Hoy voy a hablar de toros.
No voy a hablar específicamente de la prohibición de los toros en Cataluña(1). Creo que todo el mundo está hablando ya de ello así que, ¿para qué? Ya se ha dicho todo, desde los argumentos más estúpidos a los más sensatos, así que no creo que tenga nada interesante que añadir. Por si alguien está interesado en mi opinión diré que me parece un error por motivos estrictamente económicos y que no creo que en el ánimo de la mayor parte de los que han votado a favor de la prohibición haya estado, como se dice tanto por ahí, el “romper con España” y el “acabar con un símbolo español en Cataluña”; de hecho creo que son muchos más los diputados que han votado en contra de la prohibición por este único motivo (para mantener en Cataluña un “símbolo de España”) que los que lo han hecho a la inversa, y no miro a ningún grupo en concreto (no, que va).
Es el debate de fondo el que me interesa, porque resulta que a mi me gustan los toros(2). Sí, es cierto, qué se le va a hacer. De pequeño (hace treinta años, vamos) quería ser torero y practicaba verónicas(3) con una toalla de baño delante de la tele y de ahí, p’alante. No suelo ir a Las Ventas (es caro), pero estos últimos años no he dejado de ir un par de veces en San Isidro porque Ana, que es toda una aficionada, consigue entradas muy buenas y muy gratis. Y me gusta, me gusta el toreo como me gusta el vino: cualquiera puede agarrarse una cogorza con un Don Simón, pero disfrutar de verdad de una corrida requiere un cierto entrenamiento: como con el vino, hace falta saber qué es lo que tienes que buscar para apreciarlo en todos sus matices. No espero, ni intento, ni quiero, que a todo el mundo le gusten los toros, pero a mi sí que me gustan.
¿Me convierte eso en una mala persona? Leyendo blogs por ahí, y opiniones de muchos de mis amigos, cualquiera diría que sí. Yo creo que no, pero también tengo que decir que el hecho de que me gusten los toros no es algo que me haga sentirme particularmente orgulloso de mi mismo. Todo el mundo(4) sabe que yo soy especista(5), es decir, a la hora de decidir quien tiene derechos y quien no, trazo una línea iuris tantum entre los seres humanos y el resto de los seres vivos. Los seres humanos tienen derechos y los demás no. Desde el punto de vista de la asignación de derechos no hay diferencia alguna para mi entre un orangután(6) y un helecho. Eso quiere decir a grandes rasgos que desde un punto de vista moral no veo nada malo en matar animales para comérnoslos, para abrigarnos o para lo que sea, ni en hacerles sufrir para estudiar enfermedades o desarrollar medicamentos o, sí, para disfrutar con ello. Los animales, para mi, no tienen más derechos que las piedras.
Ahora bien, el hecho de que no conceda derechos a los animales no quiere decir que no tenga empatía con ellos. Desde luego, mi empatía con los animales es muy, muy pequeña cuando la comparamos con la que siento hacia mis congéneres, pero al menos tengo mucha más empatía hacia ellos que hacia las piedras. Aparte, y sobre todo últimamente, tengo muchísimo respeto por la vida, por cualquier vida. No porque el animal tenga derecho a que respeten su vida, ojo, sino por la misma razón por la que es un crimen liarse a cañonazos con los budas de Bamiyán. Si mostramos respeto y aprecio por las obras de arte de la humanidad que, en el fondo, no son más que cosas, ¿cómo no vamos a mostrar respeto y aprecio por las obras de arte de la biología? Dios tardó millones de años en conseguir una bacteria y miles de millones en conseguir un saltamontes(7) (o un toro), ¿acaso esa peculiar forma de ordenarse la materia no merece respeto? Para mi no es que la vida o el arte tengan por si mismos derecho a ser respetados, pero sí creo que caeteris paribus quien no los respeta obra mal(8).
Por ambas razones, el respeto a la vida y la (escasa) empatía con los animales no soy totalmente indiferente a su suerte y siempre dependiendo del contexto. Ver sufrir a un animal sin motivo me mueve a la caridad y al deseo de que deje de sufrir, supongo que como a todo el mundo; pero no me tiemblan las manos al zamparme medio lechal, ni al condenar al marisco a una tortura horrorosa escaldándolo hasta la muerte o al comerme media docena de ostras vivas y encima con limón. Con el toreo me pasa un poco lo mismo porque yo no creo que el toro tenga una muerte dolorosa y sin sentido.
Que muere está claro, que le duele está claro, pero no creo que no tenga sentido. Siempre hay razones para soportar una muerte dolorosa, y al igual que un animal se sacrifica por su manada o su descendencia o un ser humano lo hace por su patria o su deber, creo que la muerte del toro en el ruedo sirve para algo, creo que crea algo bello(9), hermoso y emocionante y creo que, si existen realmente tales cosas como «el destino» o una «muerte con sentido», pocos animales pueden tener tanto destino y una muerte con tanto sentido como un toro de lidia tras una buena faena. El toro de lidia es una idea, desde antes de su concepción, orientado a ese momento. Nace, se cría y se cuida con ese objetivo en mente, disfruta de una calidad de vida y una atención sanitaria muy superior a la de el 40% de los seres humanos que pueblan el planeta, su reproducción está prácticamente asegurada… ¿qué más quiere? El toro de lidia es un guerrero, un soldado, me recuerda a aquellos ciudadano, hombres libres, que voluntariamente ingresaban en escuelas de gladiadores y, a cambio de una vida mejor y de la posibilidad de alcanzar la fama y la fortuna, se arriesgaban una muerte cruel y violenta para regocijo de los romanos. No, lo siento pero no considero que matar un toro en la plaza sea crueldad innecesaria y sin sentido, de hecho creo que tiene mucho más sentido que hervir medio kilo de bígaros, y no me siento más culpable por obtener placer y satisfacción del toreo de lo que lo siento al comérmelos.
