Una vez contada la fábula, ¿Qué quería Arthegarn decir con “¿Y por qué, exactamente, los que producimos con nuestra habilidad tenemos que mantener a los que no aportan al Sistema otra cosa que su necesidad?” y, ya que estamos, por qué ha titulado a esta serie de artículos “La Sopa Boba”?
Lo que quiero decir, ya sin ambages, es que es injusto que se obligue a quienes producen a mantener a los que no producen. Y no es que simplemente sea injusto; es que construir un sistema en torno al principio de la caridad obligatoria sub poena, en torno a la idea de que todo aquel que pase necesidad debe ser sacado de ese estado pura y simplemente porque pasa necesidad, es estúpido y rayano en el suicidio. Si encima no estamos hablando de necesidades básicas para la vida (comida, agua, etc,) sino de garantizar a todos los ciudadanos, simplemente por ser ciudadanos, una determinada calidad de vida, entonces el sistema es directamente suicida y está destinado al colapso a corto o medio plazo.
Eso no quiere decir que opine que hay que dejar que la gente se muera de hambre por las esquinas. Para nada. Lo que ocurre es que hay una diferencia muy importante entre que yo elija darle parte de mi dinero a quien tiene menos porque me da pena, y que el que tiene menos que yo tenga derecho a meter la mano en mi bolsillo y quedarse con parte de mi dinero, pura y simplemente porque yo tengo más que él, sin pararnos a preguntar por qué eso es así. Que es lo que pasa ahora, aunque hemos disfrazado esa acción haciendo que la mano que se mete en mi bolsillo lo haga recubierta por el guante del Estado. Pero, al final, es lo mismo.
La caridad es una idea muy buena, no solo por motivos humanitarios sino por motivos egoístas. Es tan buena que está escrita en nuestros genes, estamos genéticamente condicionados a ayudar a nuestros semejantes, por eso nos conmovemos cuando vemos a alguien sufrir (y, si no lo hacemos, es que algo va mal). Ahora bien, la caridad consiste en que yo, voluntariamente(1), dedique parte de mis recursos a ayudar a mis semejantes: es una decisión que tomo porque soy así de bueno, no porque el otro tenga derecho a que le ayude, que no lo tiene(2). El hecho de ayudar a mis semejantes me hace mejor persona, sí, pero el hecho de no ayudarles no me hace peor aunque nuestra estructura conceptual así lo sugiera.
El problema es que vivimos inmersos en un sistema de ideas tan infectado por los memes de las religiones del Libro que ciertos conceptos, como la bondad de la caridad, a base de repetirse una y otra vez generación tras generación se han incrustado en nuestras mentes, y no solo en las individuales, sino en el imaginario colectivo, y han perdido su significado original. En algún momento, dejamos de ayudar a la gente porque pensábamos en lo que hacíamos y pasamos a hacerlo simplemente porque nos decían desde la infancia que había que hacerlo, que era bueno hacerlo; dejamos de ser motivados, de pensar y decidir caso por caso si esa persona merecía nuestra caridad, y asociamos la idea de caridad con la idea de bien. Desde ese momento, toda caridad era siempre buena, y de esa desgraciada identidad nació la sopa boba.
La sopa boba, como casi todos sabréis, era una comida que se ofrecía a los pobres en los conventos, consistente fundamentalmente en sopa de lo-que-hubiera-a-montones-esa-semana aderezada con lo-que-se-estuviera-poniendo-malo-en-la-despensa y con tropezones de sobras. Nadie preguntaba nada. Uno llegaba ahí, se ponía a la cola y el capuchino o la monja de turno le daba una escudilla de sopa con la que se podía sobrevivir un día más. La historia de la sopa boba y de la España en que se desarrolló es fascinante y ofrece algunas lecciones que, como no, hemos olvidado. Por ejemplo, es cierto que la sopa boba salvó vidas, pero también es cierto que contribuyó decisivamente a la ruina de España, creando un estrato social importantísimo de sopistas(3), de gente que andaba a la sopa (v.gr.: que vivía una existencia holgazana y a expensas de otro) y que no trabajaba y no producía porque no le hacía falta. Sin sopa boba, sin una posibilidad de vivir sin hacer nada para ganarse el sustento, quien sabe si nos hubiéramos visto obligados a adelantar un siglo el decreto de Carlos II sobre la honra del comercio y el trabajo… pero divago. Ya volveremos a la sopa boba y a los subsidiados.
