Caridad, solidaridad y cuentos chinos

Cuando era niño y pensaba como un niño mis padres me inculcaron, entre otras, la virtud de la caridad, que básicamente es dar de lo que tienes a quien no tiene y necesita sin esperar nada a cambio. Hasta ahí nada malo.

En el contexto cristiano-pero-de-los-listos que reinaba en mi familia quedaba muy claro que esto no se hacía “para ir al cielo”(1) sino como simple materialización del sentimiento de misericordia (que no es más que una forma de empatía), y que mis padres me animaban a buscar y descubrir en mi interior. Si Dios es amable y misericordioso y el ejemplo a seguir la caridad con tu prójimo es un espejo de tu caridad(2) con Dios ya que, ¿cómo puedes amar a Dios sin cuidar de tu prójimo, que es amado por Dios? La caridad te acercaba al modelo de Jesús y al plan de Dios; era parte de lo que Dios quería que fueras y parte por tanto de lo que daba sentido trascendente a la vida.

Motivacionalmente hoy lo veo desde otro punto de vista: la caridad es parte de «lo correcto» en un mundo estrictamente material. ¿Lo correcto para qué? Bien, obolopodría contestar que lo correcto para ser el hombre que quiero ser, pero admito que es demasiado subjetivo. Lo cierto es que sigo creyendo en ciertas cosas que, sin ser espirituales, sí que son trascendentes de lo estrictamente material. Cosas como el valor inherente de la Verdad, por ejemplo, o que no se rechaza a quien te pide ayuda cuando puedes darla(3). Son cosas que hago porque son «lo correcto», «mi deber», «lo que hay que hacer» y cuyo valor, en la mayor parte de los casos, doy por sentado. Pero a lo que vamos.

Cuando fui siendo menos niño y dejando de pensar como un niño me di cuenta de que el tema de la caridad era muchísimo más sutil. Hay veces que el prójimo te pide lo que no necesita, sea por malicia o por desconocimiento. Hay veces en las que tu prójimo lo que realmente necesita es pasarlo mal para aprender una lección. En otras su situación es consecuencia directa de sus actos y aliviarla contribuye a que no tome conciencia de las consecuencias de los mismos. Incluso esto puede darse con terceros inocentes y entonces hay que valorar cómo haces más bien, si aliviando el sufrimiento inmediato o asegurándote de que el tercero causante de ese sufrimiento toma conciencia del hecho y afronta su responsabilidad. La caridad no consiste simplemente en cubrir una necesidad como quien tapa un agujero, hay que considerar las consecuencias a largo plazo de tus acciones y ver cuál es la mejor forma de ayudar, porque de eso se trata.

Y también me di cuenta de que la caridad y la solidaridad, aunque puedan parecerse externamente, en realidad no tienen nada que ver.

La solidaridad es similar a la caridad en el sentido de que trata de paliar las necesidades de los que sufren, pero tiene una base completamente distinta. Si la caridad es individual y se basa en la empatía, en la misericordia, y es totalmente desinteresada(4), la solidaridad se basa en un colectivo, en la pertenencia a un grupo de ayuda mutua (que puede ser de cualquier tamaño y al que puedes pertenecer voluntariamente o no) frente al que uno tiene el deber de ayudar y el derecho de exigir ser ayudado. Frente al completo altruismo de la manos-unidascaridad la solidaridad es un “hoy por ti y mañana por mí”, un quid pro quo en el que uno ayuda a quien lo necesita bajo la promesa implícita de ser ayudado de la misma forma si llegare a necesitarlo.

Esto nos lleva a la otra diferencia fundamental entre la caridad y la solidaridad y es la existencia de algo que en Derecho llamamos “derecho subjetivo”. El derecho subjetivo consiste básicamente en la facultad de exigir algo de alguien, como el que tiene un acreedor ante un deudor, por ejemplo. En caridad no hay derecho subjetivo: nadie tiene derecho a exigirme que sea caritativo y que dé de lo mío a quien no tiene y es precisamente esto lo que la hace totalmente gratuita, que es una obligación que te impones tú a ti mismo pero que nadie tiene derecho a exigirte; pero la solidaridad es diferente porque como se supone que sí que recibes algo a cambio de ella, a saber la promesa de solidaridad futura, trae aparejada un derecho subjetivo. Es decir: los miembros del grupo que da origen a la solidaridad tienen derecho a exigirte que seas solidario con ellos, so pena de abandonar el grupo.

El mejor ejemplo de solidaridad voluntaria probablemente sea(5) la mutua de seguros a prima variable: los mutualistas se ponen de acuerdo en poner en común sus riesgos, aportan una cantidad que se va usando a lo largo del año según va habiendo siniestros y a final de año pasan cuentas y recuperan lo que no se ha usado o ponen de más si ha faltado. En este tipo de grupo todos los miembros tienen el derecho (subjetivo) de exigir a los demás que pongan su parte, sea antes o después del siniestro, y el de ser cubiertos si han tenido un siniestro. En este caso la solidaridad 100% voluntaria y por tanto 100% exigible, en otros casos….

