NOTA PRELIMINAR: Este es el segundo artículo de una serie de tres. En el primer artículo hice una serie de razonamientos y consideraciones necesarias para seguir el hilo de este, por lo que te recomiendo encarecidamente que lo leas. Si estás siguiendo la saga, probablemente merezca la pena que lo releas antes de embarcarte con la segunda parte. Dicho esto, sigamos.
Decíamos que «Lo que llamamos consciencia es la cualidad que tenemos, a diferencia de los animales, de darnos cuenta de ese tipo de existencia ideal, ultracarnal, ligada al pensamiento, de percibir de que existimos como algo abstracto, separado al resto de la realidad y de poder, por tanto, tomar decisiones que afectan a esa realidad desde un plano distinto. Podemos luego discutir si eso es el alma, el espíritu, o un patrón emergente, pero siguiendo esta línea de razonamiento está claro que, sea lo que sea, está ahí y que eso, y no otra cosa, es lo que soy.»
¿Seguro?
Todo este razonamiento se basa en nuestra percepción. Nosotros percibimos que existimos, que tomamos decisiones y que controlamos nuestro cuerpo, así que debe ser verdad. Sin embargo, todos sabemos que no todo lo que percibimos es cierto. Tanto quienes nos rodean como nuestros propios sentidos pueden darnos información errónea y hacernos pensar que algo inexistente efectivamente existe, los primeros en forma de mentiras o equivocaciones; los segundos en forma de alucinaciones, fantasías, imaginaciones e incluso sueños. Simplemente porque percibamos inmediatamente algo como cierto no podemos derivar necesariamente que sea, efectivamente, cierto. Así pues, ¿cómo podemos estar seguros de que existimos, más allá de porque tenemos experiencia de nosotros mismos?
Preguntas como estas se hizo Descartes en las Meditaciones Metafísicas. Supongo que muchos estaréis familiarizados con Descartes y su obra aunque sea de pasada, pero permitidme decir muy rápidamente que Descartes establece la duda metódica como instrumento para encontrar la verdad, dudar de absolutamente todo, y dudando de todo y pensando que incluso lo que ve y toca podría no ser cierto; podría estar soñando o ser víctima de un genio maligno que le hace ver ilusiones se acaba viendo reducido a si mismo. Y entonces…
«...enseguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, quien lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: «yo pienso, por lo tanto soy» era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando.»
Esta es con diferencia la prueba más famosa, y más importante en la historia de la filosofía, de la existencia del ego, del pensador como fabricante de pensamientos. Todo lo demás puede ser dudoso, pero el hecho es que si dudo, pienso; y si pienso, existo. Pienso, luego existo, cogito ergo sum en su famosa formulación latina. Y este es el primer escollo a superar en nuestro viaje para descubrir que la consciencia es ilusoria, ya que desde luego no lo parece e incluso un filósofo de la talla de Descartes afirmó que no lo era e incluso basó todo su edificio filosófico y epistemológico sobre ella.
Ahora… ¿tenía razón)
Ya mencioné en el artículo anterior que el lenguaje configura nuestra manera de pensar. En general, la comunicación lingüística es algo maravilloso, pero a veces oculta trampas tan, tan imbricadas en la propia meta-estructura del pensamiento que se nos escapan. Consideremos el cogito. Pienso, luego existo. Si mi pensamiento existe, y existe, puesto que lo percibo de forma inmediata, es lógico que existe el actor de ese pensamiento, existe quien piensa, que soy yo. Existe el humo, ergo existe el fuego. No está mal, pero lo que pasa es que no hemos demostrado que no exista el humo sin existir el fuego.
«Pero eso es obvio» me contestaréis. «Quizá no en el caso del fuego y el humo, pero sí en el caso de yo y mi pensamiento. Nadie puede pensar mis pensamientos más que yo, y si existen mis pensamientos existo yo» Y yo os diré que caéis en el mismo error en el que cayó Descartes: estáis dejando que la forma en la que está estructurada vuestra cabeza os lleve a una perogrullada, a un truísmo. En el momento en el que introduces a la primera persona en la frase estás admitiendo que existe y todo el razonamiento que sigue está herido de muerte.
