Yo siempre he sido muy cerebral. Cuando era crío pensaba que todo el mundo era como yo y que, puesto que no era alto ni fuerte ni divertido, mi estrategia para encontrar pareja tenía que consistir en ser lo que se llamaba entonces «un buen partido». Las chicas listas se darían cuenta y querrían estar conmigo porque era lo lógico y razonable y, al fin y al cabo ¿quién quiere estar con una chica tonta?
No podéis imaginar lo que ligaba con esa táctica, me las tenía que quitar de encima…
Lo que tendría que haber hecho, por supuesto, es hacerme divertido. Uno puede ligar muchísimo sin ser Adonis siendo divertido; de hecho un Adonis aburrido tampoco liga mucho. Las chicas (y los chicos) quieren lo que quieren, no lo que les conviene. La inteligencia está muy bien, te da los medios para conseguir lo que quieres, pero lo que no hace es decirte qué quieres. Para eso están las emociones. No es la lógica lo que guía nuestro comportamiento sino los sentimientos, es aquella sierva de estos y no al revés. Muchas veces da la impresión de que no, de que una personalidad bien hecha es como un barco que tiene al cerebro como capitán y es una analogía muy válida; pero si el cerebro es el capitán las emociones son el armador. Aunque el cerebro sea quien ordene la vida y la persona y el que se ocupa de que todo en el barco esté en estado de revista, son las emociones como armador las que le dicen al capitán cerebro a dónde tiene que llevar el barco. Y la función de un barco, no lo olvidemos, es ir de un lado a otro, no funcionar como un reloj.
Si quieres conseguir algo de otra persona tienes que apelar a las emociones: esa persona tiene que querer dártelo. Tu cerebro, que es tu aliado, te puede decir cómo conseguir que esa persona quiera darte lo que deseas, por ejemplo ofreciéndole algo a cambio que quiera más que lo que tiene, pero todo en esta vida está gobernado por la emoción, el hambre, el deseo, la búsqueda de la felicidad. Las personas más cerebrales son capaces de posponer un disfrute inmediato para conseguir más adelante un disfrute mayor, por ejemplo estudiando en vez de salir a jugar al fútbol o haciendo el esfuerzo de levantarte cada día una hora antes para ir al gimnasio antes de trabajar a sudar y cansarte en vez de darte la vuelta y arrebujarte en la camita, que es lo que realmente te apetece. Pero eso es todo. Nadie puede forzarse a hacer lo que no quiere, lo máximo que puede hacer es negarse temporalmente a hacer lo que quiere hacer para conseguir, en el futuro, algo que quiere más. Pero sin esa promesa de satisfacción mayor posterior, sin esa negociación con uno mismo, no hay motivo para el sacrificio. Las emociones, insisto, son las que mueven a la gente.
Por eso es imposible hacer política sin apelar a la emoción. Un político es, en el fondo, un depositario de las emociones y los deseos de sus votantes. La gente quiere algo y el político les dice que si le votan les dará lo que quieren. Simple. Algunos políticos son además, líderes emocionales, en el sentido de que no solo recogen los deseos y las emociones de los ciudadanos sino que les infunden otros adicionales. La versión más simple de esta forma de hacer política (más bien de conseguir poder, pero bueno) es lo que yo llamo el culpismo populista: el Pueblo te dice que quiere pan, tú les contestas que si te dan su apoyo tendrán pan, y añades que si no tienen pan es culpa de los nobles que se quedan toda la harina para hacer pasteles. ¿Qué ha pasdo? El Pueblo vino a verte con un sentimiento: hambre, y ha vuelto con tres: hambre, odio y satisfacción. ¿Satisfacción, preguntaréis algunos? Oh, sí, satisfacción. Satisfacción porque el líder les ha ofrecido una explicación simple a sus problemas, algo que pueden entender y que pueden ver cómo solucionar aunque quizá no se atrevan a hacerlo en este momento. Y eso causa satisfacción porque el cerebro funciona de tal forma que cuando aprende algo, cuando entiende y se explica algo, te recompensa con placer para que sigas aprendiendo cosas.
¿Y qué consigue el líder con esto, por qué iba a hacerlo? Que el Pueblo deje de seguirle únicamente por tortuosas razones intelectuales que tanto cuesta obtener y que pase a hacerlo emocionalmente. El ciudadano ya no necesita su cerebro para analizar argumentos y decidir si confía porque ahora le asocia con una emoción placentera. «Escucha a Galathor y saldrás satisfecho» le dice a uno la experiencia, y así tenderá el ciudadano a escucharle más, a confiar más en él, a creerle más… y a recomendarle más a sus pares e iguales. Las ventajas competitivas que da en política la lealtad del electorado por razones sentimentales (incluyendo «es que siempre he votado así») son incontables.