Una vez apareció esa identidad (caridad=bien) nos la repitieron hasta la saciedad, hasta el agotamiento, generación tras generación. El valor de bondad de la caridad dejó de depender de nuestra decisión sobre quién la merecía y quien no, y de la misma forma el valor de verdad de la asociación dejó de depender de nuestro entendimiento y pasó a estar vinculado a la autoridad de quien nos lo contaba, con lo que cuestionar esa identidad era cuestionar la autoridad de quien nos la inculcaba. Cuando este cuestionamiento inevitablemente ocurrió, cuando alguien dijo “la caridad no es buena en todos los casos” (o «la sopa boba hace más mal que bien»), la autoridad sintió atacada en si misma y se defendió desde el poder, con un simple argumento ad hominem, del tipo: “Los hombres buenos hacen cosas buenas. La caridad es buena. Quien discute que la caridad es buena es porque no quiere ser caritativo. Quien no es caritativo no es bueno. Quien no es bueno es malo. Quien discute que la caridad es siempre buena es un malvado”. Y, desde entonces, quien abre la boca para reivindicar el verdadero significado de la caridad es inmediatamente tachado de malvado egoísta(4)
Las cosas no deberían ser así. Quien decide dedicar parte de sus recursos a ayudar a los demás merece nuestro elogio, pero quien decide no hacerlo no merece nuestra reprobación, porque está en su derecho. ¿Por qué vamos a reprobarle? ¿Perjudica a alguien quien va a lo suyo y no se mete en la vida de los demás, ni para bien ni para mal? No, por definición. Pero el subconsciente colectivo, después de siglos de machacamiento de esa identidad (reforzada con un insisdioso mem que dice que es bueno ser malo con los malos) le pone a la altura de los ladrones y los asesinos. Es fascinante lo que se puede conseguir cuando se introduce en una cultura la idea de pecado de omisión: la virtud deja de ser verdaderamente virtuosa y se convierte en obligatoria. Uno nunca puede ser suficientemente bueno, al final todo queda a la misericordia de Dios…
Este concepto de la caridad como algo obligatorio lleva, con el tiempo (no demasiado) a la institucionalización de la caridad: ya no es solo el individuo quien tiene que ser caritativo, es la sociedad en su conjunto quien tiene que serlo. Y así el Estado, esa máquina, ese constructo jurídico por definición incapaz de sentir empatía ni solidaridad ni ninguna de las emociones que dan lugar a la caridad, se pone a imitar las acciones de sus ciudadanos caritativos y a “ayudar a los pobres”, a «dar de comer a los hambrientos»… con la sopa boba. Pero todo cambia, todo se desvirtúa, no estamos hablando ya de un ser humano que ayuda a un semejante porque se identifica con él, porque padece con él, porque le compadece; sino de un ente sin sentimientos que solo actúa por criterios objetivos(3) más o menos adecuados a la realidad. La caridad deja de ser un asunto de compasión y moral y pasa a ser… política.
¿Por qué he dicho que el Estado da de comer con la sopa boba? Porque tiene que guiarse por criterios objetivos a la hora de repartir los subsidios. Los capuchinos no preguntaban a sus sopistas si verdaderamente eran pobres de solemnidad que necesitaban comer o si es que de esa forma se ahorraban unos reales para vino que era lo más habitual. De la misma forma, el Estado no se fija en si quien recibe el subsidio lo merece o lo necesita, solo en si cumple (o no) determinados requisitos formales, Hace cuatrocientos años el requisito formal era plantarse ante el convento, hoy en día es… bueno, quizá haber cotizado doce meses en los últimos seis años, por ejemplo. Pero ninguna de las dos cosas, ni la sopa boba ni los subsidios estatales, son verdadera caridad.
