El maldito maximalismo

In my experience the trouble with oaths of the form ‘death before dishonor’ is that eventually, given enough time and abrasion, they separate the world into just two sorts of people: the dead, and the forsworn.” – Miles Vorkosigan, A Civil Campaign.

Decía Aristóteles que la virtud está en el término medio y me parece una verdad como un templo. Los extremismos nunca llevan a nada bueno y entre ellos temo que, pese a quien pese, se encuentra el idealismo. Intentar hacer encajar la realidad en un modelo ideal  es poner el caballo detrás del carro, entre otras cosas porque la realidad es analógica y no digital(1) y lo que lo que funciona de verdad es: primero, observar la realidad; luego, reducir lo observado a un modelo mental que nos permita hacer experimentos; a continuación, someter el modelo a falsado y por fin, si se sostiene, utilizarlo para predecir el futuro. Razonar y operar como Platón, pensando que loaristoteles_platon ideal es lo perfecto y lo real una copia burda e inexacta es un error de tomo y lomo porque es exactamente al revés, es el mundo de las ideas el que es un facsímil del mundo real.

Esta confusión de causa y efecto lleva a una mayúscula incomprensión de un mundo que «no se comporta como debiera» y, aunque debería ser obvio que si tenemos una idea de cómo se comporta el mundo y el mundo no se comporta así es que nuestra idea está equivocada, sigo encontrando fascinante la cantidad de gente que dedica ingentes esfuerzos a convencerse de que en realidad su modelo es correcto a pesar de la evidencia e intenta racionalizarla a su conveniencia y (lo que es mucho peor) convencer al resto del mundo de que su mentira es verdad.

El idealismo, como todo extremismo, es malo. Y últimamente estoy viendo como algunos de mis amigos más idealistas están exteriorizando su ideología y aplicándola a la realidad a través de un recurso que he venido a llamar el «maldito maximalismo».

Consiste el maldito maximalismo en un proceso de falsado extremo tal que se toma una idea, institución o realidad, se le busca un fallo y, cuando se encuentra, se rechaza de plano y en su totalidad esa idea, institución o realidad porque es demostrablemente imperfecta.

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«¡Que no os enteráis, so berzas!»

Cuando este maximalismo se combina con una ideología infalsable (o muy difícilmente falsable) tiene el resultado de que se rechazan todas las opciones disponibles en la realidad, que se han demostrado indignas, en favor de otra que no puede demostrarse indigna, al menos de momento, precisamente porque es infalsable. El idealista puede tener muy claro a dónde quiere ir y no querer replantearse su destino, pero el maldito maximalista no es solo que sepa a dónde quiere ir sino que además sabe cómo hay que hacerlo y considera que cualquier otro camino que no sea el suyo es inaceptable. Los que no comparten sus ideas son, con suerte, dignos de lástima y, con menos suerte, dignos de desprecio e incluso odio, quien no está contigo está contra ti; quien no comparte tus ideales y planteamientos está, por desconocimiento o por pura y simple maldad, perjudicándose a sí mismo y al resto de la humanidad – y debe ser detenido.

Voy a poner un ejemplo de actualidad: la gente que, a pesar de todo, sigue votando al P.P. ¿Cómo puede haber gente que siga votando al P.P. cuando está clarísimo que es un partido que2ds1s3b ha estado corrompido a nivel institucional, es decir como organización, no solo a través de algunos de sus miembros?  ¿Cuando presenta machaconamente como candidato a un pelele como Rajoy que gobernar, lo que se dice gobernar, gobierna lo menos posible y que además ha sido el responsable último de la mencionada organización corrupta? Más allá de si su gestión ha sido buena, mala o inexistente el hecho es que es un partido corrupto que presenta a un corrupto y a un partido así no se le puede votar.

Otro ejemplo: la economía y los economistas. Una y otra vez los gurús y lumbreras de la economía nos vienen a decir que hay que bajar los sueldos, o los impuestos a las empresas, o flexibilizar el mercado de trabajo, o lo que sea, para crear empleo. Pero desde hace años los sueldos son cada vez más bajos y las empresas pagan menos impuestos y el empleo es cada vez más precario y seguimos sin crear empleo, ¿cómo puede la gente seguir fiándose de ellos? ¿Cómo podemos seguir usando esos métodos? ¡Si es que está clarísimo que fallan, una herramienta así no se puede utilizar!