En España los políticos llevan haciendo culpismo populista desde que existe la democracia. Probablemente porque somos una democracia joven con un Pueblo inexperto que no entiende qué es eso de la soberanía que le dicen que tiene y la responsabilidad que implica. Como el siervo cobarde de la parábola(1), el español moda siente que la soberanía es cosa de otro, del soberano, y entierra su talento sin usarlo. A un Pueblo así le puedes colar cualquier cosa. Como pasa en todo mercado, si los compradores no son exigentes los vendedores venden bazofia porque, total, p’a qué. La política española, en general, es de tente mientras cobro y la mayor parte de la culpa es del Pueblo, no de los políticos, que no es exigente ni a priori ni a posteriori. Pero, independientemente de esta responsabilidad a lo que voy es a que cuando las cosas no tienen calidad al final acaban pasando factura.
En el PSOE (y no solo en el PSOE, pero hoy quiero hablar del PSOE) llevan demonizando al PP y señalándolo como la causa de todos los males desde que Caín mató a Abel. Paradójicamente, cuando lo que existía era AP (mucho más de derechas que el PP) el PSOE la trataba de una forma muy diferente y es conocido el respeto que Felipe González siempre le tuvo a Manuel Fraga. Pero desde la refundación y la ruptura del techo, desde que el PP se convirtió en una posible alternativa de gobierno, los líderes del PSOE han estado haciendo populismo culpista a manos llenas. No el PSOE, ojo, sus líderes. El PSOE, como institución, como aparato, sabe muy bien cómo son las cosas en realidad y que el PP no es el coco sino un adversario político, representante de millones de españoles, con quien se puede y debe negociar y llegar a acuerdos básicos sobre los asuntos más importantes, gobierne quien gobierne. Pero los líderes del PSOE podían aprovecharse del populismo culpista para hacer carrera y asegurarse el voto, el apoyo, la confianza, de una parte del electorado. Al fin y al cabo los grandes acuerdos en materias fundamentales no llaman la atención, porque, por definición, no es lo que compartimos lo que nos diferencia y lo que compartimos se da por sentado. Así que podemos hacer carrera pregonando que el PP es la derecha más rancia de Europa, que no se puede ni hablar ni pactar con ellos, que son el mal encarnado, vendidos a los mercados, esclavos de los curas y del IBEX-35, franquistas y nietos de franquistas y gente que lo que quiere es privatizar la sanidad y la educación y quitarle las pensiones a los jubilados para hacerse ellos aún más ricos (porque los del PP son «los ricos») y obligarte a pagar por lo que el Estado te da gratis (ejem) condenando sin misericordia a quien no pueda hacerlo a la ignorancia, la miseria y la muerte. Y tanto lo llevan diciendo y tanta repercusión tienen que la idea ya ha calado en el inconsciente colectivo de la izquierda sociológica de España, en gente que puede que no sepa realmente lo que propone el PP, pero tiene muy claro que no lo votará en la vida porque son El Mal y no necesitan saber más porque no hace falta catar la mierda para saber que no te va a gustar.
Y ahora no es solo el PSOE ni sus líderes sino todo el sistema democrático va pagar el precio de haber hecho esto porque resulta muchísimo más fácil y efectivo hacer populismo desde fuera que desde dentro del Sistema. Levantarte en el hemiciclo, señalar a la bancada que tienes enfrente y decir que ahí está el problema es mucho menos eficaz, mucho menos poderoso, que plantarte en la Plaza de las Cortes, señalar en Congreso y gritar «ahí, ahí está el problema». Plantar en la mente del electorado que una formación con la que compartes la inmensa mayor parte de las ideas básicas y que representa como mínimo a un tercio de los españoles es un atajo de vendidos inmorales que solo buscan beneficiarse a si mismos es abonar el campo para que alguien venga y te diga «¿Sí? Pues no veas cómo os parecéis, macho. PSOE, PP, la misma mierda es.»