Y el problema de la caridad institucionalizada (uno de ellos) es que crea la aberrante idea de que quien la recibe de tiene derecho a recibirla. No hay diferencia entre los tumultos del XVI si se acababa la sopa boba y los rebuznos de los sindicatos contra las últimas medidas, bastante titubeantes, del Gobierno para intentar que los parados vuelvan a situación activa lo antes posible. O con la idea de «tener seis meses de paro», que todos sabemos que todo el mundo lo interpreta como si tuviese derecho a cobrar seis meses del Estado cuando en realidad no es así. El origen del subsidio de desempleo es caritativo y no porque lo diga yo, sino porque es como está configurada la ley. Quid pro quo, sí; en plan mutua, sí, pero caritativo. No es un sueldo o una pensión a la que tienes derecho por haber cotizado, es una ayuda que los que cotizan te prestan para que no lo pases tan mal en el periodo mínimo imprescindible hasta que encuentres otro trabajo y puedas volver a mantenerte por ti mismo. Pero, claro, ¿quién se lo toma así? Mirad a vuestro alrededor, o dentro de vosotros, y decidme que me equivoco, que la gente no cree que tiene derecho a «cobrar el paro» y que no reaccionaría violentamente si se le cuestiona el mismo…
Derecho a la caridad. Esta es la horrible idea contra la que quiero luchar. El derecho a la caridad es, básicamente, decir que uno tiene derecho a que le mantengan solo por existir. En otras palabras, que uno puede estar inmerso en un sistema sin aportar nada más que su propia existencia y sus propias necesidades y exigir del sistema que le mantenga. Su contribución neta al sistema es negativa y eso tiene un nombre en biología: parasitismo. Lo bueno es que en biología el huésped trata de defenderse del parásito, pero nosotros no. Nosotros no es solo que no nos defendamos, es que reconocemos el derecho del parásito a chuparnos la sangre. Perdón, no reconocemos ese derecho, porque no lo tiene; se lo otorgamos, que es todavía peor. Al igual que un organismo que no se defiende de los parásitos acaba devorado por estos, una sociedad que no solo no se defiende de los parásitos, sino que los fomenta reconociendo el derecho de todo el mundo al parasitismo, está herida de muerte. Porque, si existe la posibilidad de vivir sin trabajar, ¿por qué trabajar? (y mucho cuidado que, al igual que la caridad, esto también está escrito en nuestros genes y mucho más profundamente) Y si encima no es solo que me vayan a mantener sino que lo «progresista» es reconocer el derecho del parásito a la sanidad y el vestido y la vivienda digna con electricidad y gas y agua corriente… y a unos taquitos de jamón de vez en cuando.
Porque claro, en un mundo ideal no es solo que nadie pasa necesidad, es que todos comemos jamón y atamos a los perros con longanizas. Pero ese mundo no es cierto, y todas esas cosas hay que pagarlas, y ¿de dónde sale el dinero que se destina a esa cada vez más cara y atractiva sopa boba? Del bolsillo de los que producen, por supuesto, que algún día se preguntarán, como yo, exactamente por qué tienen que mantener a los que no producen.
Suficiente para la segunda parte, creo yo. Buen fin de semana a todos,
Arthegarn__________
(1) O todo lo voluntariamente que se pueden hacer las cosas en un mundo sin libre albedrío, vamos.
(2) Por supuesto, esta idea mía de que uno no tiene derecho a robar (por ejemplo), es mía. Hay sistemas filosóficos enteros basados en la inexistencia de la propiedad privada, por ejemplo, lo que excluye el concepto mismo del robo; y nuestra propia constitución habla de la «función social de la propiedad», lo que básicamente viene a decir que la propiedad privada existe y debe ser respetada… siempre que le parezca bien al Estado. Yo es que no estoy de acuerdo en esas configuraciones porque me parecen excesivamente artificiosas, poco acordes con la realidad. No creo en las limitaciones a la propiedad privada por la misma razón por la que no creo en Dios: puede que sea una buena idea, pero el Universo no funciona como si existiera. Intentaré abordar este asunto en el próximo artículo de la serie.
(3) Y, en última instancia, el mayor de los males de España… ¡la tuna!
(4) Lo cual es una redundancia, porque tan arraigada está la identidad caridad=bien como lo está la identidad egoísmo=mal. Y tan falsa es la una como la otra.
(4) Eso cuando hay suerte, claro.