realidad es que la actividad de gobierno es compleja y se enfrenta a situaciones que no son obvias y, como acabáis de ver, a las repercusiones mediatas y a largo plazo de sus políticas, que son todavía más complejas y más difíciles de ver y prever. A veces el gobernante quiere alcanzar unos objetivos pero no tiene claro cómo hacerlo, o sí que lo tiene pero requiere seguir caminos indirectos y tortuosos para además dar resultados a medio y largo plazo, algo que no suele satisfacer al Pueblo. Porque el Pueblo, en general y por desgracia, tiene muy poca paciencia y la memoria muy corta. No sé si conocéis la fórmula de Fair(2) pero si os fijáis solo usa indicadores económicos del año de las elecciones. Volveremos sobre este asunto, pero baste ahora decir que para que el Pueblo asocie una mejora de su situación con el partido en el gobierno tiene que derivarse de medidas que den resultado en menos de un año, lo que en economía se llama «muy corto plazo». Todo lo demás, toda mejora sistémica, se pierde emocionalmente y aunque las clases populares (casi podría decir el Pueblo) pueden notar que las cosas mejoran no asociarán esa mejoría a una medida tomada hace cinco o diez años y mantenida constante y trabajosamente. Creerán que mejoran «por si solas», «porque toca». El populismo se sirve de esta percepción para decir que los gobernantes no están haciendo nada o que sus medidas son ineficientes cuando eso es falso y lo que ocurre es que dan resultados a medio o largo plazo. Actuar de acuerdo a esa visión equivocada de las cosas lleva a adoptar medidas populares pero miopes, al «pan para hoy y hambre para mañana» o al muy español «ya veré como lo pago».
Esta no inmediatez entre la aplicación de una medida y sus resultados, contradice la visión simplista que el pueblo llano tiene, y que el populismo afianza, de los políticos y la política. En el ideario de las clases populares el poder de un gobernante se parece más al de un dios que al que realmente tiene un cargo electo y eso es porque sus componentes razonan, insisto, por apariencia y analogía. Yo tengo dinero y me lo puedo gastar en lo que quiera, ¿no? Entonces, el Gobierno tiene dinero y se lo puede gastar en lo que quiera. O hacer las leyes que quiera, o poner los impuestos que quiera, o expropiar las casas de los bancos y dárselas a los pobres, o prohibir o permitir lo que quiera. Pero en realidad no es así y la explicación de por qué es larga y trabajosa, es complicada.
“Es complicado”. Parece que no hago más que decir eso. ¿Cuántas veces habéis visto en alguna película como alguien con un grave problema se dirige a alguien con poder, le pide ayuda y, cuando el otro le dice que no puede hacer nada y le pregunta por qué contesta «es complicado»? Bueno, pues es que lo es. No es porque el poderoso sea un desalmado, un corrupto o un malvado(2). Es porque no puede. Pero nadie quiere oír eso. Todos queremos que el hijo de Denzel Washington se salve y no nos importa cómo, todos queremos salvar los orfanatos(3) y a nadie quiere oír hablar de campañas para aumentar la satisfacción por la compra de un vehículo nacional previamente adquirido. Pero es que, de verdad, no es tan sencillo.
Pero hay más. No es solo que el populismo sea falso, es que además es mentira. Una falsedad es una mera disconformidad entre lo expresado y la realidad, como puede serlo por ejemplo una equivocación, pero una mentira es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. Uno puede decir una falsedad y ser honesto, pero no puede mentir y ser honesto.
No es que esto sea así el cien por cien de las veces, claro. Un líder populista puede estar sinceramente equivocado respecto a la complejidad de las cosas y el ejercicio del poder, particularmente si es un líder sin formación y experiencia. Hay veces que el populista verdaderamente comparte la cosmovisión del pueblo llano, verdaderamente cree que las cosas son así de simples, que todo tiene solución si hay voluntad política y que, como a él le sobra, va a poder ayudar a su gente y resolver el asunto en dos patadas ™. Pero, en general, las cosas no son así.
