El loco.

Más allá del natural y loable deseo de ayudar al prójimo, consolar al que sufre, alimentar al hambriento y abrigar al que pasa frío; más allá del compartir lo que se tiene, más allá de la empatía e incluso de la reprobación a quien se porta de forma avara y miserable existe un espacio tan maniqueo como miope en el que moran Robin Hood y sus alegres compañeros, en el que es bueno robar a los ricos para dárselo a los pobres y en el que la acumulación de riqueza es cuando menos sospechosa y totalmente ilegítima más allá de un umbral. En ese lugar se confunden posesión y propiedad, quien tiene algo lo hace suyo y quien lo suelta lo pierde. Todo el que tiene poco, sin importar el origen de esta escasez, tiene derecho a apoderarse de las posesiones de quien tiene mucho, sin importar el origen de esta abundancia. En ese lugar el pobre es bueno y no merece serlo, el rico es malo tampoco merece serlo y todo es así de simple. Y no hay más que hablar.

El mundo real, por supuesto, no es así; pero eso parece importar muy poco a quienes viven en ese lugar. Repiten ideas como la nacionalización de todas las viviendas propiedad de la banca y su utilización para crear una red de alquiler social para los necesitados sin darse cuenta de que ejecutar semejante medida nos llevaría a un colapso financiero y una crisis inimaginablemente peor que la que estamos viviendo ahora. Y cuando alguien mejor informado y capaz de ver más lejos intenta, no sacarles de su error, ya que el objetivo de estas acciones es solucionar un problema inmediato y ese objetivo se cumple, sino hacerles ver las consecuencias a largo plazo de sus propuestas, hacen oídos sordos a esa información cuando no toman esas proverbiales gafas contra la miopía y las estampan con fuerza contra el suelo porque, simplemente, no quieren saber. Quieren seguir viviendo en su ordenado universo de buenos y malos en el que nadie es mejor que nadie y en el que, por lo tanto, si alguien tiene más que otro no puede merecerlo.

Las consecuencias de esta visión, o más bien falta de visión, del mundo, son apabullantes. En primer lugar, el desconocimiento del mundo que les rodea lleva a esta gente a cometer errores de la misma forma que lo haría un ciego. Toman decisiones basadas en información incompleta que, precisamente por esto, suelen ser erróneas lo que les lleva a tener que sufrir las consecuencias de esos errores. Debido a su incapacidad, sea voluntaria o forzosa, de percibir las consecuencias a medio o largo plazo de una acción, no son capaces de planificar para el futuro, ni entienden el afrontar el sacrificio que supone la inversión ya que los eventuales beneficios de esa inversión están demasiado lejos para ser vistos, son demasiado teóricos para ser tenidos en cuenta. En su ansia por solucionar el problema inmediato del hoy hipotecan sin darse cuenta el mañana y cuando el mañana se convierte en hoy y los problemas son mayores no ven su responsabilidad en la situación sino solo el hecho de que tienen menos que ayer. Juegan al ajedrez de la vida jugada a jugada, considerando solo la posición de las fichas en el tablero en cada turno y, cuando llega el jaque, son incapaces de entender de donde ha salido y llegan a la conclusión de que el adversario ha tenido que hacer trampa.

Hay tantos ejemplos en la España de hoy en día de esto que describo que enumerarlos sería inútil. Al último mem de Facebook que he mencionado se suman los que quieren subir el techo de deuda mientras reclaman el derecho a no pagarla, los que entregan viviendas públicas a los que se manifiestan ante su sede quitándosela a quienes no se manifiestan pero llevaban meses esperando y los que abogan por nacionalizar el contenido de los graneros para repartirlo al pueblo hambriento sin escuchar a quienes dicen que ese grano es la simiente de la próxima cosecha hacer eso condena a toda la sociedad a la muerte en unos meses.

Y yo estoy cansado, tan cansado de ir haciendo gafas para verlas pisoteadas que lo máximo a lo que puedo llegar ya es a escribir esta nota manifestando mi tristeza. Porque me preocupo por mi prójimo mucho más de lo que debiera, y ver como conscientemente se ponen sus orejeras y repiten sus mantras y salmodias me entristece. Porque sé como acaba todo y no es nada bonito.

Allá vosotros, qué queréis que os diga. Yo ya no tengo más fuerzas para intentar explicaros la estrategia en el ajedrez y por qué comerse ese peón es mala idea aunque esté desprotegido. Haced lo que queráis. Jugad a las damas. Pero por mucho que creáis que estáis jugando a las damas, esto es ajedrez. Y así son las reglas.

Un saludo,

A.