Y ejemplos como esos dos, hasta el aburrimiento. Con el añadido, insisto, de la intolerancia hacia quienes tienen un comportamiento contrario a estos obvios razonamientos ya que, independientemente de que lo hagan por desconocimiento o por malicia, ¡están haciendo cosas que van contra mis intereses el bien común! ¡Deben ser detenidos! ¡Por el bien de la sociedad e incluso el suyo propio!

El problema del maldito maximalismo es que, además de ser muy vehemente y por tanto Screen-Shot-2014-09-16-at-10.25.46-AMde muy difícil diálogo, utiliza el procedimiento «muerto el perro se acabó la rabia». Divide el mundo en dos categorías: lo que es bueno y funciona siempre, lo perfecto; y todo lo demás, que es lo malo y lo que no funciona. Pero la realidad es mucho más compleja que esas dos categorías y si intentas reducirla a las mismas es normal que no entiendas por qué la gente se comporta como se comporta, porque es que las cosas no son blancas o negras, útiles o inútiles, buenas o malas como las describes.

Por ejemplo, yo no voto ya al P.P. pero puedo imaginarme sin demasiado esfuerzo por qué hay gente que lo sigue haciendo. Votan lo que votan a pesar de, y no por causa de, Rajoy y la corrupción. Votan lo que votan porque sinceramente piensan que, aunque el P.P. no sea perfectos, es la mejor alternativa que existe, la que mejor les representa de entre todas las opciones disponibles, con la que más de acuerdo están, la que creen que va a defender mejor sus intereses. Cuando se ven en la tesitura de votar P.P. o arriesgarse a que gobierne otro partido con el que están en profundo desacuerdo pues vuelven a apoyar a los mismos. A pesar de, y no a causa de o ignorando, todos sus defectos.

Con la economía, lo mismo. En efecto, los economistas se equivocan a veces. A veces de cabo a rabo. Pero considerando todas las alternativas, nuestros gobernantes pueden tomar sus decisiones en política económica basándose en los mejores datos y las mejores predicciones que tenemos, a sabiendas de que no son exactos ni garantía de nada, o ignorarlos y tomar las decisiones al tuntún. Y los economistas se pueden equivocar a veces al hacer predicciones, particular y espectacularmente en el largo plazo(2),

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Leedlo, leedlo

pero el punto clave es que si un modelo o una herramienta predice el futuro con mayor índice de acierto que una predicción a ciegas, entonces es preferible usar esa herramienta a tomar la elección a ciegas. Aunque sepas que es posible, incluso que es probable, que al final se equivoque.

El maldito maximalismo hace que la gente vea el mundo y lo que hay en él en términos de todo o nada y, como tenerlo todo es claramente preferible a no tener nada, en nombre de  ese objetivo renuncia a muchísimas opciones que, de hecho, muchas veces ni siquiera ve. Porque en realidad entre estos dos extremos hay una inmensa gradación de estados en los que uno no lo tiene todo, pero tiene algo, y el maldito maximalismo te hace obviarlos y olvidar el hecho de que, aunque sería guay tenerlo todo, también es preferible tener algo a no tener nada.  Quien cae en las garras del maldito maximalismo olvida esto y, por querer tenerlo todo, acaba perdiendo el algo y al final no teniendo nada. Así que cuidado con él, amigo lector. Y creas ser maximalista o no, mírate bien los bolsillos. Muchas veces uno no sabe lo que tenía que perder hasta que lo pierde.

Salud y evolución.

Arthegarn___________________

(1) La frase no es mía, es de Zor de la era DarkSpain. La uso porque todo modelo es, por definición, una simplificación de la realidad, una eliminación de detalle y exactitud de una forma semejante a como se graba la música digital reduciendo una curva a una serie de barras.
(2) No os fiéis nunca de una predicción económica a largo plazo. Las variables y los imprevistos son demasiados para que tengan la más remota fiabilidad, me permito remitirme al más entretenido de lo que cabría sospechar Cisne Negro de Nassim Taleb.

Por recordar buenos momentos

Pues este ha sido un buen fin de semana, tranquilo pero muy feliz y para recordar.