Prestemos atención por un momento a los líderes populistas que campan ahora mismo por Occidente. Pablo Iglesias, un profesor universitario, precisamente especializado en el gobierno de la cosa pública. Marie le Pen, abogada y política de carrera hija de otro político (y politólogo) de carrera. Silvio Berlusconi(4), un gigante internacional de los medios de comunicación. Jaroslaw Kaczynski, abogado, doctor en derecho y político de carrera. Strache, un médico que lleva 25 años en política. Tsipras, un ingeniero civil con máster en urbanismo y obras públicas…
Y Trump, claro, no nos olvidemos de Trump…
Todos ellos, como veis, gente educada, preparada, sofisticada, capaz de entender la complejidad del mundo real y los conceptos de repercusión a largo plazo y causa oculta, de Estado de Derecho y separación de poderes. Cuando este tipo de gente usa el populismo no lo hace porque piense lo mismo que el pueblo llano, lo hace manipularlo ofreciéndole esperanza, empatía, y soluciones a sabiendas de que no son aplicables(5). Diciendo lo contrario de lo que piensa con intención de engañar. Mintiendo. Es posible que el populista tenga verdaderamente los intereses de la gente a la que se dirige en mente y no intente simplemente ascender al poder sin importar mucho los medios, pero si es así solo puede ser porque se cree inherentemente mejor que esa gente, a la que desprecia en realidad lo suficiente como para ni siquiera intentar explicarle como son las cosas en realidad y a la que cree justificado usurpar la soberanía con una mentira blanca. Es posible, en pocas palabras, que el populista crea que manipula a la gente por su propio bien y a lo mejor a alguien con una ética muy finalista le parece bien, pero a mí no. A mí me asquea.
Me asquea porque el populismo se aprovecha de los más débiles. De los simples, de los poco educados, de los pobres, de los que lo pasan mal, de los parados de larga duración, de los obreros sin cualificar que ven como su empresa cierra y se va a México y no saben qué va a ser de ellos, de los jóvenes que no ven como meter la cabeza en el mundo laboral, de los padres que ven sufrir a sus hijos, de los que van de un empleo a otro y no ven el momento de tener estabilidad para poder sentar la cabeza. De gente que lo que necesita es una especial protección y consideración y no ser utilizados como carne de urna y para la que yo, por cierto, tampoco tengo una solución inmediata que ofrecer pero a la que no miento diciendo que la tengo y sabiendo que no es así.
Yo he estado desesperado y sé lo que es. Cuando estás desesperado te agarras a cualquier clavo ardiendo, buscas una solución, una salida, un rayo de luz donde sea, porque la desesperación acaba en el suicidio. Pasarlo mal es una cosa, pasarlo mal y tener el convencimiento de que las cosas no van a mejorar es infinitamente peor. En estas circunstancias uno está tan sediento de la mera posibilidad de un futuro mejor que es capaz de beberse cualquier cosa que lo prometa sin importar lo mal que huela. Bien, no sugiero que en Occidente hayamos alcanzado colectivamente estos niveles de desesperación, pero sí otros distintos y tenemos tantas ganas de oír que las cosas se van a solucionar, que todo va a ir bien, que nuestro nivel de suspensión de incredulidad parece el de Ned Flanders(6). Ya analizaré por qué ocurre esto, y hasta qué punto es cierta esta percepción, pero el hecho es que hay un conjunto importante de la sociedad occidental que se siente pobre, olvidada, inútil, oprimida, deprimida.
Resulta muy fácil, cuando las cosas van bien, decir que cierta gente no medita sus actos y toma malas decisiones. Pero cuando las cosas van mal todos estamos dispuestos a tomar decisiones cada vez más arriesgadas hasta llegar al punto de tomar las «decisiones desesperadas» porque «no tenemos nada que perder», o su primo político «total, peor no puede ir». Discursos que nos parecerían dignos de manicomio o al menos de ostracismo social en buenas circunstancias de repente pierden esa condición y empiezan a resultar atrayentes. ¿Por qué? Porque necesitamos creer en algo, en concreto, necesitamos creer que las cosas van a mejorar; y si el precio de creer que las cosas van a mejorar es creer que este señor las va a arreglar, sea. Tampoco pierdo tanto y es que además lo que dice tiene sentido…
Y esto nos lleva al cuarto problema: el populismo agrava los problemas que dice querer resolver. No es simplemente que, como podéis ver en el ejemplo de más arriba, en el caso de que el populista llegara al poder e implementara su programa la situación iba a empeorar a medio plazo porque las cosas no son tan sencillas, al populismo no le hace falta llegar al poder para perjudicar aún más la situación. La sangría de votos que los gobernantes experimentan les fuerza a tomar medidas cortoplacistas pero visibles, a posponer las reformas necesarias pero que solo dan resultado a medio y largo plazo y probablemente supongan un empeoramiento en el corto plazo, para intentar detenerla. En otras palabras, el populismo obliga a todo el mundo, total o parcialmente, a jugar al mismo juego, que es uno en el que todos pierden salvo el populista porque, no importa cuánto populismo se pueda hacer desde el Sistema, el outsider tiene siempre las de ganar(7). ¿Por qué? Porque como nunca ha gobernado «no tiene la culpa de nada» mientras que quienes han tenido el poder sí que la tienen y, lo que es peor, tienen además la culpa de no actuar, o de no actuar con «suficiente decisión», de no aplicar esas medidas tan obvias, tan sencillas, tan de sentido común que presenta el populista y que quien está en el poder sabe que son perjudiciales o, simplemente, imposibles(8).