Como ya he dicho la pertenencia a los grupos que dan origen a la solidaridad no es siempre voluntaria. Si nos paramos a estudiar y formular la solidaridad veremos que 0b3d4e2988dca2cebe5ef2a8a84ea3edla fuerza de su derecho subjetivo, la fuerza que tiene que alguien nos exija algo en nombre de la solidaridad, es directamente proporcional al deseo del solidario de pertenecer al grupo. Por ejemplo, a mi nadie me preguntó si quería nacer en mi familia pero resulta que (suerte que tengo) sí que me gusta pertenecer a ella así que si alguna de mis hermanas necesitar algo que le pudiera dar ni se me pasaría por la cabeza negárselo(6). En cambio, si alguien me exige «solidaridad  obrera», por ejemplo, tiene grandes probabilidades de que le mande al cuerno.

Por estas razones, porque la caridad es gratuita y la solidaridad onerosa, la solidaridad siempre me ha parecido de un nivel moral inferior a la caridad. Esto no quiere decir que me parezca mala, todo lo contrario, es buena y noble entre otras cosas porque quien es solidario, por mucho que lo sea con la esperanza de retribución, asume el riesgo de que llegado el momento nadie le auxilie o de nunca necesitar ese auxilio, en definitiva, de “salir perdiendo” en esa relación. El elemento de generosidad se encuentra también en la solidaridad(7) pero no llega, en mi opinión, a la altura moral de la caridad, que implica siempre «salir perdiendo».

Por eso me llama la atención, y me toca las narices, la actitud de algunos0b3d4e2988dca2cebe5ef2a8a84ea3ed políticos e intelectuales (y de una gran cantidad de borregos) que ponen la solidaridad por encima de la caridad. Tienes un magnífico ejemplo en la cita de Galeano que encabeza este artículo, pero estoy seguro de que puedes encontrar muchos más ejemplos si te pones. He llegado a encontrar cuadros comparativos entre la caridad y la solidaridad que cambiaban totalmente ambos conceptos ¿Por qué? ¿Por qué ocurre esto cuando la diferencia es, o debería ser, tan clara?

Pues, yo creo, por un asunto de narrativa. Por un asunto de los cuentos que nos contamos a nosotros mismos sobre cómo es el mundo y cuál es nuestra posición en él.

Dice Galeano (por ejemplo) que la caridad humilla a quien la recibe y tiene razón. No en todos los casos, claro, pero tiene razón. Pedir caridad es pedir ayuda, es pedir un favor, es reconocer que estás en una mala situación, que eres débil y vulnerable, que has agotado todos tus recursos y que necesitas que te ayuden y a nadie le gusta eso. A nadie le gusta verse así. Lo he sufrido en mis carnes y lo sé, a la caridad no se acude hasta que has agotado la solidaridad.  Y duele.

Si pedimos o aceptamos caridad nos reconocemos la situación en la que estamos y nuestra imagen de nosotros mismos cambia, y cambia a peor. En pocas palabras, resulta que obololiteralmente damos pena y eso tiene que ser… pues eso, humillante. Claro que esa no es la única historia que nos podemos contar respecto a nuestra situación. Podemos contarnos otra según la cual no hemos agotado nuestros recursos. Es mucho menos doloroso, en vez de pedir caridad, exigir solidaridad en nombre de algún nebuloso grupo al que pertenezca mucha gente, como la humanidad o la patria o la clase obrera. «¡Échame una mano, camarada!» Si no es caridad sino solidaridad, la cosa cambia. La gente no nos ayuda por pena, nos ayuda porque es su obligación, porque va en su propio interés por si acaso algún día se ven ellos en nuestro «bache». Como la solidaridad no se pide sino que se exige, ante nosotros mismos dejamos de ser deudores de la bondad ajena y pasamos a ser nada menos que acreedores de una solidaridad a la que tenemos derecho. Y si las cosas no mejoran no será culpa nuestra sino de los demás, que son unos insolidarios y «no cumplen su parte del trato», de ese acuerdo tácito de quid pro quo.

Sí, esa historia, desde luego es muchísimo más atractiva. Así que, como uno prefiere recibir solidaridad en vez de caridad, esta es, tiene que ser, peor que aquella.

Claro que, en realidad, no es así. La solidaridad es un acuerdo muy bueno y un sentimiento muy noble, pero cuando lo que se intenta es disfrazar la caridad de solidaridad para salvaguardar nuestro orgullo se convierte en, simplemente, una mentira. Y, como todas las mentiras, es perjudicial para quien es mentido (para quien se miente a si mismo, en este caso), porque le hace negar la realidad, aferrarse a una idea errónea de cómo están las cosas y de cómo son. Y si, como digo siempre, cuando uno confunde el ser con el deber ser tiene problemas añadidos para mejorar su situación, porque cree que es como no es en realidad, cuando uno confunde el ser con el deseo… estamos listos.