El viernes por la tarde estuve en el Monumental escuchando la Misa Solemnis de Beethiven con mis padres y el Profesor Mercury que aprovechó la entrada de Ana, que se duerme en los conciertos. Luego mis padres se vinieron a Nevershire donde estuvimos felizmente charlando y tomando cervezas con Ana hasta las once y media. Nos lo pasamos muy bien, la verdad, estábamos todos de muy buen humor. El sábado, tras una mañana de trabajos domésticos variados, pasé una tarde y noche de absoluta tranquilidad, tirado enfrente de la tele y poniéndome al día con El Ministerio del Tiempo (que, encima de estar renunciando a la coherencia y a la ciencia ficción en favor de lo sobrenatural se está politizando) y alguna otra serie. Y el domingo quedamos a comer Con Iván, Gloria, Julieta y Anisaki (y Gonzalito) en Alcobendas y aunque nos costó un poco movernos hasta allá, que con la edad uno se hace comodón, mereció muchísimo la pena y nos lo pasamos pipa charlando con ellas para terminar viendo The Martian que, encima, me gustó mucho. Ah, y probé dos de las cervezas especiales que me regalaron JJ y compañía por la Arthegarnisnacht que me sorprendieron, ambas, muy gratamente.

Agradabilísimo, vamos. Igual me hubiera debido animar e ir al Fenrir el sábado por la noche con Haplo, que estaba de visita en Madrid, pero si lo hubiera hecho probablemente no hubiera disfrutado tanto del domingo así que mira, no me quejo.

Paz y felicidad.

La conspiración empresarial en la lucha de clases.

Paseando por Facebook me he encontrado, creo que en el muro de Ramón, un artículo titulado «La incertidumbre laboral como herramienta para despojarte de todo«. Es otro de esos artículos como los que hay con mil, que pasan sin pena ni gloria y se repiten hasta el aburrimiento, en el que el autor desvela otra de las armas utilizadas por los malvados empresarios incertidumbre laboralcapitalistas, unidos en contubermio judeomasónico con los políticos, para oprimir todavía más a la clase trabajadora, quitarte otro poquito de lo poco que tienes para incrementar sus indecentes fortunas, y crear insidiosamente un clima que dificulta aun más la ya de por si difícil lucha obrera sea con el palo del hambre, la miseria y el paro para quien proteste; sea con la zanahoria de los circenses llevados al extremo de Operación Triunfo y MHYV; sea con el envenenamiento del noble espíritu del trabajador llevándole al desánimo o a la desunión que imposibilita la lucha colectiva, como es el caso. A través de las EE.T.T., nos dice el artículo, los empresarios precarizan aun más el empleo de los trabajadores, cumpliendo así el doble objetivo de quedarse una tajada mayor del pastel que la que obtendrían de tener que seguir usando empresas tradicionales con empleos tradicionales y de que los trabajadores compitan entre ellos en tranquilidad y mansedumbre teniendo como premio un trabajo mal pagado de unos cuantos días. Sea cual sea vuestra tendencia política seguro que habéis leído este y otros argumentos similares.

Hace ya cien años que el famoso Henry Ford, uno de los mayores capitalistas e industriales de la historia, cambió las reglas del juego de competencia en recursos humanos en Detroit, y eventualmente en el resto de los Estados Unidos, ofreciendo a los trabajadores de sus factorías cinco dólares diarios por turnos de ocho horas, algo que doblaba el salario mínimo de aquella época. El pensamiento de Ford, que se demostró cierto, venía a ser más o menos así: «Si pago a mis trabajadores un salario bajo yo ganaré más en primera instancia, pero muchos de mis trabajadores se irán en cuanto puedan a empresas que les paguen mejor y yo tendré que contratus_propaganda-10ar a trabajadores nuevos que serán menos eficaces hasta que aprendan a hacer su trabajo, momento en el cual probablemente me abandonen para irse a otro sitio en el que les paguen más. En cambio, si les pago un salario alto ganaré menos en primera instancia, pero mis trabajadores expertos no querrán irse y de hecho los de otras compañías querrán venir, con lo que aumentaré mi productividad y haré más coches que podré vender por más dinero con lo que al final acabaré ganando más en vez de menos. Lo que es más, si les pago lo suficiente mis propios trabajadores podrán comprar los coches que producen con lo que ¡parte de su salario volverá a mi bolsillo!».

Y, en efecto, así ocurrió.

Esta forma de ver las cosas, este flujo circular de salarios, producción y consumo, se vio reflejado y ampliado posteriormente en la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero que publicaría en 1936 el  algo menos famoso John Maynard Keynes y que constituye la Biblia de la economía moderna. No hay economista digno de tal nombre, sea comunista, neoliberal o de cualquier confesión intermedia, que no haya leído ese libro. Lo leyó entre otros Franklin D. Roosevelt y su espíritú puede verse detrás del New Deal, y lo leyó también su jefe de Estado Mayor durante la II Guerra Mundial y Secretario de Estado con Harry Truman, George Marshall, y puede sentirse en la inspiración del Plan Marshall.