El problema que le veo a todo esto es precisamente la comparación con los romanos. Estoy seguro de que igual que yo veo hermoso y plástico el toreo, los romanos (o, por lo menos, los entendíos) sentían algo parecido ante las luchas de gladiadores. Bien, no puedo evitar pensar que cualquiera que se obtenga placer de una actividad que causa dolor y muerte a otro ser humano no tiene todas las neuronas en su sitio. Personalmente estoy seguro de que podría apreciar la emoción y belleza de un combate a muerte entre seres humanos, pero también estoy seguro de que no obtendría el más mínimo placer de ello porque el precio me parecería demasiado alto. No importa la cantidad de placer que vayas a obtener, no importa la belleza plástica que vayas a crear, para mi la vida humana es más hermosa y más importante; cualquier placer o emoción ante las evoluciones de los luchadores quedaría ahogado con el último estertor del perdedor y me al llegar a mi domus iría directamente al vomitorium. Y al igual que yo me siento así ante las luchas de gladiadores entiendo que muchísima gente se sienta así ante el toreo porque considera que la muerte del toro es un precio demasiado alto.
Y hay otro buen argumento contra el toreo, que tiene que ver con en quién nos queremos convertir, hacia dónde queremos que vaya nuestra sociedad y nuestra evolución como especie. Personalmente creo que una sociedad que obtiene placer del sufrimiento de otro ser vivo, o que considera el sufrimiento de otro ser vivo un precio razonable a pagar para su propio placer, es moralmente inferior a una sociedadque opina lo contrario. Reducido al absurdo eso quiere decir que acabaremos todos siendo veganos, por supuesto, pero eso es lo de menos. Lo que quiero decir es que entiendo las razones de fondo detrás de los que consideran el toreo cruel. Y luego está, aplicado a la vida, el argumento Madred: When children learn to devalue others, they can devalue anyone – including their parents(10). Si enseñamos a nuestros hijos y congéneres que está bien causar sufrimiento y muerte y montar un espectáculo a su alrededor, ¿les estamos dando un buen ejemplo? Supongo que no.
Con todo y con esto a mi me siguen gustando los toros. Qué le voy a hacer, es así. Probablemente fuera mejor persona si no me gustaran, pero el hecho es que no tengo mi empatía animal tan desarrollada como, por ejemplo, mi amiga Sheila, y a mi la muerte del toro en la plaza, con todo lo que conlleva, me sigue pareciendo hermosa y llena de sentido. Pero entiendo perfectamente bien a quienes opinan lo contrario e incluso a los que opinan que soy un monstruo por ello. Y, como digo siempre, si se juntan todos y consiguen 300.000 firmas para proponer una ley y la llevan al parlamento y esta se aprueba y se prohíben los toros, acataré esa norma porque son las reglas de la sociedad en la que creo, con toros o sin toros.
Y mi corazón estará dividido porque, aunque en su mayor parte estará triste porque muere algo que aprecio, también habrá un puntito brillante de orgullo por pertenecer a una sociedad que es lo suficientemente humana como para considerar que la muerte de un ser vivo, de cualquier ser vivo, es un precio demasiado alto. Me quedaré sin toros, pero sé que, muy en el fondo, tampoco me importaría tanto.
Arthegarn______________
(1) Por si acaso os habéis pasado un par de días en Ganímedes,con los ojos cerrados y muy apretados y tapándoos las orejas mientras coreáis el waka-waka a todo pulmón, ayer el Parlamento de Cataluña aprobó una ley que prohíbe los toros en esa comunidad.
(2) Cuando hago declaraciones como estas es cuando me alegro un poco de haber tenido aquel troll que me obligó a activar el filtro de comentarios. Por favor, si tu única contribución a este blog va a ser una sarta de epítetos sobre lo mala persona que soy y me vas a llamar asesino y torturador mejor no lo hagas, ¿vale?
(3) Siempre me ha gustado mucho el toreo con capa, que hoy en día está casi perdido. El Cid, Morante y poca cosa más…
(4) Todo el mundo que me lea con una cierta regularidad, vamos.
(5) Aunque mi especismo es solo una base general: en realidad mi criterio pasa asignar entidad moral tiene que ver con el cumplimiento de determinados requisitos que no me voy a poner a explicar, lo que ocurre es que en ausencia de prueba en contrario considero a los seres humanos sujetos morales y al resto de los animales, las plantas y las piedras, no. Por deferencia a Zor los cangrejos han estado tradicionalmente excluidos de esta norma.
(6) Salvo que trabaje de bibliotecario, claro, ventajas de la separación iuris tantum.
(7) Que nadie se haga ilusiones que hablo de Dios en el sentido Einsteiniano. Por cierto, una copa al primero que averigüe a quién estoy parafraseando y de qué hablaba. Si no me equivoco sigue: “Considerando nuestra falta de experiencia en estos temas, creo que lo estamos haciendo bastante bien”.
(8) A ver cuándo aparece a decirme que hilo muy fino.
(9) Bueno, o por lo menos lo intenta, porque yo le he visto a Talabante tardes para olvidar, El Cid parece incapaz de matar con menos de tres pinchazos y lo que hacía Jesulín de Ubrique a finales de los 90 no tiene nombre.
(10) «Cuando los niños aprenden a menospreciar a otros pueden menospreciar a cualquiera – incluso a sus padres» – Picard en STTNG, Chain of Command II.