Volvamos al cogito. En latín (y en francés, idioma en el que pensaba Descartes; y en castellano idioma en el que pensáis casi todos) se da la figura de la omisión del sujeto: «Cogito, ergo sum» («pense, donc suis«; «pienso, luego existo»). En inglés, en cambio, no se da, y el error es mucho más aparente; «sI think, therefore I am«: «yo pienso, luego yo existo». El sujeto sale de detrás del verbo y el error se hace aparente: al usar la primera persona («pienso») estás dando por supuesto aquello cuya existencia estabas investigando: Yo. Desproveyamos el cogito de su sujeto y veamos si sigue funcionando
«Se piensa, luego yo existo»
No tiene precisamente la misma fuerza, ¿verdad?. Si vamos un paso más veremos que la utilización del verbo pensar, la sugerencia de la acción, es también errónea. El acto de pensar no es lo que Descartes está observando, lo que percibe es la existencia de los pensamientos en si mismos. Su percepción, en cada momento, le da cuenta de la existencia de un pensamiento (que erróneamente, como hemos visto, el asume como «suyo») y Descartes infiere que si existe el pensamiento ha de existir necesariamente el pensador. Pero en realidad lo que es observable es el pensamiento, por lo que la formulación exacta del cogito sería:
«Este pensamiento existe, luego yo existo».
Como veis, no se mantiene. Al formular el cogito Descartes dejó que la estructura de su pensamiento, articulado en torno a sujetos, acciones y objetos, le tendiera una trampa. Sólo porque gramaticalmente todo verbo requiera un sujeto no se infiere que en el mundo real toda acción requiera un actor. De hecho en el mundo natural la mayor parte de las cosas «pasan»; nadie «hace que pasen». Las piedras caen, pero de eso no se deduce la existencia de un agente inmaterial que las haga caer, simplemente caen porque el Universo está diseñado de esa manera, en otras palabras, porque sí. El hecho irrefutable de que las piedras caigan no implica que las piedras decidan caer, ni que exista un dios de la caída de la piedra cuya esfera de influencia son las piedras de todo el universo.
El mismo esquema se aplica a los pensamientos. Los pensamientos existen, y existen en el plano material, no sólo en el ideal o intelectual. Un pensamiento en concreto en un tiempo t en concreto existe en la forma de unos cuantos kilos de materia ordenados de una forma muy concreta para formar un cerebro en concreto; más unos cuantos microgramos de materia ordenados de otra forma muy concreta para formar una serie de neurotransmisores que, al interactuar con ese cerebro, producirán una serie de impulsos neuroquímicos (en el momento t+1, claro); más los impulsos neuroquímicos que se están produciendo en ese momento t, y que vienen determinados por la situación del cerebro y los neurotransmisores en el momento t-1*. En otras palabras, los pensamientos existen, y existen en el plano material como un estado instantáneo y fugaz de un sistema extremadamente complejo. Pero el hecho de que exista ese sistema extremadamente complejo, ese cerebro, esos neurotransmisores y esos impulsos electroquímicos que interactúan entre sí de acuerdo a las leyes generales que rigen el universo (al igual que las masas de la piedra y de la Tierra interactúan entre si de acuerdo a esas mismas leyes) no implica necesariamente que exista un ente inmaterial que los perciba, produzca o gobierne. Los pensamientos existen porque el Universo está diseñado de esa manera, en otras palabras, porque sí.
Permitidme que lo resuma y repita: el hecho de que existan tus pensamientos no quiere decir que existas tú, o al menos no ese tú inmaterial que crea los pensamientos y toma las decisiones y que buscaba Parménides y que creyó demostrar Descartes. El hecho de que pienses y de que te des cuenta de que piensas no quiere decir que existas, es un truco del lenguaje.
Por supuesto, estamos muy lejos de demostrar que en realidad no existes, que ese «yo» anímico que percibes de forma obvia e inmediata, que es más real que la pantalla que miras y que el artículo que lees y que te ha acompañado toda la vida, que ese «yo» en realidad no existe. Pero si eres capaz de darte cuenta de que el argumento del cogito es lógicamente falso y de que un pensamiento es algo material que puede existir sin un «yo» inmaterial que lo piense exactamente igual que una piedra puede existir sin alma; si eres capaz de aceptar esa posibilidad, (que no pido más ahora mismo que el que te abras a esa posibilidad) y liberarte de los truísmos gramaticales habrás dado el primer paso para liberarte de la ilusión de la consciencia.
Andaremos lo que queda del camino, o al menos hasta donde yo he llegado, en el próximo artículo.
(Continua.)
Arthegarn___________
(*) Y, según algunos investigadores, una serie de sucesos cuánticos que hacen que nuestro cerebro no sea un sistema determinista y que cito como nota al pie como venda antes de la herida, aunque en mi opinión la cuestión de si nuestro cerebro es o no determinista no es relevante a la hora de definir qué es un pensamiento desde el punto de vista cerebral.
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