Y, el resto, es historia. Primero la izquierda sociológica se sintió traicionada por Zapatero cuando, finalmente, se rindió a la evidencia de la crisis y empezó con los recortes, cuando empezó a hacer esa “política de derechas” que siempre había difamado cuando, en realidad era lo único que se podía hacer porque cuando uno se ahoga no nada a la izquierda ni a la derecha sino hacia el salvavidas. Sin embargo, esa necesidad del Gobierno, del Estado, de hacer lo que hacía, a la mayoría adoctrinada e ideologizada de la izquierda no le parece excusa. El pragmatismo es cosa de neoliberales. Todo aquello que había prometido SuperZP se quedó en nada y no solamente eso sino que encima se vio obligado a hacer algo que ningún presidente había hecho antes: bajar las sacrosantas pensiones. Y a raíz de esa traición millones de votantes se quedaron sin tener a quien votar y de esa sensación, de esa emoción de abandono y desamparo, es de lo que estaba hecho al principio el 15-M.
Años después, disuelto el desamparo en el océano de la realidad política y económica, cuando sólo quedó la frustración, apareció Podemos para capitalizarla. La “traición” del PSOE hizo que parte del voto, sobre todo el joven, pasara a Podemos, pero mucha de su base sociológica seguía con la cantinela de «hay que votar PSOE porque es el voto útil para evitar que entre la derecha, que sin el demonio con cuernos y rabo, o por lo menos para poder hacer una oposición fuerte para que no lo privaticen todo». Y esta gente, al igual que se sintió traicionada por Zapatero cuando el aparato del partido le obligó a hacer lo que había que hacer, ahora se ha sentido traicionada cuando ha pasado exactamente lo mismo, pero con la vaca sagrada. Ahora no son los recortes, ahora es pactar con el diablo – o dejar que gobierne, que para esta forma de pensar es lo mismo.
El PSOE está empezando a recoger los frutos de haber tratado a su electorado como a niños, adoctrinándolos en vez de educarlos, seduciéndolos con miedo y halagos y haciendo demagogia, porque el populismo es deagogia y no política. El populismo es lo que tiene, no es más fuerte pero si es más fácil, más rápido, más seductor. Y una vez tomas la senda del Lado Oscuro, para siempre dominará tu destino.
El PSOE tiene dos opciones ahora mismo: puede (i) ponerse a hacer política de verdad, quedarse con el voto sensato de la izquierda y el centro-izquierda y esperar a que la situación político-económica mejore y las aguas vuelvan a su cauce a medida que la mayoría piense que las cosas no van tan mal como para arriesgarse con “experimentos”, o (ii) virar definitivamente hacia el populismo que la gente confunde con la izquierda para recuperar la otra parte de su electorado, la ideologizada y fanatizada, que deserta y se va en masa a Podemos. Y aunque sus líderes, más cerebrales, pueden tener claro el camino a seguir para conseguir lo que ellos – y, paradójicamente, su electorado – quieren, su electorado, su militancia, temo que no lo vea tan claro.
Termino volviendo a la metáfora del barco. Tanto le ha hablado el capitán al armador de las siete ciudades de Cíbola que le ordenó poner proa hacia allí. Pero al irse acercando el capitán ha visto los arrecifes y ha decidido cambiar el rumbo, pese a las quejas de la tripulación que ya casi podía ver los tejados de oro y lo que quiere es llegar a ellos cueste lo que cueste. Falta ahora ver si la tripulación confiará pese a todo en el buen hacer de su capitán o si se amotinará para restablecer su rumbo, el rumbo al fin y al cabo marcado por el armador porque el propio capitán insistió tanto en ir allí. Quizá pronto podamos comprobar si, como la gente sensata, los socialistas no nadan hacia la izquierda ni hacia la derecha cuando se ahogan sino hacia el salvavidas.
Eso espero. Por mi propio bien.
Salud y evolución,
Arthegarn
(1) Mateo 25:15-30. Es una parábola preciosa particularmente si uno entiende un poco de simbología numérica hebrea. El cinco es el número de la Ley, por los cinco libros del Pentateuco. Dios le da al ser humano la Ley, y todo lo que el ser humano puede devolverle es el cumplimiento de la ley. El dos es el número del ser humano: Dios nos da los unos a los otros y todo lo que podemos devolverle es más de lo mismo. Pero el uno es el número que simboliza a Dios, ya que es el número origen de todos los otros números, e igualmente simboliza por ello la libertad. Dios le da al ser humano la libertad… y el ser humano tiene miedo, la entierra y se la devuelve a Dios sin usarla, el regalo más grande, el número que , esta vez sí, podría haberse convertido en cualquier otro. Ya no seré creyente, pero sigue habiendo muchísima sabiduría en la Biblia si sabe uno interpretarla.