Estas dos últimas semanas, desde que supe que esta vez Ana estaba embarazada, me he estado preguntando si algo iba mal en mi porque no estaba tan ilusionado como yo pensaba que debiera, como sí que estuve la primera vez. Sentía que mis sentimientos, o mi ausencia de sentimientos, más bien, era un problema. Y ahora, después de la pérdida, viendo lo mal que lo está pasando la pobre Ana a todos los niveles, me pregunto si es que soy muy sabio. O muy cínico. O las dos cosas. O si, igual que creo que no me he permitido ilusionarme tanto (o nada) esta vez, no será más correcto pensar que no me estoy permitiendo derrumbarme todavía porque tengo que estar ahí para Ana y que ya me derrumbaré cuando pueda. O para el trabajo. O lo que sea.
Lo que único que está claro es que me gusta comerme la cabeza, al parecer.