Con todo y con eso, la verdad es que el contarse un cuento a uno mismo para salvaguardar la propia imagen es comprensible. Es malo, pero es algo que ocurre en nuestro interior, sin que nos demos cuenta, de forma inconsciente. Siempre intentamos contar el cuento de nuestra vida de la forma que deje mejor a nuestro personaje, es normal, es lo que somos. Hay que luchar contra ello porque es perjudicial en lo que se aleja de lo cierto, pero necesitamos que alguien desde fuera nos lo haga ver (captureo, mejor, que nos de un espejo en el que podamos mirarnos de ahí en adelante). Lo que es impredonable, es que alguien de fuera venga a contarnos este cuento. Que, cuando estamos hundidos, débiles y necesitados de ayuda material y anímica alguien venga a contarnos la maravillosa historia de que nuestros problemas no son nuestros sino de los demás, que tienen la obligación de resolverlos y no están cumpliendo con ella. Que lo que hay que hacer no es abrir los ojos, aceptar nuestra situación, ver dónde estamos, a dónde queremos ir y cómo hacerlo; sino levantarse y que se obligar a los demás a sacarnos del brete.

Ah, como lo conozco… Una narrativa coherente, seductora, que quita el foco de atención de nuestra situación y da brutales recompensas emocionales, diluye nuestra responsabilidad e individualidad, y a cambio no mejora para nada nuestro estado y, de hecho, hace que nuestra recuperación sea aun más difícil. Y cómo conozco también la amargura que causa, pasado un tiempo, la futilidad del esfuerzo invertido; lo difícil que es dar marcha atrás una vez te has comprometido con esa cosmovisión. «Una vez tomas el sendero del lado oscuro para siempre dominará tu destino», decía Yoda, y tampoco es para siempre pero… Eso sí ¡la recompensa! ¡Sobre todo la recompensa inmediata, dejar de verte como un desgraciado y pasar a verte como un héroe maltratado por un enemigo invisible y omnipresente, tomar armas contra ese mar de problemas, luchar y acabar con ellos! ¡Por ti y por los demás! ¿A quién no le gusta verse así? ¿Y cómo va a ser egoísta, retorcido, pérfido o aprovechado quien me ha hablado de esta revolución en ciernes, de esta gloriosa causa en cuyo altar puedo depositar mi vida y oboloque me ha curado, sanado, dado una nueva identidad y nueva forma de verme a mi mismo que me hace sentir tan orgulloso de ser quien soy?

Más rápido, más fácil, más seductor. Entre esos tipos y yo hay algo personal. La caridad humilla dice Galeano, y esto me va a quedar muy católico, pero ¿sabes quién no puede ser humillado? El humilde.

Termino con un apunte económico-emocional. Si a quien ejerce la caridad le quitas el sentimiento de satisfacción, de nobleza, de ser una buena persona y hacer lo correcto que siente cuando ayuda a alguien, y en vez de eso le cuentas que en realidad simplemente está cumpliendo con su obligación y que es si actuara de otra manera lo que sería es despreciable estás eliminando todo refuerzo positivo a esa actitud y, con ello, contribuyendo a que se dé menos. Si uno tiene que escoger entre la satisfacción que le da su dinero y la que le da ayudar al prójimo puede que elija lo segundo, pero si tiene que elegir entre la satisfacción que le da su dinero y nada… pues tenderá a quedarse con su dinero, la verdad. Si quieres una sociedad más solidaria (pues los colectivos, que no tienen sentimientos, solo pueden ser solidarios) fomenta que los indivíduos que la componen practiquen la caridad o, por lo menos, no le eches tierra al engranaje.

Y cuenta a tus hijos la fábula de la cigarra y la hormiga. Muchas veces. Que lo tiene todo.

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Saludos y I Corintios, 13,

Arthegarn______________

(1) Entre otras cosas porque eso sería dar de lo que tienes para recibir algo a cambio aunque no sea de la misma persona.
(2) Teologalmente la caridad, como virtud, es el amor Dios y al prójimo. Tener caridad, dar limosna, no es una virtud sino la materialización de esa virtud.
(3) Por eso me cuesta tantísimo pedirle un sacrificio a alguien, por cierto. Si alguna vez te pido algo distinto a que me pases la sal ten por seguro que es porque verdaderamente lo necesito y no simplemente porque me apetezca o convenga.
(4) Más allá de la recompensa emocional que uno experimenta aliviando el sufrimiento, claro, pero si nos ponemos a ese nivel entonces el altruismo simplemente no existe.
Para ciertas definiciones de lo que es ser una buena persona, claro.
(5) O fuera, porque Solvencia II acabó con las únicas dos que quedaban en España el año pasado.
(6) Claro que ese puede ser un mal ejemplo porque ese es un mal ejemplo porque a mis padres y hermanas las ayudaría por caridad, por amor, sin esperar recibir nada a cambio, no por solidaridad, así que digamos a mis primos, por ejemplo, o a mi familia de facto.
(7) Y supongo que también podría formularlo en términos de que es directamente proporcional a la distancia emocional que separa al que ayuda del ayudado e inversamente proporcional a las posibilidades de que el que ayuda alguna vez necesite ser ayudad0, por ejemplo.