Votar a un populista es, como ya he explicado en los artículos anteriores, tan malo como darle una metralleta cargada a un mono y soltarle en el Metro en hora punta. La diferencia fundamental es que el mono, cuando ha vaciado el cargador, por lo menos no te mira sorprendido y te pide más balas.
Recapitulemos: el populista llega al poder haciendo promesas simples de acciones drásticas para solucionar los problemas de la gente(1) y, una vez tiene el poder, se encuentra con que, oh sorpresa, las cosas no son tan simples como decía en su discurso y no puede cumplir sus promesas.
El caso más paradigmático es el NHD, acrónimo de «No Hay Dinero» y muy usado en determinados foros de nuestro país tanto como explicación de ciertas medidas gubernamentales como, jocosamente, respuesta definitiva a las grandes preguntas sobre la vida, el universo y todo lo demás. El populista llega al poder y cuando va a ejecutar su programa se encuentra con que, como le intentaban explicar al Pueblo sus oponentes, No Hay Dinero para ello. Y no es solo que no haya dinero, es que, además, cuando decide obtenerlo, resulta que no puede hacerlo porque el Gobierno, afortunadamente, no es quien pone los impuestos (aunque sea quien los recaude). Es el legislativo quien lo hace, a través de leyes(2) como la ley del IVA o la ley del IRPF. El dinero de los impuestos no es «del Gobierno» sino «del Estado». Cada año el Gobierno, como cualquier administrador, tiene que presentar unos presupuestos al Legislativo diciendo cuánto se quiere gastar y en qué, esa propuesta se debate, se negocia entre Ejecutivo y Legislativo (las famosas enmiendas) y, si se aprueba, el Legislativo autoriza por Ley el traspaso de fondos del Estado al Gobierno. Luego, presupuestariamente hablando, el Gobierno no puede hacer lo que le dé la gana sino que está controlado, a veces muy de cerca, por el Legislativo. Así que nuestro populista, ya instalado en el poder, se encuentra con que no tiene dinero para sus maravillosos planes y que tampoco tiene la capacidad de obtenerlo por si mismo.
Y no es la presupuestaria la única traba que encuentra nuestro querido líder para ejecutar sus «obvias medidas de sentido común que los miembros de la élite gobernante no toman porque son tan torpes como malvados», que va. Por ejemplo: Trump no puede construir su famoso muro así por las buenas, por decreto, porque no depende de él. Suponiendo que tuviera el dinero (no lo tiene) y que consiguiera que lo aprobara el Congreso (a ver quién vota a favor de eso) tendría que lidiar con los propietarios de los terrenos en los que quiere construir (y en EU lo de la expropiación se ve muy, muy mal) así como con la FEMA y otros organismos del Estado, particularmente diversas agencias de protección medioambiental que se opondrán porque su misión es proteger ciertos intereses de los ciudadanos estadounidenses directamente atacados por el proyecto. Otro ejemplo más cercano: no importa cuánto lo repita, Podemos no puede aprobar la «dación en pago» así por las buenas, ni siquiera aunque tuviera mayoría absoluta en el Congreso. Podría cambiar la ley para instituir la dación en pago en las hipotecas que se firmaran a partir de ahora, pero no se puede hacer ahora una ley de hoy regule lo que se hizo ayer o hace quince años(3). Es ilegal, por motivos muy bien fundados pero que, como comentaba en el artículo anterior, «son complicados». Una ley así sería anulada por el Tribunal Constitucional, el de Justicia de la Unión Europea o hasta el de Derechos Humanos(4) y en Podemos, por cierto, lo saben.
El caso es que, por H o por B, ya tenemos instalado en el poder al caudillo que prometió solucionar una serie de problemas con medidas simples que ahora resulta que no puede llevar a cabo, con el añadido de que no puede presentarse ante el Pueblo a decir que no puede cumplir sus promesas «porque… bueno, es complicado». Le han votado precisamente porque les convenció de que quienes no aplican esas políticas y ponen esas excusas son los malvados o incompetentes de las élites dominantes, el «ellos» que no es «nosotros», así que, ¿qué solución le queda?
Sencillo. Simplificar las cosas. Otra vez.
Como ya he comentado el ciudadano medio tiene una idea del poder que tiene el Gobierno que se parece más al poder de un dios que al que tiene en realidad. Una vez elegido, el líder populista excusa sus incumplimientos en el hecho de que no tiene suficiente poder y lo adereza sugiriendo que quienes se oponen a sus planes desde los puestos de control del Sistema, desde el Defensor del Pueblo al último juez de paz, son simpatizantes de las élites derrocadas que se niegan a dejar el poder. El cuadro a presentar es simple:
- Me habéis elegido para que resuelva vuestros problemas.