Que quede claro: ninguna de las tres ideas anteriores, y sobre todo el Plan Marshall, es de orientación obrera, revolucionaria ni colectivista. La idea de mejorar la capacidad adquisitiva de los trabajadores no es filantrópica sino sistémica; el objetivo final no es simplemente que los trabajadores ganen más dinero y mejoren sus condiciones, eso es simplemente un medio. Lo que se prestende es que pasen de ser y considerarse pobres a ser y considerarse consumidores porque quien cree que es pobre está inseguro y se aferra a lo que tiene sin gastarlo en previsión de unas próximas vacas flacas mientras quien cree que no es pobre está seguro y consume más, lo que crea demanda, lo que crea nuevos puestos de trabajo para satisfacer esa demanda, lo que crea más consumidores que a su vez demandan más bienes y servicios, etc. Este ciclo virtuoso flujogramade la producción y el trabajo se conoce desde tiempos de la Revolución Industrial y está codificado, estudiado y matizado hasta el aburrimiento desde la I Guerra Mundial. Es algo que es parte de la cultura general, como el ciclo del agua o que Colón descubrió América o, ya que estamos, como que los malvados empresarios capitalistas con traje, chistera y puro quieren poner de rodillas a los trabajadores, pagarles lo mínimo posible y hacer sus condiciones de vida tan inseguras como puedan para que dependan de ellos y no tengan fuerza ni ánimos para rebelarse contra sus explotad…. ¡Eh, un  momento!

Hay teorías de la conspiración más o menos entretenidas, pero hay otras, como esta, que se van al traste en cuanto las analizas por encima porque son intrínsecamente contradictorias. Una de dos, o los malvados empresarios capitalistas son tan astutos y taimados que son capaces de organizarse entre ellos para, artera y sibilinamente, controlar los mecanismos del Estado y crear legislaciones que tienen como objetivo mantener al proletariado en la pobreza, o no lo son. El problema es que resulta difícilmente creíble que esa gente tan rica, sofisticada y astuta, no conozca teorías que son el A, B, C de la economía; que no sepa que para vender todas esas cosas que hacen en sus fábricas hace falta que haya gente que las quiera comprar y que para que la gente las quiera (y pueda) comprar es necesario que tengan dinero y que ese dinero es su salario. Tener al proletariado hundido, asustado y oprimido no va en beneficio de los empresarios y los productores, va en contra de sus intereses porque los beneficios dependen del consumo y la gente pobre, asustada y deprimida no consume. Lo que conviene es que la gente efectivamente produzca y pueda consumir y es a eso, y no a lo contrario, a lo que un hipotético contubernio judeomasónico empresarial dedicaría sus esfuerzos. Porque es donde están sus intereses. Es que es de cajón.

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Es posible que tu jefe, amigo lector, sea un cabrón y un explotador de marca mayor. Pero si es así las posibilidades de que tu jefe sea algo más que un pequeño empresario del tres al cuarto sin verdadera sofisticación ni conocimientos macreoconómicos (porque no le hacen falta para llevar un bar) o, aun peor, un jefecillo de segunda en una gran empresa que no es suya y sobre cuyo rumbo ni le preguntan; y en cualquier caso las posibilidades de que no tenga capacidad para influir en la legislación laboral y la política económica más allá de votar en las generales cada cuatro (ahem) años como tú son muchísimas. Es posible que lo que tú observes en tu jefe sea esto y que, tras charlar con tus amigas a las que les pasa lo mismo y razonando por inducción, generalices que todos los jefes son iguales de ahí a Henrystar-wars-darth-vader-sixth-scale-thumb-1000763 Ford y que se ponen de acuerdo para buscar nuevas formas de putearte, pero la realidad no es esa. En realidad cuanto más sofisticada e informada es una persona más se da cuenta de que es en su propio beneficio que los trabajadores tengan salarios dignos y puestos estables que les permitan consumir y contribuir a la sociedad, y cuanto más se da cuenta de esto más intenta trabajar por políticas y legislaciones que lo favorezcan. Otra cosa es que esas políticas y legislaciones sean acertadas y consigan sus objetivos o, mucho más importante, que sean obvias en el sentido de que el Pueblo a quien van dirigidas entienda por las buenas el mecanismo a través del cual se supone que les va a beneficiar de la misma forma obvia en la que entiende que un subsidio le beneficia. Pero creer que gente tan inteligente, sutil y poderosa se une sin tener ni idea de economía para pergeñar un plan que va en contra de sus intereses es estúpido y me atrevo a pensar que tú no lo eres así que, bien pensado, tampoco lo crees.

Feliz día del trabajo,

Arthegarn