El populismo no es que simplemente se aproveche de la ignorancia del pueblo llano respecto a la complejidad de la función de gobierno, es que reafirma esa idea. Con esto lo que consigue es que el buen político, el que sí que sabe lo que se puede y lo que no se puede hacer y cómo hay que hacerlo y encima presenta las cosas como son, sea injustamente vilipendiado y despreciado en favor de quien, por desconocimiento o por malicia (y suele ser malicia) le acusa de inacción o incompetencia, de no resolver ya los problemas del ciudadano cuando puede hacerlo entre otras cosas porque, sabe que, como este intente explicarse, su electorado objetivo no va a escuchar la respuesta porque, simplemente, va a ser demasiado larga y compleja. Es el “sí se puede”, el “todo es cuestión de voluntad política”, el triunfo del slogan sobre el debate, del populismo sobre la política. Otra de las razones por las que hay que cortar con estas prácticas por lo sano.
Nos queda una última razón, la más grave y por la que en este momento pienso que, a medio plazo, el conflicto armado es inevitable. Pero sobre la evolución del populismo cuando por fin toma el poder y lo que puede pasar en Estados Unidos y en Occidente en pocos años hablaremos, si os parece la semana que viene.
Salud y evolución,
Arthegarn
(1) Nota para juristas y aficionados: lo que dicen exactamente esos artículos es que la posesión de bienes muebles adquirida de buena fe equivale al título (464 CC), que la buena fe se presume (434 CC) y que no se puede obligar al poseedor que se declara propietario de un buen mueble a exhibir el título de propiedad (448 CC). Todo el ejemplo está basado en una discusión de hace unos días en mi muro de Facebook a la que remito a los curiosos porque fue entre abogados, policías, y otros peritos en el tema.
(2) He buscado por Internet pero lo mejor que he encontrado para describirla es este artículo, me sorprende que no tenga su propia entrada en Wikipedia o algo así. Básicamente es una fórmula que predice quien va a ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos usando solo seis factores (siete si contamos el de guerra que no se ha usado desde que se creó la fórmula). Solo se ha equivocado una vez y fue el año de Ross Perot, un tercer candidato que hizo variar mucho el supuesto bipartidista en el que se asienta. Por si os lo estáis preguntando, sí, predijo que iba a ganar Trump y yo lo sabía, pero pensaba que la personalidad del candidato daría al traste con la predicción. En mi defensa, el propio Raymond Fair pensaba tres cuartos de lo mismo. ¡Nadie está libre del pensamiento ilusorio!
(2) Por supuesto, hay poderosos malvados, corruptos y desalmados, pero la inmensa mayor parte de las veces no es por esto.
(3) Me encanta esa escena porque todo, absolutamente todo lo que hace Kevin Kline es imposible, cuando no ilegal, en el mundo real. Está escrita así adrede, por cierto. Si no la habéis visto y tenéis un rato buscadla, en español se llama Dave, Presidente por un Día y es muy entretenida para una tarde de domingo en el sofá.
(4) Me encanta el ejemplo de Silvio Berlusconi, un populista de manual. Utilizó el procedimiento para llegar al poder y luego, una vez en él, si te he visto, no me acuerdo.
(5) O, al menos, que no son aplicables con la facilidad e inmediatez que da a entender.
(6) Que hace todo lo que le dice la Biblia, incluso las cosas que contradicen otras cosas.
¿Os suena? Hablé de esto el mes pasado, en El Corazón, a la Izquierda, pero cuando escribí ese artículo, pese a que usé varias veces la palabra populismo, no fui capaz de identificar correctamente lo que me chirriaba del adoctrinamiento del PSOE a la izquierda sociológica española. Ahora lo veo mucho más claro, el PSOE lleva décadas haciendo un populismo parcial y de sistema y, como era predecible, ahora se lo está comiendo por los pies un populismo total y extrasistema. Cría cuervos y… patada en los cojones.
(8) Volveré sobre esto en el próximo artículo, pero muchas medidas populistas y populares como, qué se yo, la dación en pago retroactiva, son imposibles de acometer desde el Gobierno porque son ilegales. Porque son anticonstitucionales. Porque violarían derechos fundamentales. En otras palabras: aunque los gobernantes actuales quisieran aplicarlas, que no quieren, no podrían hacerlo.