- No puedo hacerlo porque los judíos (o los maricas o los infieles o los masones o los curas o lo que sea) están infiltrados en todas las instituciones del Estado distintas al Gobierno y paralizan todas mis reformas.
- Por lo tanto, esas instituciones se están oponiendo ilegítimamente a la voluntad popular y deben ser sometidas a él.
Y una vez tienes el apoyo del Pueblo para reformar el Estado a tu imagen y semejanza no tienes más que hacerlo con todo organismo que se te oponga. Eso sí, no todo de un plumazo, solo según vaya siendo necesario. Al principio probablemente haya que hacer una pausa entre movimiento y movimiento, dejar que la indignación popular contra un organismo en concreto que está bloqueando tus actividades se acumule para luego responder a la misma y dar al Pueblo lo que pide; más adelante, cuando este mecanismo se haya convertido en rutinario y se vea normal la expansión del Ejecutivo y la concentración del poder las cosas se pueden hacer de forma más generalizada y, sobre todo, preventiva. ¿Por qué esperar a que algo de problemas para lidiar con ello cuando puedes evitar la posibilidad de que los dé?
Hay varios mecanismos para lograr estos fines, de los que voy a citar solo los históricamente más habituales:
- La disolución del organismo independiente y la asunción de sus competencias por el Gobierno, con lo que el obstáculo simplemente desaparece.
- La pérdida de independencia del organismo, que mantiene su existencia pero que pasa a depender del Gobierno y por tanto pierde la capacidad de oponerse a él.
- La purga del organismo independiente y el reemplazo de todos sus cargos clave por personas afines al Gobierno, con lo que el organismo mantiene aparentemente su capacidad de oponerse al Gobierno pero a la hora de la verdad no la va a usar nunca.
Con esto, desde luego, se eliminan los impedimentos para el ambicioso programa de reformas que prometió llevar a cabo el populista, con el único «precio» (aparente) de concentrar más y más poder en el Gobierno y de eliminar mecanismos de control que limiten que el uso de este poder se convierta en abuso. Una auténtica ganga, en realidad, porque al fin y al cabo lo que estamos haciendo es echar a los enemigos del Pueblo de sus puestos de poder desde los que boicoteaban la acción del Gobierno. Al fin y al cabo cualquiera que se oponga al líder elegido por el Pueblo se opone, en última instancia, a la soberanía popular, que por definición no reconoce poderes superiores y cuyo poder no debería tener límites. Simplemente estamos haciendo volver las cosas a su Estado natural, le estamos «devolviendo» al líder ese poder semidivino que siempre pensamos que tenían los políticos y que cuando «el nuestro» ha llegado al gobierno no ha podido ejercer por todos esos judíos o liberales o lo que sea que se dedicaban a sabotearlo. Ahora sí. Ahora sí que nos toca.
Y, sin casi darnos cuenta, hemos pasado de un gobierno populista a un gobierno autoritario. Autocrático. Con todos los poderes concentrados en un gobierno que proclama ser el Estado, el Pueblo, la gente, y contra el que el ciudadano no tiene medios reales (quizá ni siquiera teóricos) de exigir respeto a sus derechos individuales. Un gobierno que puede despojarte de tus posesiones en nombre del bien colectivo y que puede meterte en un agujero muy oscuro sin proceso que valga como se te ocurra quejarte. Un gobierno y un gobernante que, ahora sí, ya tiene la vía libre para hacer lo que quiera.
Platón decía que la mejor forma de gobierno era, esencialmente, aquella tiranía en la que el tirano era un filósofo justo y bondadoso ya que, si el tirano es justo, los únicos que tienen que temer algo de él son los injustos. La historia nos enseña una y otra vez los peligros a los que lleva esta línea de pensamiento y como el poder se presta al abuso. Por eso existen en nuestros sistemas todos esos mecanismos tan complicados, todos esos obstáculos para que el gobernante pueda hacer lo que quiere. Removerlos en la creencia de que el gobernante que hemos elegido, esta vez sí, se lo juro señor guardia, es «uno de nosotros» y que solo va a usar su poder para protegernos y solucionar las injusticias sociales quitándole a los ricos para darle a los pobres es infantil, iluso, simplista y tan antidemocrático como totalitarista. Vivimos en España así que no creo que sea necesario recordar por qué no queremos este tipo de Estado y por qué deberíamos tener mucho, mucho cuidado con a quién votamos, pero esa es una ventaja que, pese a nuestra inexperiencia democrática, solo tenemos nosotros. Yo he vivido bajo el franquismo, pero apenas quedan italianos que recuerden el fascismo y los estadounidenses jamás han vivido en una autocracia. La tentación de nombrar un dictador, bajo la forma que sea (y aquí incluyo la «transitoria» dictadura del proletariado), para que lo arregle todo es cada vez más grande, sobre todo entre las nuevas generaciones que mezclan el idealismo de la juventud con un mayor distanciamiento con nuestro pasado totalitario. Pues que os quede claro: no hay alternativa a la Democracia; no hay nada mejor que el Estado de Derecho.
Somos libres, muchísimo más libres de lo que algunos creéis. Y el precio de la libertad es su eterna vigilancia. Guardadla celosamente y oponeos a quien os quiera desposeer de ella, sobre todo a quien os prometa devolvérosla ampliadííísima dentro de un ratito. El fin de la libertad es una de las cosas que se juega Occidente con el ascenso del populismo, pero, ahí donde la veis, no es lo que más me preocupa. La falta de libertad es mala, pero la falta de paz es peor y la nos la estamos jugando.
Hasta el próximo artículo,
Arthegarn.
(1) Iba a poner «de su electorado», pero no, el populista en realidad se presenta para resolver los problemas de «la gente», le voten o no le voten, porque todos sus conciudadanos (salvo la élite opresora de turno) son básicamente buenos y nobles y sufren de las mismas dolencias por las mismas razones. Lo que ocurre es que están coaccionados, manipulados o mal informados, pero el líder, que se preocupa de los problemas de todos y no de los de solo unos pocos, cuidará de ellos incluso aunque no le apoyen a la espera de que en cualquier momento, vea la luz y como el hijo pródigo vuelva al redil para unirse al rebañ… a la manada.
(2) Este problema es más grave en un país con un sistema democrático serio, como Estados Unidos, y menos grave en un país como el nuestro en el que apenas hay separación de poderes y, en general, el partido en el gobierno tiene mayoría en las cámaras y puede aprobar la Ley de Presupuestos (y, sobre todo, las «leyes de acompañamiento») que más o menos le dé la gana.
(3) Alguna vez se me ha argumentado que esto sí que es posible y se me ha puesto como ejemplo la sentencia de las cláusulas suelo, en la que un acto de hoy influye en las hipotecas de hace treinta años. Lo que pasa es que hay dos diferencias cruciales: (i) una ley, general, no puede ser retroactiva pero una sentencia, particular, y sobre todo una que declara nulidad, sí y (ii) la sentencia de las cláusulas suelo hace referencia a una cláusula específica y optativa del contrato de crédito, que puede regularse a libertad de las partes, mientras que una alteración del carácter accesorio de la garantía hipotecaria frente a la responsabilidad universal del deudor afectaría a la propia naturaleza del negocio jurídico. O sea, que lo de las cláusulas suelo es como podar una rama de un árbol pero lo de la dación en pago es más que talarlo, es desarraigarlo. Puedes podar un árbol y decir que sigue siendo el mismo árbol, pero no puedes talarlo y decir lo mismo.
(4) Si el TC no tumbara esa ley sería tan solo por lo ridículamente politizado que está en España, donde la justicia constitucional es una broma. Pero precisamente por eso no está fuera del espectro de lo posible y la banca tuviera que recurrir al TJUE. Y en el improbabilísimo caso de que el TJUE no obligara alGobierno a corregir, cualquier accionista de cualquier banco afectado podría recurrir al TEDH. Daos cuenta de que, al final, los bancos son de sus accionistas, que en su inmensa mayoría son pequeños ahorradores que invierten sea a través de su fondito de pensiones, sea directamente. Cuando estos pequeños ahorradores vieran esfumarse sus ahorros acudirían en masa, y con más razón que un santo en mi opinión, al TEDH.
Este, ESTE es el momento chungo de verdad. No la toma del poder por parte del populista, si no lo que viene detrás. El populista no puede transformarse en un dictador sin el aplauso mongólico de «el pueblo», al que le parece «mu güeno» eso de que se concentre el poder en alguien para que dicho alguien les solucione sus vidas, cosa que hará, porque obviamente es mu güeno y «él es diferente» (sorprendente como coincide con la típica mentalidad de relación tóxica de pareja).
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Bueno, aquí es cuando empiezan las consecuencias chungas de verdad, si quieres mi opinión el momento chungo fue cuando se le eligió. De ahí en adelante ya es todo cuesta abajo y sin frenos o… La Resistance!
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Hail Hydra! como saludo estándar a partir de ahora.
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Por fin! Gracias por escribirlo
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¡Mira! Justo lo que decías. Sorprendentemente a Trump no le gusta la separación de poderes por ir en contra del buen pueblo…: https://twitter.com/realDonaldTrump/status/827981079042805761
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God, do I hate to be right…
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“Lo único que necesita el mal para triunfar es que los hombres buenos no hagan nada”
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Buenísimo artículo de Carrascal al respecto.
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